EL PUERTO Y LOS MUELLES DE CRISTÓBAL
No había acabado de secarse la tinta del Tratado del Canal, del 18 de noviembre de 1903, cuando el gobierno de los Estados Unidos de América empezó a sacar las uñas. Y se iniciaron las protestas panameñas.
El 11 de agosto de 1904 José Domingo de Obaldía, en su carácter de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República de Panamá ante el gobierno estadounidense, presentaba al Secretario de Estado en Washington, formal protesta por la acción omnímoda del General G. E. Davis, de declarar a Cristóbal puerto internacional, en jurisdicción zoneíta. Señalaba el señor De Obaldía en su protesta: “En la Zona del Canal, tal como está descrita en el articulo II del Convenio Bunau Varilla-Hay, no se comprenden las ciudades de Panamá y Colón, ni sus puertos adyacentes; las unas y los otros han sido expresamente excluidos de dicha Zona. Y agregaba: El lugar llamado Cristóbal no es sino un barrio de la ciudad (de Colón); allí no hay nada que pueda considerarse, ni abusando de las palabras, como un puerto distinto (del puerto de Colón). Poco después el gobierno de los Estados Unidos se salía con las suyas elevando lo actuado por el General Davis a categoría de convenio bilateral (Convenio Taft, 6 de diciembre de 1904). Así quedaron formalmente establecidos y delimitados dos puertos adyacentes a Colón, en la bahía de Limón: el puerto de Colón, en jurisdicción panameña, y el puerto de Cristóbal, en jurisdicción zoneíta (estadounidense). Pero eso no iba a ser suficiente. Llegaría el año de 1914; se inauguraría el Canal, y los Estados Unidos sentirían la necesidad de más tierras, para ampliar el puerto y defenderlo, y modernizar los muelles. Los detalles de esa historia se sintetizan en el capítulo que va a continuación.
EL BANQUETE DE LA IGUANA
Por sí solas se explican las líneas que siguen y que corresponden a mi artículo de prensa, publicado en la Estrella de Panamá y La República, el 15 y el 29 de septiembre de 1985, respectivamente: En la cronología del mes de septiembre, del interesante y útil Calendario Histórico de la Nacionalidad que compila don Jorge Conté Porras, de la Academia de Historia, y publica mensualmente la Estrella de Panamá, aparece esta anotación: 1914. Sept. 2. Se firma el Convenio Lefevre-Price, por medio del cual los Estados Unidos regresan a la jurisdicción panameña las tierras aledañas a Panamá La Vieja, originalmente incluidas en la Zona del Canal.
Reducir a cuatro o cinco líneas lo medular de un suceso histórico relevante, no siempre es fácil. En aras de la concisión que exigen los apuntes en forma de calendario, se sacrifican a veces datos importantes. Es difícil en algunos casos encontrarle, dentro de la síntesis que requiere ese tipo de asiento, cabida a información sin la cual el dato histórico queda incompleto, mutilado, al extremo de constituir una verdad a medías. Es lo ocurrido con el apunte citado, de cuya lectura queda la impresión de unos Estados Unidos dadivosos, magnánimos, que devuelven tierras a Panamá sin nada a cambio. Lo que en este caso se le quedó a don Jorge en el tintero, por laconismo, es la otra cara de la moneda.
Convencido de que con respecto al Convenio Lefevre-Price hay cosas que algunos conciudadanos pretenden ignorar y otros en realidad ignoran, transcribo estos párrafos del libro La verdad sobre Colón: Hay un hecho histórico que pasa inadvertido por los conciudadanos que, sin profundizar en las limitaciones físicas del crecimiento urbano de Colón, dan por sentado que esta ciudad no se ha extendido más por falta de empuje, de vigor, de dinamismo de los colonenses. Así piensan no solo individuos a quienes se les puede perdonar una conclusión ayuna de verdad por la ignorancia que en ellos la suscita, sino, también, sujetos que en otros aspectos dan muestras de conocimiento, compenetración y juicio recto, pero a quienes, cuando se trata de Colón, el prejuicio les obnubila el pensamiento.
El caso es que por efecto de la Convención Lefevre-Price, se convino en quitarle a la ciudad de Colón espacio vital en terrenos y aguas de la bahía de Limón, y entregárselos al Coloso del Norte para su uso, ocupación y dominio, a cambio de las tierra de Las Sabanas, La Carrasquilla, Hato Pintado y La Locería, en el litoral pacífico. La ciudad de Colón se vio así más limitada en su ya disminuida jurisdicción. Mientras, a trueque de tierras y aguas colonenses, la ciudad de Panamá encontró salida y terrenos amplios para expandirse.
Los terrenos sustraídos a Colón en ese intercambio, los usaron los estadounidenses para construir un fuerte militar, y el sector costanero y las aguas territoriales al sureste de la ciudad, para los muelles de Cristóbal. Nos quitaron el puerto y nos hicieron seguir cargando con la parte sucia de éste: prostitución, proliferación de cantinas y presencia cotidiana de gente de mala calaña. Se ha hecho mucho hincapié en la habilidad diplomática del señor Lefevre en el episodio coyuntural de este canje conocido en nuestra historia como el banquete de la iguana, al sentar el precedente en las relaciones de Panamá con los Estados Unidos, de “no entregar nuevas tierras, sin compensaciones ni reciprocidad de beneficio. Pero no se resalta y hasta se oculta que Colón fue la víctima propiciatoria de esa permuta, y que la iguana que le dieron a comer al ministro Price en casa del Secretario de Relaciones Exteriores, estaba aderezada con especias de sacrificio colonense. Este episodio ha sido identificado significativamente como “uno de los más fabulosos negocios de las clases gobernantes en la república: bienes raíces.
LA CIUDAD NUNCA CAMBIÓ DE NOMBRE
Solo un conocimiento imperfecto de la historia de la ciudad de Colón puede explicar la afirmación que se hace, a veces con insistencia morbosa, de que en un principio su nombre fue “Aspinwall”. Colón ha sido siempre Colon. Ni Aspinwall, ni Navy Bay, ni Marine Bay, ni ninguna otra forma denominativa jamás fue su designación propia y oficial. No es la primera vez que pongo de manifiesto el craso error al cual acabo de referirme. De ello dan fe el libro La verdad sobre Colón que aparece incluido en la bibliografía de la presente obra, y algunos de lo numerosos artículos de prensa que sobre el particular he escrito durante los últimos cincuenta años.
En ellos aclaré de paso, que Victoriano de Diego Paredes no era panameño como dice Eduardo Lemaitre, y señalé que eran extranjeros de habla inglesa, particularmente estadounidenses y angloantillanos, los que daban en llamar la ciudad con nombres espurios. Los funcionarios de la ciudad, las autoridades departamentales y de la nación en general, y con ellos la población de habla castellana, nunca dejaron de identificarla por su verdadero nombre: Colón. Para que tomen nota los que quieran referirse con rigor histórico al nombre de esta urbe, presento la palabra viva del doctor Justo Arosemena, el panameño por excelencia. Antes, un apunte introductorio.
El 4 de febrero de 1857 el gobierno de los Estados Unidos presentó al de la Nueva Granada, reclamación por el Incidente de la Tajada de Sandía, ocurrido en la ciudad de Panamá el 15 de abril de 1856. Según el doctor Octavio Méndez Pereira, la tajada de sandía que compró y no quiso pagar un Jack Oliver ebrio, en la frutería del pariteño José Manuel Luna, le iba a costar a la nación el pago de los daños ocasionados por el motín célebre, más dos grupos de islas de la bahía de Panamá; la cesión de los derechos y privilegios reservados en el contrato del Ferrocarril de Panamá y la erección de las ciudades terminales de éste en dos municipalidades independientes y neutrales, que se gobernarían por si mismas.
A raíz de las reclamaciones de los Estados Unidos por el Incidente de la Sandía, escribió Justo Arosemena: Panamá es hoy sin disputa la joya privilegiada del continente americano. El porvenir de este Estado es incalculable, y él, para prosperar y engrandecerse, no necesita sino la paz y administración publica esmerada. Su ferrocarril es muy valioso, y en él tiene el gobierno granadino preparado un gran capital suficiente para la amortización de toda su deuda exterior. Pero esas mismas ventajas excitan la codicia norteamericana, y de aquí viene que, de tiempo atrás, los hombres de la raza yanqui que pasan por el Istmo o se establecen en él, se afanan por suscitar dificultades de todo género a fin de hacer imposible en el Estado todo gobierno que emane de los nacionales, y preparar y justificar así lentamente, un movimiento que dé por resultado algún día la absorción del Istmo entero por los Estados Unidos.
Es dominado por ese solo pensamiento como los yanquis han perpetrado toda especie de atentados, mostrando en todos sus actos de provocación el más insolente desprecio por las instituciones, las costumbres, la autoridad y la raza nacional del Istmo. Por eso desconocen la autoridad nacional, empezando por rechazar el nombre de Colón que la ley istmeña ha señalado a la nueva ciudad fundada en la isla de Manzanillo. ¿Que tendrán que decir, después de leer esto, los que, por un lado y con razón se ofenden con el intervencionismo yanqui, y, por otro, con ingenuidad insólita, se les hace agua la boca con la frase Colón, antigua ciudad Aspinwall?
Cuando, a mediados de 1853. los Estados Unidos nombraron su primer Cónsul en Colón (Chagres había sido hasta entonces el asiento de los funcionarios consulares estadounidenses en el litoral atlántico del Istmo), el gobierno neogranadino le negó el exequátur, porque en las letras patentes se designaba “Aspinwall” como su destino, y este lugar, subrayaba la cancillería bogotana, no existía (ni jamás existió) en la geografía del país, la secretaría de Estado en Washington tomó nota e hizo la corrección del caso, con mal disimulado disgusto. Nunca hubo cónsul estadounidense en “Aspinwall”. Todos, desde 1853 hasta hace unos cuantos años, cuando la oficina consular cerró sus puertas en este lado del Istmo, fueron asignados a Colón. En 1866 el general bogotano Pedro Alcántara Herrán, de paso por el Istmo, trató de que la asamblea legislativa del Estado Soberano de Panamá, le cambiara el nombre a la ciudad de Colón por el de Aspinwall. La asamblea desestimó la solicitud del general y ex presidente de la República de Nueva Granada, de quien se sabía que era amigo íntimo del señor Aspinwall.
En 1890 el presidente Carlos Holguín, de Colombia, ordenó por decreto ejecutivo, devolver al lugar de origen toda correspondencia que llegara a la ciudad de Colón con otro nombre. Así se le puso fin al desconocimiento del nombre oficial de la ciudad, por los extranjeros. NO HUBO CAMBIO DE NOMBRE.
Durante los últimos veinte años ha estado rodando una especie de lo que algunos psicólogos llaman mentira blanca, consistente en aseverar que la ciudad de Colón era conocida por la generalidad de las personas, en un pasado no remoto como La Tacita de Oro. Es posible que a alguien se le haya ocurrido usar la frase, en alusión al ornato y aseo que presentaba la ciudad cuando los gringos imponían sus rígidas normas de sanidad, y más recientemente, cuando el distrito tuvo un alcalde de grata recordación por su dinamismo. En todo caso, no es cierto que el título de “La Tacita de Oro” llegara a generalizarse alguna vez, como nombre antonomástico de la ciudad de Colón. Lo más probable es que quienes aseguran lo contrario, se hayan confundido con el nombre característico de “La Costa de Oro” que se le dio a la ciudad entre 1912 y 1940, y que se hizo extensivo a la provincia, por su extraordinario movimiento comercial; por su condición de mayor contribuyente al fisco; por ser el centro de mayor producción y exportación de bananos, cocos, tagua o marfil vegetal y goma de balata, productos que se cotizaba muy bien en el mercado mundial. Históricamente, en el istmo de Panamá, fue la población de Parita la que se conoció como La Tacita de Oro. Ocurrió a mediados del siglo XIX, y se llamó así por lo distinguido de la sociedad que allí residía.
