CUENTOS INFANTILES
DESPUÉS DE LA CENA
Don Tomás goza al oír hablar a sus hijos. Cómo le agrada oír a Mario Alberto cuando le dice: ¡Pobre mi amiguito Juan! ¡Cómo le dolerá el brazo!
¡Cuánto tiempo dejará de asistir a la escuela!
¡Quiero, papacito, que me lleves al hospital a verlo!
Juanito es mi gran amigo.
Cómo le place a doña María el relato de María Eugenia.
La señorita ha organizado un almacén de juguetes y muñecas. Todas las niñas vamos a hacer trajes nuevos a nuestras muñecas. Todas estábamos felices, menos una pobre niña que no tenía muñeca.
El Niño Dios no le hizo regalo de Pascuas. Al verla triste yo le regalé mi muñeca. ¿No es verdad mamá que tú me dejarás llevar a la escuela mi muñeca del año pasado?
Ya lo creo que si, ¡mi linda!
FIN
DON TOMAS
A las seis de la tarde regresa Don Tomás del trabajo. Trae una mochila repleta de paquetes y latas de conservas. Son las provisiones y alimentos de la familia.
Al recibirlos salen doña María y los niños. Todos tienen para él un abrazo y un beso amoroso.
Así pagan con amor, esposa e hijos el trabajo y cariño del jefe de la familia. Pocos minutos después todos están sentados a la mesa y comen apetitosamente.
Don Tomás habla de sus negocios en el mercado.
Doña María cuenta de lo que pasó en la casa, mientras padre e hijos estaban ausentes. Mario Alberto relata lo sucedido a Juancito, quien fue arrollado por una bicicleta.
María Eugenia pide permiso a su mamá para llevar su otra muñeca a la escuela.
FIN
LA GALLINA ROJA
Había una vez una gallina roja llamada Marcelina, que vivía en una granja rodeada de muchos animales. Era una granja muy grande, en medio del campo. En el establo vivían las vacas y los caballos; los cerdos tenían su propia cochiquera. Había hasta un estanque con patos y un corral con muchas gallinas. Había en la granja también una familia de granjeros que cuidaba de todos los animales.
Un día la gallinita roja, escarbando en la tierra de la granja, encontró un grano de trigo. Pensó que si lo sembraba crecería y después podría hacer pan para ella y todos sus amigos. ¿Quién me ayudará a sembrar el trigo? les preguntó.
Yo no, dijo el pato. Yo no, dijo el gato. Yo no, dijo el perro. Muy bien, pues lo sembraré yo, dijo la gallinita.
Y así, Marcelina sembró sola su grano de trigo con mucho cuidado. Abrió un agujerito en la tierra y lo tapó. Pasó algún tiempo y al cabo el trigo creció y maduró, convirtiéndose en una bonita planta.
-¿Quién me ayudará a segar el trigo? preguntó la gallinita roja.
Yo no, dijo el pato. Yo no, dijo el gato. Yo no, dijo el perro. Muy bien, si no me queréis ayudar, lo segaré yo, exclamó Marcelina.
Y la gallina, con mucho esfuerzo, segó ella sola el trigo. Tuvo que cortar con su piquito uno a uno todos los tallos. Cuando acabó, habló muy cansada a sus compañeros:
¿Quién me ayudará a trillar el trigo?
Yo no, dijo el pato. Yo no, dijo el gato. Yo no, dijo el perro. Muy bien, lo trillaré yo.
Estaba muy enfadada con los otros animales, así que se puso ella sola a trillarlo. Lo trituró con paciencia hasta que consiguió separar el grano de la paja. Cuando acabó, volvió a preguntar: ¿Quién me ayudará a llevar el trigo al molino para convertirlo en harina?
Yo no, dijo el pato. Yo no, dijo el gato. Yo no, dijo el perro. Muy bien, lo llevaré y lo amasaré yo, contestó Marcelina.
Y con la harina hizo una hermosa y jugosa barra de pan. Cuando la tuvo terminada, muy tranquilamente preguntó: Y ahora, ¿quién comerá la barra de pan? volvió a preguntar la gallinita roja.
Yo, yo! dijo el pato. Yo, yo! dijo el gato. ¡Yo, yo! dijo el perro. ¡Pues NO os la comeréis ninguno de vosotros! contestó Marcelina. Me la comeré yo, con todos mis hijos. Y así lo hizo. Llamó a sus pollitos y la compartió con ellos.