ORIGEN DEL NOMBRE DE LA CIUDAD
Fue Mariano Arosemena Quesada (médico-cirujano, catedrático de la Universidad de San Marcos, Lima, y por más señas hermano de don Justo) quien propuso, en la Cámara Provincial de Panamá, darle el nombre de Colón a la población que, por efecto de la construcción del Ferrocarril, habría pronto de surgir sobre la isla de Manzanillo. Ello en homenaje al Navegante Genovés, quien en su último viaje estuvo por las inmediaciones de este lugar.
La ordenanza, que se firmó el 10 de octubre de 1850 y se hizo efectiva dos días después justamente en el aniversario 358 del Descubrimiento de América habla de crear un distrito parroquial; una clasificación que hace tiempo dejó de usarse en la terminología política panameña y que es sugerente de algo relacionado con la Iglesia. El párrafo que le sigue al artículo aludido aclara, no obstante, que se trataba de la nueva población. Y ha de entenderse que parroquial se dice allí no en sentido eclesial sino de división territorial. En cuanto a la presencia de Cristóbal Colón en estos parajes, Samuel Eliot Morison da por seguro qua la flota de Colón permaneció anclada frente al sitio donde hasta hace algunos años estuvo emplazada la base naval estadounidense de Coco Solo, mientras se carenaban los fondos de la Gallega en una playa cercana, y se cerraban sus vías con alquitrán, desde la Navidad de 1502 hasta el Año Nuevo de 1503. Está debidamente comprobado, pues, que el nombre de la ciudad quedó determinado antes de su nacimiento, en acto de previsión sabia de la autoridad competente.
EL ORO DE CALIFORNIA NO FUE LA GÉNESIS DEL FERROCARRIL
No cabe la menor duda de que la fundación de la ciudad de Colón fue consecuencia de la construcción del Ferrocarril de Panamá. Pero no es cierto que el descubrimiento del oro en California haya sido el origen del Ferrocarril. Pongamos las cosas en su lugar: Cuando el 24 de enero de 1848 James Marshall, un trabajador del valle de Sacramento, en California, descubrió oro en la corriente de agua del molino del suizo John Augustus Sutter, ya el gobierno de los Estados Unidos de América, en despliegue de sus preocupaciones por acortar distancias en la vastedad del país, activaba planes de construcción de un canal interoceánico y un ferrocarril transístmico.
El 17 de agosto de 1847 (cinco meses antes del oro), provistos de un contrato con el gobierno de su país, los estadounidenses George Law, Marshall Owen Roberts y otros organizaron la U.S. Mail Steam Line, para transportar la correspondencia entre Nueva York, Nueva Orleáns y Chagres. Asimismo, el 19 de noviembre de 1847 (dos meses antes del oro) William Henry Aspinwall recibió en traspaso una concesión para el servicio postal entre la costa pacífica de los Estados Unidos y Panamá. Aspinwall ya había elaborado un plan para la construcción de un ferrocarril a través del Istmo. La noticia del descubrimiento de oro en California, por las dificultades de comunicación propias de la época, tardó en llegar al resto de los Estados Unidos y a otras partes del mundo, y no tuvo repercusión sino hasta un año después. La carrera loca de los buscadores de oro se inició en enero de 1849, al registrarse en Londres cinco compañías mineras californianas con un capital de millón y cuarto de libras esterlinas. Y los hombres del cuarenta y nueve (en inglés, the forty niners) siguieron todas las rutas imaginables.
Antes, el 28 de diciembre de 1848 el gobierno de Nueva Granada, por intermedio de su ministro en Washington, general Pedro Alcántara Herrán, les había otorgado a los señores Aspinwall, Stephens y Chauncey, la concesión anteriormente asignada a Mateo Klein, en 1846, para la construcción de un camino de rieles a través del Istmo. Este convenio devino un año más tarde (el 15 de abril de 1850) en el contrato Stephens-Paredes firmado en Bogotá. Fueron las dificultades para comunicarse con California y Oregón por tierra, y la vuelta al cabo de Hornos en las más absurdas y lentas embarcaciones, las que motivaron el interés político y económico de los estadounidenses en un ferrocarril a través del Istmo de Panamá.
Señala Otis que cuando el contrato Stephens-Paredes se encontraba todavía en proceso de negociación, en los cálculos del éxito ulterior de la empresa solo figuraban las ventajas que la vía férrea ofrecería al mundo, al reducir las rutas marítimas en miles de miles de millas. Y agrega que el descubrimiento de oro en California, y el consiguiente tránsito extraordinario de viajes a través del Istmo, lo que hicieron fue ofrecerle a la compañía mayores perspectivas comerciales. Ciertamente la Panamá Railroad Company fue registrada en Nueva York el 7 de abril de 1849; pero sería un error tomar esta fecha como punto de partida del proyecto de construcción del ferrocarril transístmico por los estadounidenses. No muy conocido es esto que escribió don Justo Arosemena en noviembre de 1856, como parte de un artículo sobre los orígenes del Ferrocarril de Panamá con el título de El caballo de hierro: Por una coincidencia notable, comenzó también en 1849 la emigración excitada por el descubrimiento de portentosas minas de oro de California, que el gobierno de los Estados Unidos acababa de adquirir por compra a la República de Méjico. Y obsérvese que decimos coincidencia, porque en efecto, no había entrado en los cálculos de la compañía empresaria del camino de hierro, el vasto comercio de California, imposible de prever cuando ella se dirigió a nuestro gobierno solicitando un privilegio sobre las mismas bases del concedido en 1846 a Mateo Klein, que por entonces había caducado.
El semanario El Heraldo, de Panamá reprodujo en noviembre de 1994 el artículo de don Justo anteriormente citado. Sobre el particular, Ernesto Endara hizo el siguiente comentario: desayuné con la noticia de que el contrato para su construcción (del Ferrocarril de Panamá) se había firmado antes de que reventara ese notición del descubrimiento de oro en California. Siempre creí que el ferrocarril era un efecto de aquello. Como si la obsesión por unir los dos océanos estuviese atada al aurífero metal únicamente. Armando Araúz aclara el asunto de esta manera: Las firmes creencias en el futuro comercial de la costa del Pacífico las tuvieron algunos pioneros de 1847, cuando California aun no era parte de los Estados Unidos… los promotores aprovecharon un subsidio anual que existía para el correo marítimo entre Nueva York y la desembocadura del Chagres, para proponer un gran sistema comercial por el cual se combinaran las rutas de mar y tierra con un proyecto de ferrocarril transístmico. En ningún momento la idea se dio con intención de servir de puente a los lavadores de oro en California, como ha sido frecuente creer. Veamos el asunto desde otro ángulo histórico: El 12 de diciembre de 1846 se firmó en Bogotá el Tratado Mallarino-Bidlack, mediante el cual (Artículo XXXV) la República de la Nueva Granada le concedió a los Estados Unidos de América el derecho de vía o tránsito al través del istmo de Panamá, por cualesquiera medios de comunicación entonces existentes o que en lo sucesivo pudieran abrirse, a cambio de la garantía de la perfecta neutralidad del ya mencionado Istmo. Fue este tratado el que abrió el camino al Ferrocarril de Panamá. En Washington, al Senado le tomó poco más de un año confirmarlo; pero, al momento de su firma no se había descubierto el oro de California.
CONTROVERSIA SOBRE LA FECHA DE FUNDACIÓN DE LA CIUDAD
Sintetizo aquí, con algunas observaciones adicionales lo que en relación con este tema aparece en La verdad sobre Colón, libro que en 1980 escribí con mi hermana. Según el historiador Héctor Con Bermúdez, la ceremonia que desde 1928 se conmemora como la fundación oficial de la ciudad de Colón, ocurrió el 27 febrero de 1852. En prueba de ello Conté Bermúdez reprodujo el texto de la nota enviada por el gobernador de la provincia de Panamá, Antonio Planas, al presidente de la Compañía del Ferrocarril, John L. Stephens, el 15 de marzo de 1852.
En 1932 el historiador Ernesto J. Castillero R. da por bueno el 27 de febrero de 1852 como la fecha de la fundación de la ciudad, en su libro El Ferrocarril de Panamá y su Historia. Diecinueve años después, Castillero, en unión del también historiador Juan A. Susto, cambia de opinión: en carta del 20 de junio de 1951 dirigida al periodista José M. Vásquez M. , dice haber llegado a la conclusión de que fue el 29 de febrero cuando tuvo lugar la fundación. Esa convicción, fundamentada en un periódico de la época, la reafirma luego, en 1962, cuando escribe La isla que se transformó en ciudad.
Los que sustentan la tesis del 29 de febrero citan la Historia Contemporánea de Colombia por Gustavo Arboleda, pero pasan por alto las impugnaciones que Conté Bermúdez le hizo a la obra, en la carta que con fecha de 23 de enero de 1943 le remitió al profesor José Guardia Vega, y no se le presta atención cuando en ella dice: En las Memorias de don Victoriano de Diego Paredes que se publicaron en 1940, en la sección literaria y dominical de El Tiempo de Bogotá, que conservo empastadas, consta igualmente que la fundación de Colón tuyo lugar el 27 de Febrero de 1852. No ha habido interés, tampoco, de parte de sus opositores en la controversia, en determinar los otros (documentos) que podría aportar al tenor del antepenúltimo párrafo de su carta. Infortunadamente, Conté Bermúdez dejó de existir en 1946. No conoció y, desde luego, no pudo contestar a los que estiman infundado su planteamiento. Castillero señala que Enrique J. Arce había publicado el oficio de Planas en El Heraldo del Istmo del 30 de, abril de 1906 y supone que de allí lo tomó Conté Bermúdez; pero que ni éste ni aquél dijeron dónde reposaba el original. Contradictoriamente, Castillejo no descarta la autenticidad del documento, al manifestar que ha llegado a pensar (otra de sus suposiciones) que en las publicaciones de la carta hubo error de imprenta en cuanto a la fecha de fundación de la ciudad.
Los originales de la referida correspondencia entre Stephens y Planas no aparecen en los Archivos Nacionales de Panamá; ni en los de Colombia; ni en los de Estados Unidos. Lo que no es prueba de que esa correspondencia jamás haya existido. Arce y Conté Bermúdez dejaron estelas de seriedad en la investigación, histórica, y no iban a sacarse un documento de la manga. Por otra parte, no tiene pies ni cabeza la especie echada a rodar que se señaló el 27 de febrero como la fecha de fundación de Colón, para poder celebrarla anualmente, ya que el 29 de ese mes no aparece en el calendario sino cada cuatro años. Si así fuera, ¿Por qué escoger precisamente el 27 y no el 28? Es tan deleznable la ocurrencia que casi no vale la pena decir nada más de ella. Sin embargo, es importante demostrar que ese no fue el criterio que informó el Acuerdo N° 3 de 31 de enero de 1928, sancionado por el Alcalde del Distrito el Io de febrero del mismo año, por el cual el concejo de Colón declaró día de fiesta municipal el 27 de febrero de cada año. ¿En 1928, qué necesidad tenían los concejales de suplantar el 29 por el 27 (de febrero), si éste y no aquél era el día que ya, desde 1906, por lo menos, estaba en la mente de los colonenses como el día de la fundación de la ciudad? Y digo por lo menos, porque aunque no era ni todavía es del dominio público, en 1892 el doctor Justo Arosamena había escrito en el periódico La Situación, de Colón: El bautizo de la ciudad tuvo lugar el 27 de Febrero de 1852.
Otra hipótesis que no resiste el más leve análisis, es la que pretende establecer como artículo de fe, el razonamiento de que, siendo domingo el 29 de febrero de 1852, tuvo que ser el día escogido para fundar oficialmente la ciudad, y no el 27, que fue viernes. ¿Desde cuándo ha sido costumbre inveterada de los estadounidenses esperar a que sea domingo para poner la primera piedra de un edificio, o hacer fiesta? En la propia historia de la Compañía del Ferrocarril hay pruebas de lo contrario: el 24 de noviembre de 1853, la Compañía festejó, con la asistencia de gran cantidad de empleados, la terminación del puente del ferrocarril sobre el río Chagres. Era jueves (De la fiesta dio cuenta el Panamá Star del 23 de diciembre de 1853). Y la terminación del ferrocarril – hecho que ocurrió entre la media noche del 27 de enero de 1855 y las primeras horas del día siguiente – se festejó en Colón el 20 de febrero de ese año, desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, según el relato del Star & Herald del 26 del mismo mes y año. Era martes.
En su discurso del 27 de febrero de 1985, pronunciado en sesión solemne del concejo, el profesor Jorge Luis Macías Fonseca le sugirió a la administración municipal someter la controversia a la consideración de la Academia Panameña de la Historia. En atención a la sugerencia, el alcalde Juan Fidel Macías Cerezo le remitió a la Academia, por conducto de su presidente, el arquitecto Samuel Gutiérrez Cano, nota fechada el 20 de marzo de 1985 en la cual solicitó de la institución una definición histórica de la fecha de fundación de nuestra ciudad de Colón.
En las frases introductorias de su contestación, fechada el 22 de abril de 1985, el presidente de la Academia le dice al alcalde Macías Cerezo: me permito ofrecerle mi criterio…, y luego comenta: Resulta, señor Alcalde, que para darle una respuesta precisa, habría que realizar prolijas investigaciones tanto en Panamá corno en Colombia, para realizar los cotejos de rigor. Más adelante agrega: El trabajo de don Héctor Conté Bermúdez, quizás por tratarse de un breve ensayo periodístico, no incluye la fuente que compruebe la fecha del 27 de febrero. En cambio, don Ernesto J. Castillero basa esta fecha en fuentes que, como el periódico El Panameño…. publicado apenas dos semanas después, señaló como fecha de fundación de la ciudad el 29 de febrero. Y finaliza declarando: opto por la fecha del 29 de febrero… (Las citas son textuales; el subrayado es mío).
Interesante la apreciación del académico Gutiérrez; pero cabe observar que encierra su opinión personal y no el juicio de la Academia, a la cual, por razones no explicadas, no se le sometió la controversia. Y, respetable como es el criterio del académico Gutiérrez, no tiene, por lo menos en este caso, el valor de dictamen de la Academia Panameña de la Historia. Aparte de que, como él mismo lo afirma, el asunto requiere de prolija investigación.
A mediados de 1986 el profesor Jorge Luis Macías Fonseca viajó a Colombia, con el patrocinio del Consejo Municipal de Colón, la Universidad de Panamá y los Archivos Nacionales en búsqueda de documentos que pusieran en claro la fecha de fundación de la ciudad. A su regreso a ésta, el profesor Macías escribió una serie de artículos en La Estrella de Panamá (27/junio/1986; 6/septiembre/1986; 8/marzo/1987; 29/marzo/1987) y sintetizó el resultado de sus investigaciones en Colombia de esta manera: El exhaustivo trabajo de pesquisa y ubicación de documentos… determinó la no existencia de documento oficial ni de otro tipo que indique el 27 de febrero o el 29 de febrero, como fecha de fundación de la ciudad de Colón.
Por mi parte hace unos años me comuniqué con The National Archives and Records Administration of the United States (Archivos Nacionales de los Estados Unidos), donde, según respuesta recibida no hay ningún documento que arroje luz sobre la fecha del acto presidido en Colón, en 1852, por los señores Stephens y Paredes. (Al final de este capítulo se reproducen las notas cruzadas en este sentido, y sus correspondientes traducciones).
Al cabo de todos estos años estamos en las mismas: ¿Fue el 27 de febrero de 1852 o el 29 del mismo mes y año, cuando tuvo lugar el acto que venimos llamando la fundación oficial de Colón? Si después de las consideraciones que pasaré a exponer en el próximo capítulo seguimos los colonenses pensando que es de medular importancia determinar, sin lugar a dudas, la fecha del acontecimiento referido, creo que tenemos a mano la solución:
- Si como tiene apoyo en lo tradición y sustento en una serie de indicios la vieja estructura que ha resistido el paso del tiempo en la esquina de calle 5 y la avenida de los Mártires (cerca de las escombros del muelle 3), es la reconstrucción que, después del fuego de 1885, se hizo sobre los mismos cimientos del edificio de 26 varas de frente y 56 de fondo cuya primera piedra se colocó un día de febrero de 1852, a convocatoria de los directores de la Compañía del Ferrocarril de Panamá; debe de estar en la base del edificio, la caja de cobre contentiva del acta de la reunión, con indicación de fecha y demás pormenores.
- Si ello es así, ¿no sería conducente que la autoridad a quien compete procediera, con el asesoramiento técnico del caso, a localizar la caja y extraer de ella los documentos y objetos que contiene, sin causarle daños irreparables al edificio, cuyo valor histórico es incuestionable? Así se le pondría fin a una discusión que se ha tornado estéril.
En esto de la controversia sobre la fecha de fundación de Colón, hay un detalle al cual me referí hace unos veinte años y que suele pasar inadvertido en la discusión, y es que según F. N. Otis (el primero que historió la construcción del ferrocarril transístmico) el 2 (dos) de febrero de 1852 (no el 27 ni el 29) la ciudad de Colón fue formalmente inaugurada. Otis no dio a conocer la fuente de su información al respecto, ni nadie aparentemente se ha interesando por determinarla: no obstante son varios los historiadores que la transcriben sin ponerla en tela de juicio: Gerstle Mack (The Land Divided, Nueva York, 1944). David McCullough (The Path Between the Seas, Nueva York, 1977), Orlando Martínez (Panamá Canal, Londres, 1978) y Celestino Andrés Araúz y Patricia Pizzurno Gelós (El Panamá Colombiano, Panamá, 1993). Ya solamente en plano de ejercicio mental quiero decir lo siguiente: En relación con los dos documentos que constituyen el fundamento de la controversia de las fechas (la nota del gobernador Planas y la noticia de The Panamá Herald) se ha suscitado una serie de conjeturas, y yo me pregunto: si, en ausencia de pruebas fehacientes, se aduce la posibilidad de error en la reproducción de la nota de Planas, ¿por qué no ha de suponerse la misma posibilidad en la publicación de la noticia? ¿Que la fecha que dio The Panamá Herald es la misma que apareció meses después en una cronología del mismo periódico? ¿Acaso los errores no se repiten? Ahora, obsérvese que del texto de la nota de Planas no es dable deducir con certeza la fecha de la ceremonia en la cual Victoriano de Diego Paredes actuó oficiosamente. Planas le avisa recibo a Stephens de su carta fechada el 27 de febrero de 1852. La fecha de la carta no tuvo que ser necesariamente la fecha de la ceremonia, y nada hay en la respuesta que lo indique. Para determinarla tendríamos que buscarla en el texto de la carta de Stephens, que nadie ha encontrado todavía. Una cosa está clara: si la carta de Stephens es del 27 (veintisiete) de febrero, mal podría haber sido el 29 (veintinueve) el día de la llamada fundación de la ciudad. Por otra parte, Otis tendría que haberse equivocado al señalar el 2 (dos) de febrero como la fecha del referido aconteciiuiento, si, como aparece en las crónicas que conocemos, es cierto que dentro de la caja de cobre que se enterró el día del solemne acto, hay un ejemplar del New York Herald del 9 (nueve) de febrero de 1852.
TEXTO de la carta a los Archivos Nacionales de Estados Unidos
Colón, Republic of Panamá
March 26. 1997
National Archives
Washington, D. C.
Dear Sirs:
Acoording to the Panamá Herald of March 9, ¡852 the city of Colón was named “Aspinwall” on February 29, 1852 bv Mr. John Stephens, President of The Panamá Railroad Company, and señor Victoriano de Diego Paredes, who was on his way to the Unite’d,States as Minister of the Republic of Nueva Granada. The late Panamanian historian Héctor Conté Bermúdez stated that the evenl occurred on February 27. In support of his statement he produced a copy ofa letter to Mr. Stephen by señor Antonio Planas, Governor ofthe Province of Panamá, in reply to the former ‘s note reporting the event. Neither the origináis ñor official copies ofthe above referred correspondence have beenfound in the National Archives ofeither Panamá or Colombia. Wouldyou kindly let me know ifthere is any document onfile with you in thís connection? Very truly yours,
Max Salabarría
P.O. Box 890. Colón, Panamá
TRADUCCIÓN de la carta a los Archivos Nacionales de Estados Unidos
Colón. República de Panamá
26 de marzo de 1997
Archivos Nacionales Washington, D.. C.
Estimados señores:
De acuerdo con el Panamá Herald del 9 de marzo de 1852 la ciudad de Colón fue bautizada como “Aspinwall” el 29 de febrero de 1852 por los señores John Stephens,, presidente de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, y Victoriano de Diego Paredes, de tránsito hacia los Estados Unidos como ministro de la República de Nueva Granada. El finado historiador panameño Héctor Conté Bermúdez afirmó que el acontecimiento ocurrió el 27 de febrero. Respaldó su afirmación con copia de la carta remitida al señor Stephens por el señor Antonio Planas, gobernador de la provincia de Panamá, en respuesta a la nota mediante la cual aquél le informó sobre el acontecimiento. En los archivos nacionales de Panamá y Colombia no aparecen ni los originales ni copias oficiales de la referida correspondencia. ¿ Tendría usted la amabilidad de hacerme saber si en sus archivos hay algún documento sobre el particular? Atentamente.
Max Salabarría
Apartado 890. Colón. Panamá
TRADUCCIÓN de la carta de los Archivos Nacionales de Estados Unidos
29 de abril de 1997
Señor Max Salabarría
Apartado postal 890
Colón, Panamá
Estimado señor Salabarría:
La presente es en respuesta a su carta del 26 de marzo de 1997 en la que solicitó una búsqueda de información relacionada con la designación de “Aspinwall” como nombre de la ciudad de Colón, la cual según indica usted tuvo lugar el 27 o el 29 de febrero de 1852. Efectuamos una búsqueda en los archivos del Canal de Panamá, específicamente las “Actas de los comités Ejecutivo y Financiero”, julio 1849-junio 1906, en lo concerniente al período V de julio de 1849-3 de marzo de 1852. Verificamos también el período 2 de febrero de 1852-5 mayo de 1852 de las “Cartas de George M. Totten “, Volumen 1. 1849-1853 y “Libros de Cartas del Ferrocarril de Panamá”, Volumen 4. 3 de febrero de 1852-marzo 1852. En ninguna de estas series encontramos información alguna sobre la ceremonia mencionada en su solicitud. Verificamos también los archivos del Departamento de Estado relativos a Panamá, pero infortunadamente nuestros más antiguos despachos (informes consulares) son del periodo que va del Io. de enero de 1857 al 31 de diciembre de 1857. Lamentamos no haber podido encontrar información alguna relacionada con su solicitud. Sinceramente.
PRED J. ROMANSKI
Archivero
Sección de Textos de Consulta
Archivos II
¿CUÁNDO, EN REALIDAD, QUEDÓ FUNDADA OFICIALMENTE LA CIUDAD?
Los antecedentes de la celebración anual del 27 de febrero como aniversario de la “fundación oficial” de la ciudad de Colón, los dejó anotados el doctor Héctor Conté Bermúdez en el segundo párrafo de su carta del 23 de enero de 1943, al profesor José Guardia Vega. Relata don Héctor que era él alcalde de Colón cuando, al concluir la construcción del Palacio Municipal, en 1928 se pusieron (él y el gobernador Juan Demóstenes Arosemena) a buscar, una fecha adecuada para la bendición e inauguración del edificio. Y agrega: Al fin yo indiqué el 27 de febrero, que fue aceptado por el doctor Arosemena, porque le recordé que el 27 de febrero de 1852 se había dado comienzo oficialmente a la fundación de la actual ciudad de Colón. Así nació el Acuerdo No. 3 de 31 de enero de 1928 del Consejo Municipal del Distrito de Colón, por el cual se declara fiesta municipal el 27 de febrero de cada año. El original de este documento creo que no va a encontrarlo nadie; porque lo más probable es que se haya convertido en cenizas (lo mismo que otros documentos también de valor histórico) en el incendio que dejó en ruinas el Palacio Municipal el 6 de junio de 1966.