FIN
JAIRENES COCINERA
Aquella tarde Jairenes pensó que lo mejor sería hacer un pastel para merendar.
Vamos a ver si me acuerdo como lo hace mamá! Dijo y empezó a mezclar la harina con las claras de los huevos, después echó el azúcar y se puso a batirlo. Ahora a meterlo en el horno y a tener muchos cuidados de que no se nos queme-dijo Jairines
Y tú Micifuz baja de ahí si no quieres caerte y quemarte el bigote le dijo al Jato. Durante el tiempo que estuvo el pastel en el horno, tanto Jairines como Micifuz no se separaron de la cocina para poder vigilar muy atentamente, con el fin de fue no se quemara el pastel.
Mira que bonito va a quedar. Si va a estar tan bueno como bonito, nos vamos a chupar los dedos, bueno tú los bigotes Micifiy y efectivamente, estaba tan requetebueno que tuvieron a un invitado inesperado. Se trataba de Truk el minero el muñeco, payaso que su abuelita le había regalado para su cumpleaños. Y mientras tanto, haciendo el honor a la cocinera, Micifuz se relamía los bigotes de los buenos que estaba el pastel.
FIN
SALCHICHALANDIA
Había una vez un país muy lejano, más allá de las estrellas llamado Salchichalandia. En él vivían muchas hadas de distintos colores, las había rosas, azules, verdes, violetas…, a las que les encantaban las salchichas.
En el país de Salchichalandia, los árboles no daban frutas sino salchichas, en las praderas florecían salchichas, las flores eran…¡salchichas!. Pero un día de tanto comer y comer se acabaron las salchichas y todas las hadas se pusieron muy nerviosas; entonces el hada jefe las convocó a todas en una reunión y pensaron y pensaron la forma de conseguir más salchichas.
Todas las noches las hadas salían a vigilar, y por detrás de las estrellas comprobaban que todos los niños se fueran pronto a la cama y durmieran toda la noche del tirón. Pero una noche comprobaron que unos niños no se habían dormido y estaban alborotando en su habitación. Entonces fueron volando desde más allá de las estrellas hasta su habitación y sin hacer ruido entraron a visitarlos.
Los niños se quedaron muy sorprendidos, pero ellas los tranquilizaron y los invitaron a que visitaran su país. Los niños entusiasmados aceptaron su invitación y las hadas los rociaron con polvos mágicos y se fueron volando y volando hasta más allá de las estrellas.
Cuando llegaron a Salchichalandia todas la hadas los recibieron con gran revuelo, y los llevaron hasta el centro de la plaza mayor. Allí había un gran pozo con una luz muy brillante dentro y el hada jefe les dijo: ¿Queréis llevaros de recuerdo a vuestra casa esa estrella tan brillante que hay en el fondo del pozo?, pues sólo tenéis que pasar por el túnel y alcanzarla. Los niños encantados dijeron ¡sí!, ¡sí! Y justo cuando atravesaban el túnel las hadas accionaron el botón del pozo, que en realidad se trataba de una enorme batidora y todas gritaron a la vez ¡SALCHICHAS! ¡SALCHICHAS!, y trituraron a los niños convirtiéndolos en exquisitas salchichas.
Por eso hay que acostarse temprano y dormir toda la noche del tirón, porque si no vendrán las hadas y nos convertirán en salchichas.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN
UN MUCHACHO VENENCIANO
En Venecia, esa ciudad italiana que en vez de calles tiene canales navegables, un joven cada tarde se llega hasta el puerto y con su mirada inquieta busca algún posible barco en el horizonte azulado. Este joven es Marco Polo y espera con ansiedad el regreso de su padre, Nicolás, y de su tío, Mateo. Hace diez años que partieron con rumbo hacia el Oriente y con el propósito de vender sus mercancías.
Una tarde, los deseos de Marco se hicieron realidad y el barco de Mateo y Nicolás regresó a Venecia. ¡Qué alegría tan inmensa!
¡Dios mío! exclamó Nicolás al ver a su hijo. ¡Cómo ha crecido este niño!
Ya tengo dieciséis años, padre.
Marco no quiere separarse un momento de su padre y su tío, las cosas que le cuentan son fantásticas. El mundo es mucho más grande de lo que pensaba y muy lejos de Venecia existen países extraños, con gentes y costumbres diferentes.