En la parte motiva del susodicho acuerdo se considera que a presencia del Encargado de Negocios de Colombia en los Estados Unidos, doctor Victoriano de Diego Paredes, de tránsito en el Istmo, se fundó oficialmente la actual ciudad de Colón el 27 de febrero de 1852. Después de un análisis objetivo y metódico, he llegado al convencimiento de que lo ocurrido ya sea el 2 de febrero (como dice Otis), o el 27 del mismo mes (como señala Conté Bermúdez), o el 29 de febrero (como afirma Castillero) de 1852, no fue ni fundación, ni bautizo, ni inauguración (ni oficial ni de ninguna otra naturaleza) de la ciudad de Colón.
Está visto que el señor Paredes no estaba facultado para fundar, inaugurar o bautizar pueblo alguno en el Istmo; ni para ponerles nombre. Estaba revestido del cargo de Encargado de Negocios de la República de Nueva Granada ante el gobierno de los Estados Unidos de América, y se encontraba aquí de tránsito. Su cargo no lo convertía en representante del Istmo en la población atlántica, para ningún efecto. Su relación de muy buena amistad con Stephens, y el antecedente de haber firmado con este señor el contrato para la construcción del ferrocarril, tampoco le daba categoría de funcionario con mando y jurisdicción en este ni en ningún otro punto geográfico del país. Tampoco puede configurarse la presencia de un grupo de empleados del Ferrocarril en la reunión, en términos de cabildo abierto con autorización para tomar decisiones de la naturaleza indicada. ¿Qué fue, en fin de cuentas, lo que se “fundó” en la ceremonia tantas veces aludida? ¿La ciudad de “Aspinwall”?. Entonces, no se fundó nada, porque esa ciudad nunca ha existido. Lo digo pleno de convencimiento y sin que ello signifique, para nada, agravio a la memoria de los historiadores que he mencionado, particularmente a la del doctor Héctor Conté Bermúdez, a quien tuve el honor de conocer personalmente y quien fue amigo entrañable de mi padre, Felipe Salabarría Mesa, y de mi abuelo materno, Alfredo Patino Rangel: Mientras sigamos conmemorando la ceremonia que un día de lebrero de 1852 presidieron Victoriano de Diego Paredes y los directores de la Panamá Railroad Company, estaremos perpetuando en forma exaltada el recuerdo de un día que en la historia de nuestra ciudad, apenas tiene cabida como la fecha aciaga en que quisieron cambiarnos el nombre.
Entonces, ¿qué tenemos en términos de fecha de fundación de la ciudad? Enfrentemos la realidad de nuestra historia; la que señalé en 1980 en el libro La verdad sobre Colón: La ciudad de Colón no fue fundada a la usanza de los Conquistadores o colonizadores. No se dio aquí el caso de Balboa (con más exactitud, de Enciso y Balboa) en Santa María la Antigua del Darién, o de Pedrarias en Acia, o de Diego de Albítez en Nombre de Dios. Tampoco se presentó la circunstancia de un primer poblador o grupo de pobladores que se asentó en un sitio, en búsqueda de mejores oportunidades de vida. Una de las particularidades de Colón ciudad muy particular, por cierto consiste en que su fundación fue ordenada. Vale decir, ordenada tanto en el sentido de expedición de un mandato, como de disposición y arreglo para su inicio y desarrollo. Cuando, por decisión de los directores de la Compañía del Ferrocarril, se llevó a cabo el acto del cual el señor Victoriano de Diego Paredes fue figura central, en el lugar donde por autoridad competente había sido ordenada la fundación de Colón, ésta se encontraba ya fundada como resultado de un proceso iniciado dos años atrás.
Reclus señala, refiriéndose a hechos ocurridos antes de terminar el año de 1850: En la isla de Manzanillo se levantaron algunas casas, con las que no fue necesario ir a bordo para pasar la noche, y Colón fue fundado Según el mismo autor, en octubre de 1851, cuando quedó establecido el servicio de transporte férreo entre Gatún y Colón, esta tenía aproximadamente mil habitantes, y en 1852 la ciudad estaba construida. En la revista norteamericana Gleason’s Pictorial Drawing’s Room Companion 1854 se asegura que en febrero de 1851 había ya en Colón más de sesenta edificios. La cita de Reclus me da pie para enderezar ciertos conceptos que pretenden establecer diferencias demográficas entre la isla de Manzanillo y la ciudad de Colón a partir de 1850.
Debe saberse y entenderse esto: lo que desde 1850 empezó a tener forma sobre la isla, fue la ciudad. Pero es error pensar en ésta como algo aparte de aquélla, mientras la isla de Manzanillo fue isla (sin ningún perdón por ninguna redundancia). No es tampoco que dejara de ser isla por el hecho de haberse erigido en ella la ciudad. Isla y ciudad son conceptos que de por sí no se contradicen. Pueden coexistir y de hecho coexisten muchas veces, en un mismo plano geográfico y político. De manera que no hay por qué dejarse llevar por aquello de la isla que se transformó en ciudad; un llamativo juego de palabras cuya interpretación debe encontrarse en su sentido lato. Todo esto muy aparte del fenómeno geográfico, ya explicado, en cuanto a que la tierra sobre la cual está construida la ciudad de Colón, hace tiempo perdió su configuración de isla. Vuelvo a tomar el hilo del discurso: El 12 de octubre de 1850, cuando la Cámara Provincial de Panamá creó en la bahía de Limón, cantón de Panamá, un distrito parroquial denominado Colón se inició un compás de espera, consignado en la orden de realizar en efecto la fundación, tan luego como hubiese el número suficiente de personas que pudieran sostener las cargas públicas; lo que no llegó a cumplirse con las formalidades de rigor, por las razones que, según mi entendimiento, paso a explicar.
Los primeros pobladores de la isla de Manzanillo fueron trabajadores de la empresa constructora del ferrocarril. Habían sido contratados en el exterior, específicamente para la construcción de la vía férrea. No tenían mentalidad de Fundadores de pueblos. Tampoco la tenían los que fueron llegando después a cuenta y riesgo propios, atraídos por las oportunidades económicas colaterales a la obra. Éstos y aquéllos constituyeron una población que los demógrafos llaman “flotante”, por lo menos entre 1850 y 1852.
Por aquellos años el poblado fue creciendo en número de habitantes, edificios y comercios, sin que los gobernantes de la nación, y en particular del Istmo, se dieran por enterados. Es de suponer que después de la ordenanza del 12 de octubre de 1850, se desentendieran de sus responsabilidades en la naciente población, adormecidos o inseguros de actuar por el usufructo que de las tierras de la isla tenía la compañía del Ferrocarril. En ese laissez faire, laissez passer los sorprendió la apócrifa fundación de la ciudad, y la realidad urbana del lugar los obligó, meses más tarde, a darle rango a la ciudad instalando en ella las autoridades correspondientes. A todo esto, un año antes, poco más o menos, George M.Totten había trazado el plano de la ciudad por indicación de la compañía del Ferrocarril, siguiendo para ello los delineamientos del plano de Filadelfia.
En la historia de nuestra ciudad no encuentro un acto que por sí solo reúna las características inconfundibles de su fundación, dentro del concepto usual de la expresión. Existen, no obstante, tres fechas relativas a igual número de hechos ocurridos en los primeros tiempos de la ciudad, que podrían servir para establecer cuál de ellas está revestida de mayor mérito para considerarla como la fecha de la fundación de ésta, en ausencia de otra más determinante: El 12 de octubre de 1850, cuando empezó a regir la ordenanza aprobada por la Cámara Provincial de Panamá el 10 del mismo mes y año, que ordenó la creación de la ciudad. El 28 de septiembre de 1852, cuando por decreto del Presidente de la República de Nueva Granada, se designó a Colón para cabecera del cantón de Chagres. El 24 de noviembre de 1852, cuando con solemnidad se instalaron las autoridades cantonales en Colón.
Fuera del marco oficial, dos sucesos podrían merecer también alguna consideración en cuanto a la determinación del hecho que más se aproxima a lo que constituye la fundación de una ciudad:
- La acción encabezada por Trautwine y Baldwin el 2 de mayo de 1850, a la que Otis se refiere en el pasaje del cocotero majestuoso que cayó rendido sobre la playa.
- La erección de la primera casa en la isla de Manzanillo, llamada La casa de Baldwin, en julio o agosto de 1850.
En el primer caso, se trataba del comienzo de los trabajos de desmonte y limpieza de la isla de Manzanillo, previos a la fase de construcción propiamente dicha del ferrocarril. Fueron trabajos en desarrollo de estipulaciones consignadas en un contrato, que para nada mencionaba la fundación de una ciudad sobre la Isla, y cuya creación no había sido dispuesta u ordenada aún. En el segundo caso, la casa se construyó, según Oiis, para que le sirviera de aposento temporal a Baldwin, uno de los ingenieros contratistas del Ferrocarril. Era una cabana rústica, levantada en el manglar, sobre troncos de árboles; en otras palabras, un albergue transitorio, a manera de tolda de campaña. Con todo y lo interesante, el hecho no puede considerarse como principio, establecimiento u origen de una ciudad.
Añádale usted el inconveniente de no saberse la fecha precisa del suceso. Pienso, dadas las circunstancias explicadas en lo que va de este capítulo, que la fecha más representativa del surgimiento de nuestra ciudad es el 12 de octubre de 1850, por ser ese el día en que se ordenó oficialmente su creación. Pienso, asimismo, que el doctor Mariano Arosemena Quesada merece ser enaltecido como el creador de nuestra ciudad, porque la visualizó y fue de él la iniciativa de ponerle el nombre que lleva, antes de que los constructores del ferrocarril la hicieran realidad por carambola. Este criterio lo he venido sosteniendo desde 1980, como lo comprueba el siguiente párrafo de La verdad sobre Colón: Si el doctor Mariano Arosemena Quesada propuso el nombre que lleva la ciudad, y su proposición quedó plasmada en el instrumento legal que la creó, ¿no es razonable, justo y apropiado, dentro de las circunstancias singulares del surgimiento de Colón tenerlo por el legítimo fundador de esta urbe?
LAS INTERVENCIONES MILITARES ESTADOUNIDENSES
El Tratado Mallarino- Bidlack, del 12 de noviembre de 1846, entre la República de la Nueva Granada y los Estados Unidos de América, mediante el cual éstos se obligaron a garantizar la neutralidad del istmo de Panamá y el libre tránsito en él, fue la génesis del irtervensionismo militar estadounidense en tierras y aguas panameñas. Con fundamento en ese tratado, el Istmo tuvo que soportar no menos de 12 (doce) desembarcos de infantes de marina de los Estados Unidos (los llamados marines) entre 1846 y 1903; algunos a solicitud expresa del gobierno neogranadino o colombiano (según la época) y la mayoría por decisión unilateral de la otra parte.
De 1903 a 1936, las intervenciones militares yanquis tuvieron fundamento en el artículo 7 del Tratado del Canal de 1903, mejor conocido como Hay-Bunau Varilla, artículo que fue derogado por el Tratado General de 1936. Fueron 6 (seis) en total: 4 (cuatro) de motu proprio de los Estados Unidos, y 2 (dos) solicitadas por Panamá. No fueron más, por negación o rechazo de las solicitudes que a Washington iban a hacer políticos panameños, movidos más por conveniencias personales que por interés patriótico. Dicho lo anterior a manera de introducción de este capítulo, adentrémonos en las intervenciones armadas de los Estados Unidos en Colón. Conviene dejar aclarado, antes, que la primera intervención militar de Estados Unidos en el istmo de Panamá, ocurrió el 19 de septiembre de 1856, cuando, de los veleros de guerra Independence y St. Mary’s, desembarcaron en la ciudad capital 160 hombres al mando del comodoro William Merwine. El destacamento se posesionó de la estación del ferrocarril durante tres días, sin mayores consecuencias. La acción estuvo relacionada con el Incidente de la Tajada de Sandía del 15 de abril deese año y obedeció a recomendación de Amos B. Convine, enviado por el gobierno de los Estados Unidos a investigar los motivos y consecuencias del tumulto. No hubo entonces desembarco de tropas en Colón No obstante, meses más tarde (entrado ya el año de 1857) anclaron en la bahía de Limón las fragatas Fulton y Washsh con el obvio propósito de amedrentar y forzar el pago de la indemnización exigida por los Estados Unidos en el caso.
Un incidente previo que cabe anotar en estas notas introductorias a la cronología de intervenciones militares que sigue, ocurrió en 1854 y, aunque no significó desembarco de tropas, poco faltó para ello. Efectivamente, en febrero de ese año, a bordo del barco de guerra Cyane, surto en el puerto de Colón, el comandante de la Marina de los Estados Unidos George N. Hollins y el cónsul de ese país en esta ciudad, hicieron graves advertencias intervencionistas al gobernador Urrutia Aniño, del Estado Federal de Panamá, en apoyo a los comerciantes estadounidenses que en la ciudad atlántica se negaban a pagar ciertas contribuciones impuestas el 17 de noviembre de 1853 por la legislatura del Istmo. Los comerciantes extranjeros en Colón llegaron hasta pedirle a William Walker el envío de sus filibusteros a tomarse el país.
La primera intervención militar estadounidense en ciudad de Colón ocurrió el 9 de marzo de 1865, motivada por el levantamiento encabezado en Panamá por Gil Colunje, quien depuso al presidente de Estado Federal del Istmo, José Leonardo Calancha. La tripulación del barco de guerra St. Louis, en la bahía de Limón, se tomó el puerto, a requerimiento del cónsul estadounidense en la ciudad.
El 7 de abril 1868 desembarcaron en Colón doce infantes de marina del Penobscot al mando de tres oficiales, al suscitarse en la ciudad un conato de revuelta. Los marines permanecieron en tierra durante varios días. El 20 de enero de 1869 un grupo de marines del Tallahasee desembarcó en Colón por razones desconocidas, y encontraron resistencia de parte de número considerable de jamaicanos avecindados en el lugar; uno de los cuales resultó muerto en la refriega. En 1872 (no he encontrado registro de fecha exacta) destacamentos estadounidenses se tomaron Colón y Panamá, sin motivos conocidos. El 10 de julio de 1876 bajaron a Colón miembros de la tripulación del mercante Vandalic y escenificaron en la ciudad una riña tumultuaria. Las autoridades locales protestaron ante el cónsul estadounidense, y de allí no pasó la cosa. El domingo 18 de enero de 1885, según un periódico de la época (El Cronista, Panamá no. 586, enero 1885). llegaron a Colón dos buques de guerra norteamericanos desembarcaron más de cien soldados armados, y con dos ametralladoras, oficiales, bandera, etc., ejercieron actos de dominio recorriendo en formación todas las calles de la ciudad, al toque de sus cornetas y al mando de sus jefes. Al enterarse el prefecto de Colón, doctor Santander Galofre, de que el desembarco se había realizado en connivencia con el presidente del Estado Soberano de Panamá, general Santo Domingo Vila (hombre de confianza de Rafael Núñez), presentó renuncia de su cargo en los siguientes términos: En estos momentos no son las 9 estrellas del pabellón de Colombia las que arrojan luz sobre nosotros. No son las instituciones que Bolívar conquistó con su espada y Santander selló con los resplandores de su genio, las que nos rigen. La bandera que envolvió a Lincoln al bajar al sepulcro, la veo izada sobre nuestras cabezas. Es increíble que después de Boyacá se ice una bandera extraña, en nuestro territorio… Estamos bajo el dominio de las fuerzas americanas (sic), y cierro los ojos para no ver los colores de la vergüenza que manchan nuestros rostros…Mi dignidad como colombiano y mi deber como patriota, me impiden en absoluto servir a un gobierno que se considera impotente para vengar tal afrenta.
En la mañana del 30 de marzo de 1885 (es importante tomar nota del día en que ocurrió el hecho) el comandante Theodore F. Kane, del U.S.S. Galena, surto “por rutina” en la bahía de Limón junto a otro barco de guerra estadounidense (el Colón), desembarcó al mando de 100 (cien) unidades de infantería de marina. La importancia de la fecha radica en que al día siguiente (31 de marzo de 1885) se produjo un fuego que casi borra a Colón del mapa. Antes, durante y después del incendio estuvieron los “marines” movilizándose en la ciudad con sus pertrechos de guerra. (En el capítulo que más adelante está dedicado a Pedro Prestan, se incluyen detalles adicionales sobre este particular).
A solicitud del presidente de Colombia, doctor Rafael Núñez, el gobierno de los Estados Unidos envió al puerto de Colón una vez conocida la noticia del incendio un contingente de 740 hombres al mando del comandante Bowman H. McCalla, y casi inmediatamente dos barcos más al mando del contralmirante James E. Jouett, En suma, los marines estuvieron en pie de guerra por las calles de Colón, desde el 30 de marzo hasta el 7 de mayo de 1885 incluido el día del incendio. El 24 de abril de 1888 atracó a uno de los muelles de Colón el buque de guerra estadounidense Pensacola y permaneció allí varias horas, bajo la protesta del prefecto José M. Pasos.
Durante la última fase de la Guerra de los Mil Días ocurrieron algunos sucesos relacionados con la ocupación de la ciudad de Colón por tropas estadounidenses, con el socorrido pretexto de proteger el libre y seguro tránsito a través del Istmo. He aquí un relato de esos acontecimientos en orden cronológico: El 19 de noviembre de 1901 los liberales se tomaron la ciudad de Colón, en acción frontal planeada y dirigida por el coronel Manuel Patino, quien se ahogó con dos de sus oficiales en el cruce de Folks River. Corriéndose el riesgo de una intervención militar de los gringos, los guerrillos liberales habían tomado el tren en Las Cascadas y bajaron en Monkey Hill (nombre anterior de Mount Hope/Monte Esperanza) y de allí avanzaron a pie hasta Colón. Al puerto de la ciudad se había acercado el cañonero colombiano Próspero Pinzón, cuyo capitán amenazó con bombardear la ciudad si los liberales no se retiraban. La amenaza no se cumplió debido a la intervención del comandante Henry McCrea, del U.S, Machias, surto en la bahía y de donde bajaron treinta infantes de marina que inmediatamente ocuparon la estación del ferrocarril. Esto ocurrió el 20 de noviembre de 1901, un día después de la entrada de los liberales en Colón. Los liberales se retiraron de la ciudad el 26 de noviembre y ésta quedó en manos de las tropas yanquis. Tres días más tarde 150 fusileros de la Marina de Estados Unidos se instalaron en el cuartel de policía y colocaron unidades en untos estratégicos en la ciudad. Ese mismo día (29 de noviembre de 1901) el remanente de las tropas liberales al mando del general Domingo Díaz de Obaldía entregaba las armas a los conservadores, y sus integrantes, todos colonenses se dispersaban. Esto ocurría como consecuencia de la derrota liberal en Buena Vista. Un día antes (28 de noviembre) se había efectuado en Colón, a bordo del buque de guerra estadounidense Marietta, la capitulación de las fuerzas liberales comandadas por el general Domingo S. De La Rosa.
Pese a que las hostilidades habían cesado, en marzo de 1902 hubo otro desembarco de tropas yanquis en Colón; esta vez a pedido del gobernador del Istmo, y todavía el 17 de septiembre del mismo año, hubo un desembarco más, cuando el comandante Thomas C. McLean del crucero Cincinátti, que días antes había entrado en el puerto de Colón, bajó al frente de una cantidad indeterminada de “marines” para proteger los trenes y la vía férrea entre Colón y Panamá. Estas operaciones cesaron poco después de la llegada a Colón del general Nicolás Perdomo (el 16 de octubre), al mando de tropas de refuerzo enviadas desde Colombia por el gobierno central. El 21 de noviembre se puso fin a la guerra en el Istmo, con la firma del Tratado del Wisconsin.
La última intervención militar de los Estados Unidos en el istmo de Panamá con fundamento en el Tratado Mallarino Bidlack, se dio en la ciudad de Colón en el marco de la secesión de Panamá de Colombia. He aquí un relato sucinto de lo acontecido: Al anochecer del 2 de noviembre de 1903 arribó a la bahía de Limón el Nashvilie, barco de guerra de Estados Unidos. Horas más tarde, cerca de la media noche, llegaron el crucero colombiano Cartagena y el navio mercante Alexander Bixio. Traían, entre los dos, el batallón Tiradores (500 hombres) al mando de los generales Juan B. Tobar y Ramón G. Amaya. Cuando éstos, en la mañana del día 3, quisieron dirigirse en tren hacia la ciudad de Panamá con el batallón, el coronel J. R. Shaler, superintendente del Ferrocarril les puso impedimento, y les permitió hacer el viaje solamente a los dos con sus escolta.
En la ciudad de Panamá, al caer la tarde, fueron arrestados por orden del general Esteban Huertas. Casi inmediatamente vino el pronunciamiento popular de la secesión de Panamá de Colombia. El día 4 al enterarse de lo ocurrido en la capital, el coronel Elíseo Torres, quien había quedado en Colón al mando de la tropa, amenazó, con incendiar la ciudad y pasar por las armas a los estadounidenses residentes en la ciudad, si se seguía impidiendo el transporte del batallón Tiradores a Panamá y no se ponían en libertad inmediata a Tobar y Amaya. A todo esto el capitán John Hubbard, del Nashvilie, desembarcó un destacamento de 42 marines y apuntó los cañones del barco hacia el muelle y el vapor Cartagena, el cual salió del puerto en precipitada huida. Hubo un momento en que el choque entre las fuerzas estadounidenses y colombianas pareció inminente. Pero, en las primeras horas de la noche del día 5, Torres y su tropa se embarcaron de regreso a Colombia, en el Orinoco, de la Royal Mail. Cuando este barco salía del puerto, entraba el barco de guerra Dixie de los Estados Unidos, y minutos después desembarcaba unidades de infantería, en relevo del destacamento del Nashvüle.
En el período 1903-1937. durante el cual el Tratado Hay-Bunau Varilla reemplaza al Tratado Mallarino-Bidlack como fundamento jurídico del intervencionismo militar de los Estados Unidos en Panamá, salvo el “patrullaje consentido” en septiembre de 1908 y la ocupación del 28 de junto de 1918 que se detallan más adelante, no hubo caso significativo de esa política con efectos directos en la ciudad de Colón; como sí hubo en otros lugares del país: el desarme de la Policía Nacional en 1915 (que, por excepción, tuvo efectos en toda la nación); la ocupación de Chiriquí, de 1918 a 1920; la represión de la huelga imquilinaria en la ciudad capital a solicitud del presidente Rodolfo Chiari. Pero sí hubo un caso de connotación diplomática y militar en otro sitio de la provincia de Colón, dentro de cuya jurisdicción estaba entonces la intendencia de San Blas. Los detalles van a continuación.
El 22 de febrero de 1925 (diez días después de haberse reunido en congreso en Ailigandí) los indios de San Blas se levantaron en armas contra las guarniciones de la Policía Nacional establecidas en las islas y en la costa de la Intendencia. El saldo fue de muchos muertos de ambos lados. La insurrección había sido instigada por Richard O. Marsh, quien en 1910 fue Encargado de Negocios de los Estados Unidos en Panamá y objetó por negro al doctor Carlos A. Mendoza, en su candidatura a Primer Designado a la Presidencia de la República. El 4 de marzo se firmó la paz en El Porvenir, entre los indígenas y los comisionados nombrados para él efecto por el gobierno de Rodolfo Chiari, ante la presencia del ministro de los Estados Unidos en Panamá John G. Smith, quien llegó a bordo del barco de guerra estadounidense. Cevetand. Este señor se llevó en la nave a Marsh en el viaje de regreso, y lo sustrajo de la justicia panameña.