¿Y cómo son los reyes en el Oriente? Marco no deja de hacer preguntas. Existe un hombre poderosísimo dice su tío. Es el Gran Khan.
¡Qué nombre tan raro!
Tiene a su disposición el más grande ejército que puedas imaginar. Y su palacio es el edificio más extraordinario que existe, y la gran imaginación del joven Marco volaba hacia allí y en su mente podía adivinar hasta la nube gigantesca de polvo que levantaban los jinetes de ese emperador tan increíble.
Yo quiero conocer al Gran Khan le dijo un día a su padre. Te acompañaré en el próximo viaje. Eres demasiado joven. Se decía Nicolás, conocedor de la dureza de un viaje semejante.
Antes de partir, visitaron la ciudad de Jerusalén. Mateo y Nicolás tenían que recoger allí un poco de aceite de la lámpara que alumbraba el Santo Sepulcro. Era una vieja promesa que habían hecho al Gran Khan. Mientras, Marco se dedica a curiosear por la ciudad y, como buen cristiano que era, queda entusiasmado por los descubrimientos que hace, que le recuerdan aspectos de la vida de Jesús de Nazaret.
FIN
LA VUELTA A CASA
Venecia, la ciudad natal de los Polo, seguía tomando forma en la mente de Marco, que cada vez la sentía más próxima. Debían reanudar el camino cuanto antes. Ya no podrían seguir por mar, era preciso organizar una nueva caravana para atravesar los vastos desiertos de Armenia y ganar las costas del Mediterráneo. El agradecido Chicatu les proporciona camellos y todo lo necesario. Será un camino muy penoso: los camellos enferman a los pocos días de marcha, se ven atacados por salteadores que pretenden apoderarse de su valiosa mercancía, tienen que soportar la dureza de un clima de temperaturas extremas y, para colmo, son asediados por una plaga de escorpiones. Muchos hombres y animales mueren, parte de la mercancía ha de ser abandonada; pero se necesitaba mucho más para doblegar la férrea voluntad y el arrojo de Marco Polo y los suyos. Una tarde, divisan el mágico azul de las aguas del Mediterráneo. Venecia está más cerca.
No obstante, los peligros no acaban. El barco que les transporta a su tierra se ve atacado por corsarios turcos y todos han de luchar contra los piratas. Los guerreros tártaros que aún acompañaban a los Polo se baten como leones y, a costa de sus vidas, hacen huir a ¡os sanguinarios piratas turcos, terror del Mediterráneo. El viaje toca a su fin. Venecia ya está a la vista. Una emoción inmensa embarga a Marco Polo, quien hace veinticinco años que partió de allí. Se hace algunas preguntas: ¿qué habrá sido de mis familiares y amigos? ¿Y de mi casa? ¿Se acordarán de nosotros? Pocas cosas han cambiado en la ciudad de los canales. Cuando llegó a su casa, y debido a sus ropas sucias y estropeadas, no fue reconocido. Pero bastaron un baño, unos vestidos nuevos y mostrar las riquezas conseguidas, para que todos recordasen a aquel muchacho que un día lejano partió, Con su padre y con su tío, hacia el Oriente.
Para terminar, os diré que, a pesar de que no volvió a emprender otro viaje largo, su vida no transcurrió calmada. Marco Polo había nacido para la acción. Años después participó en una batalla entre venecianos y genoveses. Fue hecho prisionero y, por suerte para todos nosotros, su compañero de celda era un notable calígrafo. A él le dictó el libro que todo el mundo conoce como «Los viajes de Marco Polo».
Hubo incrédulos y mal pensados que aseguraban que todo era una invención y que nada de lo contado había ocurrido en la realidad. Se afirma que, cuando Marco Polo, a la edad de setenta años, estaba a punto de morir, alguien le pidió que rectificase las muchas mentiras de su libro. Su respuesta fue ésta: No he contado ni la mitad de lo que he visto. Dos siglos después, otro viajero incomparable se propuso llegar a la corte del Gran Khan, pero esta vez navegando hacia Occidente. Era Cristóbal Colón, quien durante la travesía, releía con avidez el libro de Marco Polo.
FIN
Citar este texto en formato APA: _______. (2013). WEBSCOLAR. Cuentos infantiles para niños de kinder a VI grado. https://www.webscolar.com/cuentos-infantiles-para-ninos-de-kinder-a-vi-grado. Fecha de consulta: 22 de noviembre de 2024.