Los actos usuales de intervención militar estadounidense en Colón se hicieron prácticamente innecesarios a partir de 1904 por dos sencillas razones: primera , el dominio jurisdiccional absoluto de los Estados Unidos en la Zona del Canal y, dentro de ella, del ferrocarril transístmico y de la vía interoceánica; aparte del control que ejercían del acueducto, el alcantarillado y la sanidad; segunda, el cerco ejercido sobre la ciudad, por sus cuatro costados, con instalaciones militares que llegaron a ser siete: Fort Sherman, Fort DeLesseps, Fort Davis, Fort Gulick, Fort Randolph, France Field Air Base, Coco Solo Naval Base. (Ver marinos y soldados estadounidenses a cada rato y por todas partes, en la ciudad, se convirtió en cosa común y corriente).
El caso del patrullaje consentido, antes aludido, se remonta a septiembre de 1908, cuando Panamá consintió que los marines patrullaran las calles de Panamá y Colón, para evitar choques entre panameños y norteamericanos, a raíz del altercado entre marinos del Buffalo y panameños, que ocurrió en la capital y dejó un saldo de un muerto y un herido. Lo del 28 de junio de 1918 fue como sigue: Ese día los “marines” ocuparon las ciudades de Panamá y Colón. Cerraron las cantinas y las casas de prostitución, y asumieron las funciones de policía. Se quedaron cuidando el orden público cerca de dos semanas. Todo, pese a las protestas del presidente Ciro L. Urriola, cuyos opositores políticos (con Pablo Arosemena y Ricardo Arias a la cabeza) pidieron la intervención, con motivo de las elecciones municipales del 30 de junio y las legislativas del 7 de julio.
Aunque no se trata de intervenciones militares, vale anotar algunas trifulcas de proporciones alarmantes, que ocurrieron en la ciudad de Colón en el decurso del siglo XX, entre panameños y estadounidenses. Se produjeron, la más de las veces, por fricciones raciales u otras actitudes consideradas por los colonenses como lesivas a su dignidad. El primero de este tipo de altercado tuvo lugar el Io de junio de 1906, entre miembros de la policía de Colón y “marines” del Columbia. El incidente se originó en un salón de baile. La policía arrestó a tres “marines”, quienes posteriormente adujeron que el arresto había sido injustificado y, por medio de representación diplomática pidieron $5.000 (cinco mil dólares) de indemnización, suma que fue cancelada por Panamá tres años después (el 31 de julio de 1909).
El 25 de diciembre de 1906 hubo enfrentamiento entre la policía panameña y un grupo de gringos ebrios, empleados (civiles) de la Comisión del Canal ístmico. La policía cargó con ellos para la cárcel después de una trifulca de varias horas. Trifulca grande en verdad fue la que el 13 de abril de la 1913 (era Viernes Santo) tuvo por escenario el campo de béisbol Broadway, en el relleno que iba de calle 10 a calle 12, y donde veinte años más tarde se construirían el Teatro Colón, el nuevo mercado público y otros edificios que aún existen. Ese día se enfrentaron los equipos Cristóbal (colonenses) y Fifth Infantry (militares estadounidenses). Habían llegado en tren especial a presenciar el juego cerca de mil soldados y parte considerable de la población local se encontraba en el estadio con el mismo propósito. De un cronista local que presenció lo ocurrido es este relato: El partido empezó con Greshaler en el montículo, y Bilbur en la receptoría por la 5a. infantería; y Garlington de lanzador con Delaney de receptor, por el Cristóbal. ¡Que tarde de pelota! Doce innings cero a cero. Entonces, en el décimo tercer inning el Cristóbal anota una carrera… y ganó el Cristóbal 1 por 0. ¡Para qué fue eso!… peleas entre civiles y militares, batazos, piedras, tiro y de todo. La policía uniformada y secreta de Colón tuvo que intervenir. Nunca lo hemos olvidado, por tres cosas: la trifulca fue por un juego de pelota; fue un Viernes Santo y era 13 de abril de 1913. Se me olvidaba: el juego terminó en 13 innings.
La riña tumultaria de 2 de abril 1915 guarda mucha similitud con la de dos años antes, aunque fue de consecuencias mayores. Al igual que en 1913 obsérvense las curiosas coincidencias ocurrió en el mes de abril; era Viernes Santos; se originó a raíz de un partido de béisbol entre colonenses y gringos; el juego se escenificó en el mismo cuadro de pelota; los estadounidenses perdieron el partido; habían llegado a Colón en tren especial y eran cerca de mil soldados en asueto. Al finalizar el juego, los soldados se dispusieron a visitar la ciudad. En la esquina de calle 10 y avenida Nariño (hoy Amador Guerrero) se suscitó una discusión entre un soldado y un policía panameño y se formó la refriega. Eran muchos gringos y pocos los agentes del orden público, por lo que éstos empezaron a recibir respaldo de la población civil. Relata Ernesto Castillero Pimentel: De ambas partes hubo lamentables excesos y actos de increíble crueldad… A las numerosas contiendas cuerpo a cuerpo por calles y casas se agregó un nutrido tiroteo que se extendió por toda la ciudad quedaron heridos 7 agentes y un oficial de la Policía, además de incontables particulares. Del lado de los norteamericanos fue muerto un cabo del Ejército y fueron heridos 3 soldados. Estados Unidos presentó una demanda por 20.000 dólares como indemnización. Panamá rechazó la demanda y dio seguridades de que los policías no usarían rifles en el servicio urbano. En 1933 la nación panameña pagó dos mil dólares, suma en que se redujo finalmente la indemnización.
GENTE IMPORTANTE, GENTE CULTA
De los ochenta y tres ciudadanos que, según el doctor Eusebio A. Morales, formaban parte de una sociedad culta en Colón, allá por los últimos años en que estuvimos unidos a Colombia, y los primeros de la República, 49 habían desaparecido cuando el doctor Morales escribió su histórico ensayo (1919), y 34 vivían todavía, aunque algunos se habían trasladado a la ciudad capital. Hoy, todos duermen el sueño profundo de la muerte. De vivir, el de menor edad tendría no menos de 130 años.
Ahora, ¿qué significado tienen esos nombres? ¿Cuál fue la importancia de cada uno de esos señores en su momento? ¿Qué se sabe de sus descendientes? Voy a tratar de responder a las anteriores interrogantes, aunque tan solo sea en forma somera y en lo que atañe a aquellas personas de las que tengo algún conocimiento. Ellas son: Juan Pernett, Ramón Santodomingo Vila, Francisco V. de la Espriella, Bolívar J. Franco, Orondaste L. Martínez, Porfirio Meléndez, Manuel D. Joly, Tomás Martín Feuillet, Santander A. Galofre; los hermanos Nicolás, Romano y Pío Emiliani; Jacobo L. Salas, Ricardo Bermúdez, Francisco Filos, Lino Clemente Herrera, Antonio y Adolfo Valverde Fuerte, Juan C. y Carlos F. Stevenson, Antonio Grosso, Jacobo Henríquez, Pedro Carrera, A. B. Leignadier y Maximino Walker.
JUAN PERNETT. Militar. Ascendió al rango de coronel. En 1870 era prefecto de Colón (jefe de Gobierno local). En su condición de tal y en unión del general Buenaventura Correoso, presidente del Estado Soberano de Panamá, recibió oficialmente en esta ciudad, el día primero de mayo del año citado y de manos del capitán de fragata E. Serréis (quien actuaba en representación de la emperatriz Eugenia de Montijo) la estatua de Cristóbal Colón, obra del escultor Vicente Vela. El coronel Pernett llegó a ocupar provisionalmente la presidencia del Estado Soberano de Panamá en 1873, en reemplazo del general Gabriel Neira. Tronco de honorable familia colonense. Sus nietos, nacidos todos en Colón: Anselmo, Julita, Carlos Manuel, Lucinda, Clementina, Juan, Antonio, Felipe Augusto, Ana Luisa y Enrique Alberto (“Kito “) Pernett Vaughn.
RAMÓN SANTODOMINGO VILA. Tenía el rango de general. Fue presidente del Estado Soberano de Panamá en 1885, y gobernador civil y militar del Istmo en 1886. En marzo de 1885 dejó la plaza para hacerse presente en Cartagena, en plan de refuerzo a las tropas leales a Rafael Núñez, y lo reemplazó el doctor Pablo Arosemena en la presidencia del Estado. Ocurrieron casi enseguida el levantamiento en armas de Rafael Aizpuru, y los acontecimientos que desembocaron en el incendio de Colón.
FRANCISCO V. DE LA ESPRIELLA (1844-1916). Oriundo de Cartagena. Doctor en Derecho. Primer secretario (ministro) de Relaciones Exteriores de la República (1904). Posteriormente tuvo a su cargo la cartera de Hacienda; fue ministro (embajador) de Panamá en Gran Bretaña, Francia y Holanda, y magistrado del Tribunal Superior de Justicia. Los De la Espriella que vivieron en Colón hasta hace relativamente poco (entre ellos Eduardo A. de la Espriella, capitán-jefe de la Oficina de Seguridad, años 1973-1975), son del mismo árbol genealógico. Ricardo de la Espriella Toral, ex presidente de Panamá, es su biznieto.
BOLÍVAR J. FRANCO. De él decía Eusebio A. Morales que era “distinguido orador y jurisconsulto”. Tío de Joaquín Fernando Franco (abogado, periodista, director del semanario colonense Calle 6a.), Bolívar Franco (cirujano dental, que atendía en los altos del Bazar Americano) y Roque Franco Torregroza (poeta, el de Los Poemas del Puerto).
ORONDASTE L. MARTÍNEZ (1858-1915). Nació en Cartagena y se radicó en Colón desde muy temprana edad. Comerciante próspero. Miembro de la junta separatista de 1903 en Colón. Tenía el rango de general. Participó en los debates de la Asamblea Constituyente de 1904, como suplente de Gerardo Ortega. Abuelo de “Papi” Martínez, figura popular del Colón de los años 40 y 50.
PORFIRIO MELÉNDEZ (1854-1915). Jefe en Colón del movimiento separatista de 1903. Hombre clave en los acontecimientos del 5 de noviembre de ese año, que sellaron la secesión del Istmo. Padre de la heroína Aminta Meléndez, Primer gobernador de la provincia de Colón. Había nacido en la ciudad de Panamá, y desde los 18 años de edad estaba radicado en Colón, en donde, de 1875 a 1903 desempeñó los siguientes cargos públicos: concejal (1875), procurador departamental y administrador de Hacienda (1880), alcalde municipal (1882), diputado departamental por Colón, por elección popular (1896), alcalde municipal, por segunda vez (1897), prefecto – jefe civil y militar (1900). El incendio de 1885 lo dejó “en la calle”, y tuvo que recogerse durante tres años en Bohío, pueblo de la linea ferroviaria a 15 millas de Colón.
MANUEL D. JOLY. Tronco de conocida familia colonense. Padre de “Manolo” y de Nicolás, ambos fallecidos; aquél fue alcalde del Distrito, y éste, oficial del Banco Nacional, sucursal de Colón, durante muchos años.
TOMÁS MARTÍN FEUILLET. No se trata del poeta chorrerano autor de “La Flor del Espíritu Santo” quien murió asesinado en Colombia en 1862 y nunca vivió en Colón; sino de su hijo, y padre de Camilo Feuillet, quien a mediados del siglo XX fue gerente de la sucursal del Banco Nacional en Colón, presidente del Ayuntamiento y gobernador de la Provincia.
SANTANDER A. GALOFRE. Doctor en Derecho. De él decía Eusebio Morales: “condiscípulo y compañero, escritor político brillante y vigoroso”. Extraordinario fue su alegato en favor de la separación de Panamá de Colombia.
NICOLÁS, ROMANO Y PÍO EMILIANI. Estos tres hermanos fueron prominentes comerciantes y terratenientes. Bisnieto de Romano es monseñor Rómulo Emiliani, grandilocuente orador sagrado, nacido en Colón como su padre y abuelo.
JACOBO L. SALAS. Prominente comerciante radicado en Colón desde sus años mozos, hasta su fallecimiento hace varios decenios. El cubano Luis Felipe Estenoz (“el viejo Estenoz”) y Salas fueron – cada uno por su cuenta – los más prósperos dueños de casas de alquiler en Colón, en época anterior a la de Vicente Lara Faguas. Su hijo del mismo nombre y popularmente conocido como “el Baby Salas”, es un próspero comerciante y político, dueño de la radioemisora CPR en Colón.
RICARDO BERMÚDEZ. 1872 – 1922. El 5 de noviembre de 1903 desempeñaba un alto cargo en la Panamá Railroad Company, y a solicitud del procer Carlos Clement, participó con Charles Henry Geenzier (padre del poeta Enrique Geenzier) en la maniobra de echar las armas y municiones del batallón Tiradores en la bodega del vapor Orinoco. Fue administrador de Hacienda, diputado a la Asamblea (1910) y gobernador de Colón (1914-1916). Padre del poeta y arquitecto Ricardo J. Bermúdez, nacido en 1914.
FRANCISCO FILOS. 1868-1921. Doctor en leyes. Uno de los más notables abogados de su época. Padre del abogado del mismo nombre (1900-1963) y de Alberto A. Filos (fallecido), recordado gerente del Bazar Americano en esta ciudad, y presidente de la Cámara de Jóvenes de Colón, en 1947.
LINO CLEMENTE HERRERA. Era empleado administrativo de la Panamá Railroad Company, desde los años de su construcción. El Star & Herald del 26 de febrero de 1855 lo menciona como el único hispanoamericano integrante del comité de recepción en los festejos organizados por la empresa para celebrar la colocación del último riel de la vía férrea, hecho éste ocurrido el 27 de enero de ese año. Su hijo, del mismo nombre, tuvo modesta participación en las actividades separatistas desarrolladas en la ciudad de Panamá el 4 de noviembre de 1903. Bisabuelo materno del ingeniero Rafael Arosemena Herrera, colonense.
ANTONIO Y ADOLFO VALVERDE FUERTE. Médico y abogado, respectivamente. La última descendiente de esta familia en Colón fue la maestra Julita Valverde, consagrada educadora de los años 30 y 40 del siglo XX.
JUAN C. Y CARLOS F. STEVENSON. Oriundos de Cartagena, en Colón echaron raíces. Sus descendientes fueron ejemplos de honradez y trabajo. La última que había quedado aquí de esta familia, era la muy estimada “Lulu” Stevenson, fallecida no hace mucho.
ANTONIO GROSSO. Sus hijos nacieron, vivieron y murieron en Colón. Uno de ellos hizo historia en Colón vistiendo el disfraz del dios Momo en los festejos del carnaval, durante muchos años. El nieto, Ricardo “Chichi” Grosso murió hará cosa de un lustro. Era el úlltimo de los Grosso en Colón.
PEDRO CARRERA. Tronco de honorable familia colonense. Su hijo llevó el mismo nombre. Su nieta Carmen, fue oficial mayor de la Alcaldía durante muchos años.
JACOBO HENRÍQUEZ. Padre de Luis G. Henríquez, juez nocturno de Policía en los años 40, cuyos hijos varones responden a los nombres de Luis (el mayor) y Jacobo (el menor.)
A. B. LEIGNADIER. Su nombre aparece en los registros históricos del Canal francés, como floreciente hombre de negocios. Antecesor de Humberto Leignadier Clare, político de distinción en los años 30 y 40, y cuyos hijos (los Leignadier-Arcia), colonenses, radican en la capital desde hace más de treinta años.
MAXIMINO WALKER. No lo dice Morales, pero se trata de Maximino Walker Bravo, conocido poeta de la época; padre de Maximino Walker H., comandante del Cuerpo de Bomberos, años (1925-1937).
De algunas de las personas de distinción en la urbe atlántica entre 1910 y 1940, nos da cuenta Raúl Herrera Guardia; aunque curiosamente las circunscribe a la antaño famosa “Calle 6”, de la cual dice con acierto que fue durante todo ese tiempo la espina dorsal de la ciudad. De su relato extraigo algunas referencias que dan una visión de gente importante en el Colón de los años posteriores a las observaciones de Eusebio Morales.
Dice Herrera que a la altura de 1910 en la esquina de calle 6 y Bolívar vivían don Isaac Fernández Vieto y sus hijos Isaac y Ezequiel Fernández Jaén; aquél fue alcalde de Colón y éste, presidente de la República del 16 al 18 de diciembre de 1939, al fallecer el doctor Juan D. Arosemena; uno de los bisnietos de Don Isaac (el viejo) es Jorge Fernández Unióla, gerente de la Zona Libre. En otra habitación de la misma casa vivían don Faustino Guardia y su esposa, con sus hijos Heraclio (Laco) y Argimiro (Miro). Otros inquilinos de la referida casa de madera, reemplazada muchos años después por un edificio de mapostería de tres pisos, eran doña María Félix Ayarza de Meléndez (esposa en primeras nupcias del mártir Pedro Prestan) en unión de sus hijos, Próspero Meléndez, quien habría de doctorarse en Medicina, y América Prestan de Ehlers. A la derecha, en otro edificio habitaba la familia de don Alberto Villani, cuyo hijo, J. P.Villani y Alandete llegaría a distinguirse como periodista y literato. Al frente vivía don Benigno Andrión, quien fue por varios años alcalde de Colón. Cuenta Herrera que en 1912 vino de gobernador por primera vez el doctor Juan D. Arosemena, quien no se había dado a conocer como político. Los que entonces se disputaban la supremacía política en el medio colonense eran Rubén S. Arcia y Manuel de J. Grimaldo P. (Ñeque).
Hasta los años 30 en calle 6 tenían sus oficinas los grandes del comercio: Robert Wilcox, Isaac L. Toledano, Henry Stilson y José Padrós, y el doctor Daniel Oduber. El incendio de 1940 se llevó los edificios de la parte donde empieza la calle, excepción hecha de la casa Carbone y la que le sigue. Donde ahora, está el Gimnasio Al Brown (Arena Colón), hubo una larga casa de madera de dos pisos. Inquilinos prominentes de ese inmueble fueron el abogado Dr. Francisco Rodríguez Camacho, tío de los hermanos Jaén (Toño, el Negro, Chito, Baby y Clorínda, todos fallecidos). En la planta baja tuvieron sus oficinas durante muchos años, los doctores Alfonso Correa García y Virgilio J. Donado; lo mismo que los comerciantes Luis F. Estenoz. Vicente Lara Faguas y Dominador Baldomero Bazán (padre de Kerensky y abuelo de Kaiser). Por allí estuvo también Clemente Delgado Vidal, en función de corredor de aduana. En diagonal al Palacio de Gobierno (vieja Gobernación) existió otro caserón de dos pisos, que se conoció con el nombre de “Calcuta”. Allí vivieron, cuando soltero, Pedro Fernández Parrilla, y las familias Joly y Brid una de cuyas hijas fue la madre de Luis Raúl Fernández Brid, Diputado a fines de los años 40.
En donde hoy está el Edificio Papio, en una casa de madera que existió hasta cerca de 1928 tuvieron sus bufetes los siguientes abogados de prestigio nacional: Heliodoro Patino R., Efraín Tejada Unióla, Juan Manuel Salazar, Augusto A. Cervera, Elias Aizpuru y Blas J. Celis (padre del distinguido oficial del Cuerpo de Bomberos, del mismo nombre, y abuelo de “Sony”” y del médico Blas J.) Ya construido el Edificio Papio, en la planta baja tuvieron sus oficinas los abogados Joaquín F. Franco, Pedro Fernández Parrilla, Alexis Vilá Lindo y Raúl Herrera G. Cuando el fuego de 1940 vivía en la parte alta de la primera casa que se quemó (donde empezó el incendio), frente al Palacio Municipal, don Miguel Charris, quien antes había residido en la casa “Calcuta”. Don Miguel estaba saturado de la historia de Colón. Nacido en Cartagena en 1869, había llegado a esta ciudad poco después de 1885. Aquí vivió el resto de su prolongada vida. Trabajó e invirtió en propiedades urbanas. Hijos suyos fueron “el Cholo” y “Mane”. Era el suegro de Nacho Valdés.
Otras figuras que cubren un largo período de la historia colonense son los hace tiempo fallecidos don Alejandro A mí Cervera, nacido en Portobelo en 1875 y don Alberto Harris (el Capi), nacido en Panamá en 1882 y, volviendo a las remembranzas de la calle 6: Dice Herrera que en esa calle tenía su barbería el Cabo Valiente, y que por allí pasaron, entre 1910 Y 1930, aproximadamente, elementos de todos los matices sociales, comerciales y políticos. Gobernadores, Jueces, Alcaldes, Jefes de Policía, Comandantes de Bomberos, médicos, dentistas, comerciantes, nadie escapó a las tijeras ni a la navaja del Fígaro de calle 6. Allí vimos desfilar a conocidos hombres como: Alejandro Amí Cervera, Rodolfo Ayarza A., Augusto A. Cervera, Gerardo Abrahams, Tomás Martín Feuillet, Nathaniel I. Hill, los doctores Raúl Amador, Daniel Oduber, Miguel Papio, los señores Napoleón Salazar, Ramón Vallarino, general Luis García Fábrega, coronel Antonio Díaz, José J. Echeona, el comandante Maximino Walker, Everardo Velarde, Tertuliano Martínez H., Mariano Bula, Daniel Barrera, Carlos A. Bertoncini, Abel y Zoroastro del Río, Miguel Rodríguez R., Charles de Reuter, José de la Cruz Grimaldo, Rubén S. Arcia, Joaquín Aguilera, José María Fernández, el exquisito bardo José María Guardia, Pedro y Ramón Salabarría Mesa, José de la Rosa, el magnífico lirida José Simón Rucabado, Monchi Garrido, Raúl Mier, José Dolores Guardia, José María Pínula Urrutia, José Pablo Barranco y el mismo eximio bardo nacional Ricardo Miró, quien desempeñó por algún tiempo la Secretaría de la Gobernación, todos desaparecidos ya del escenario de los vivos.
Cierro el desfile con el recuerdo de los que entre 1931 y 1937 vivieron en uno de los pisos altos del edificio Carbone, en cuya planta baja está desde 1935 la emisora que hoy se llama CPR en Colón. Ellos eran Ramón García de Paredes, Leónidas Morales Herrera, Quiquifó Méndez y Alfredo de Roux, entre otros. Las habitaciones que estos señores ocupaban se conocieron con el nombre de la “La Embajada”. Todavía unos años después de construida y abierta al tránsito general la carretera Boyd-Roosevelt, en 1943 (carretera por donde se fugó hacia la capital de la República el grueso de la industria y el comercio que le había dado a Colón el nombre antonomástico de La Costa de Oro; carretera por donde huyeron tantos colonenses en busca de nuevos horizontes) se continuó sintiendo en Colón, aunque no por mucho tiempo, el estímulo económico de Antonio Tagarópulos, Max Bilgray, Alberto Motta, Frank Ullrich, Juan Palomeras, J. J Henríquez, John Surany, Herbert Toledano, José Arboix, Charles Perret, Silvio Salazar y los hindúes de la avenida del Frente (Chellaram, Premsing, Dialdas…) que, contra viento y marea mantenían sus tiendas abiertas. Todavía a fines del decenio de los 60, núcleos cívicos de colonenses nativos o por arraigo, ocupaban las últimas trincheras en la lucha por la supervivencia de Colón, quemando los últimos cartuchos. Lamentablemente, nada pudo atajar el desmoronamiento económico de la ciudad y el éxodo de tantos colonenses; ni siquiera la Zona Libre, creada en 1947; ni la Refinería, inaugurada en 1962.
Los nombres en la lista que aparece más adelante, corresponden a personas fallecidas que vivieron en Colón, en alguna época comprendida entre los años 20 y el 2000, y sobresalieron en una o más de las ramas de la actividad humana que propenden al progreso material, moral o cultural de la comunidad. Algunos de ellos habían tenido ya cierta actuación distinguida en uno o los dos decenios inmediatamente anteriores. La idea no es completar las citas de Morales y de Herrera, sino complementarlas, en cierto modo; con la particularidad de que se trata de personas que conoció bien quien esto escribe; lo que le da al autor la certeza de saber de quiénes habla. Se trata de lograr, en conjunto, no una lista irrealizable donde nadie se quede por fuera, sino una nómina lo más representativa posible de ciudadanos meritorios que emprendieron el viaje sin regreso hacia las recónditas regiones de la muerte. Cabe aclarar que en la lista de valores colonenses que se intente hacer, desde 1903 hasta la fecha no es el caso de la lista que va más adelante, sería inconcebible dejar por fuera a los proceres Porfirio Meléndez, Orondaste L. Martínez, Juan Antonio Henríquez, Carlos Clement y Aminta Meléndez; como lo sería prescindir de las nombres de Justo Arosemena, Eusebio A. Morales, Dámaso Cervera, Santander A. Galofre y Pedro Prestan, en una lista similar que pretenda abarcar la época anterior a nuestra separación de Colombia.
He aquí la lista tantas veces mencionada, la cual bueno es advertirlo no obedece a ningún orden predeterminado, y es en adición a nombres mencionados en párrafos anteriores, como los de: Jacobo L. Salas padre y Luis F. Estenoz (el viejo), Vicente Lara Faguas, Dominador B. Bazán, Robert Wilcox , Isaac L. Toledano, Henry Stilson, José Padrós, Antonio Tagarópulos, Max Bilgray, Frank Ullrich, Juan Palomeras, J. J. Henríquez, John Surany, José Arboix, Charles Perret, padre.y Silvio Salazar, nombres éstos que deliberadamente no se repiten en la relación que sigue: José F, Navas (tesorero municipal, primer agente local de la Lotería Nacional, gobernador), Felipe Salabarría Mesa (maestro, periodista, abogado, juez, concejal, diputado suplente, inspector de Instrucción Pública, bibliotecario), Auxibio Puyol C. (abogado, periodista), Benito Reyes Testa (juez, historiador, presidente de la Corte Suprema de Justicia), Víctor de León (juez, Procurador General de la Nación), Carlos A. Villalaz (poeta, músico, pintor, autor del escudo de Colón), Héctor Conté Bermúdez (hombre de letras, historiador, alcalde, diputado), Efraín Tejada Unióla (figura prominente del foro nacional, orador político, comandante del Cuerpo de Bomberos, gobernador), Enrique A. Geenzier (poeta laureado, gobernador), Heliodo Patino Rangel (jurisconsulto, segundo vicepresidente de la Convención Nacional Constituyente de 1904) Heliodoro López S. (de actuación importante el 5 de noviembre de 1903), Miguel Charris (respetado patriarca), Virgilio J. Donado (abogado), Alfonso Correa García (jurisconsulto, tratadista, diputado, gobernador, ministro de Estado), Carlos E. Pernett (concejal, superintendente de la Agencia Postal), Manuel de J. Grimaldo (político, juez municipal, alcalde, diputado), Manuel A Molinar (maestro graduado en el Inst,Nacional en 1917), Rubén S. Arcia (ganadero, líder político, gobernador varias veces), Alberto “El Capi” Harris (Soldado de la Independencia, ejecutivo en la Comisión ístmica del Canal, alcalde dos veces, tesorero municipal), Alejandro Amí Cervera (maestro, inspector provincial de Instrución Pública, diputado, notario público, oficial humanitario), Alfredo Ehlers, padre (Soldado de la independencia, funcionario judicial, agente postal), Antonio Ricaurte Jaén, padre (oficial mayor de la Alcaldía, secretario del concejo, juez municipal, fiscal del circuito), Pablo Morales Galástica (político, concejal, diputado), Augusto A. Cervera (Juez fiscal del Circuito, tesorero municipal, diputado, gobernador), Maximino Walker H. (corregidor del barrio de Bocagrande, mayor del ejército de la República, capitán de la Policía, comandante del Cuerpo de Bomberos). Carlos Bertoncini (periodista, juez de Policía), Clemente Delgado Vidal (agente de aduanas auditor rnunicipal, oficial del Cuerpo de Bomberos), Inocencio Galindo Jr. (Ingeniero, gobernador varias veces), Ricardo Arturo Vilar (poeta, concejal, corregidor del Barrio Norte, oficinista de The Panamá Canal), José M. Vásquez M. (poeta, historiador periodista empleado en la adm. de Correos), Raúl Herrera G. (abogado, periodista), Pedro Fernández Parrilla (abogado, alcalde, diputado embajador de Panamá en México), Isaac Fernández Jaén (abogado, juez municipal, diputado, alcalde), Humberto Leinagdier C. (hombre de negocios, alcalde, gobernador, diputado), J. P. Villani Alandete (periodista, escritor, literato), Blas J. Celis/hijo del abogado del mismo nombre (jefe de la Gdia. Permanente, Bomberos, y de la Oficina de Seguridad, tesorero municipal), Romano “Romanito” Emiliani (político, heredero de bienes raíces), Gustavo Villalaz (maestro, comerciante secretario de la Asamblea Nacional), Azael Bendiburg (juez municipal), Alejandro de la Rosa (comisionista, funcionario municipal y estatal), E. Manuel Guardia (tesorero municipal, patrocinador del equipo de béisbol “Caribes”), Gustavo Gallardo (taquígrafo, corregidor), Ramón Salabarría Mesa (concejal, miembro fundador del Partido Laborista), Pedro Salabarría Mesa (profesor de Inglés, tercero en el mando del Cuerpo de Bomberos al momento de su muerte, 1927). Juvencio Salabarría Mesa (intérprete público, oficial de la Bomba), Agustín Oses (juez de Policía, corregidor del barrio Sur, alcalde, inspector del puerto), Santos Ríos H. (jefe de la Policía Municipal), Juan Demóstenes Arosemena (abogado, gobernador, ministro de Estado, presidente de la República), José E. Huerta (escritor, secretario de la Gobernación), Ascanio Caries (maestro, agente del Banco Nacional, escritor), Luis Hernández R. (coronel, alcalde, intendente de San Blas), Ernesto Jaramillo Aviles (abogado de patentes, escritor), Gil Blas Tejeira (maestro rural, periodista, bibliotecario, tesorero provincial, escritor, constituyente en 1945, fundador de la Escuela de Periodismo en la Universidad de Panamá, miembro de la Academia Panameña de la Lengua), Vernon Crosbie (dentista), Temístocles Villaverde (notario público), Roberto Cuevas (diputado), Carlos Hormechea (concejal, juez), Práxedes P. Vásquez, director de la escuela de Varones, alcalde, periodista), Desmond Byam (maestro), Marcos Ramón Vásquez (maestro), Carmen Carrera (oficial mayor de la Alcaldía durante muchos años) Manuel D. Joly (secretario de la Alcaldía, alcalde), Benito Hull (intérprete oficial, cronista deportivo), Mateo Ardines (educador), Alberto Castillo Duran (funcionario), Francisco Aguilera (Notario Público), Pedro Rhodes (abogado, concejal), José Guardia Vega (educador), Rubén D. Caries O. (administrador del Hospital Amador Guerrero, educador, historiador), Próspero Meléndez (maestro, médico), Pablo Harris (diputado suplente, administrador del Hospital Amador Guerrero), José de la Rosa, padre (abogado), José de la Rosa hijo (maestro, escritor, director de la Esc. de Varones), Lorenzo Rodríguez (concejal) Alfredo Méndez (Jefe de la Policía Secreta), Pablo Apolayo (juez) Juan A. Núñez (médico, concejal), Víctor Navas (empleado de Tagarópulos, S.A., maestro, gobernador, diputado, ministro de Estado), L. J. A. Ducruet (comandante del Cuerpo de Bomberos, alcalde), Clifford Bynoe (impresor, alcalde), Anderson Chubb (cardiólogo), Linda Smart de Chubb (líder feminista, alcaldesa) Miguel A.Ordóñez (diputado, ministro de Estado, alcalde de Panamá), Luis A. Cruz (arquitecto, constructor del parque 5 de Noviembre, Julio C. Donado (alcalde), Rafael E. Arosemema (inspector de Instrución Pública), Norman C. Brown (farmacéutico), Carlos J. Ortiz (maestro, funcionario judicial), Alberto Luis Rodríguez (abogado, periodista, profesor), Carlos A. Vélez (periodista, maestro, secretario del concejo); Daniel Oduber, Jugo (así, con J) Delgado, José Rafael Wendehake, Francesco Bértoli, Miguel Papio, Henry Simons, H. S. Edwards, Wendell Dove, Harry Eno, Rafael DeBoyrie, Antonio Alberola Restol y Enrico Burlando, (médicos extranjeros largamente establecidos en Colón), Carlos Mouynés (ejecutivo del National City Bank of N. Y., primer agente local de la Caja de Ahorros), Carlos R. Smart, Federico Rodríguez Emiliani, Ernesto F. y Ernesto C. Bynoe, Luis A. Puyol Z. (médicos colonenses graduados en el exterior entre 1927 y 1954), Teodoro Navas L. (maestro, periodista, alcalde), Remigio Meléndez (maestro, farmacéutico), Roberto “Tito” Ellis (secretario del concejo, gobernador interino, oficial de la Bomba), José María González C. (comerciante, presidente del Comité Colón Próspera, gobernador), Justo M. Arroyo (perito comercial, periodista), Martín Herrera (maestro, farmacéutico, licenciado en Derecho, profesor de Español), Vicente Garibaldi (abogado, empresario), Leónidas Sánchez (comerciante, concejal), Rigoberto Nieto H. (oficial de policía, alcalde interino, juez de Tránsito), Ricardo “Ricardito” Guardia Ferrnández (activista político, liderizó la izada de la bandera panameña en Cristóbal, el hotel Washington y el Cristóbal High School en Nuevo Cristóbal; hombre inquieto, el Dr. Efraín Tejada U. le llamaba “l’enfant terrible”), José Dominador Bazán concejal, alcalde, Constituyente en 1945, ministro de Estado, vicepresidente encargado de la Presidencia de la República, gerente de la Zona Libre, comandante del Cuerpo de Bomberos de Colón) , Julio A. Salas (comerciante, co’mandante del Cuerpo de Bomberos), Salomón Conoán (inspector de Instrucción Pública), Luis A. Jiménez R. (maestro, asist. del inspector de Ins. Pública), Henry Simons Quiroz (ingeniero agrónomo, diputado, iniciador de la sección Normal en el colegio Abel Bravo), Alfonso Giscombe (diputado, principal gestor de la construcción de la Escuela Rep. de Bolivia), Agustín Cedeño (abogado, presidente de la primera junta directiva de la Zona Libre), Luis A. Deveaux (filántropo), Antonio Ardines (doctor en Derecho), J. Arístides Beliz N. (secretario de la oficina de seguridad), Máximo Carrizo V. (médico, diputado), Adolfo Gale (ingeniero del Municipio y de la Zona Libre), Aarón Abouganem (auditor municipal, comerciante), Nicolás Real (mayor, gobernador), Enrique Townshend (transportista, pres. de la Cámara de Comercio, gerente de la Zona Libre), Telma King (maestra, abogada, periodista, diputada, agente de la Lotería Nacional, dueña de la radioemisora la Voz de Colón), Mario Julio (periodista, alcalde), Roberto Mariano “Tuco” Bula (furibundo defensor de los intereses colonenses, autor de la letra del Himno a Colón), Simón Urbina (maestro de Música, director de bandas y orquestas sinfónicas, autor de la música del Himno a Colón), Eduardo Lanuza (subgerente de la Zona Libre, alcalde, deportista), Carlos Harris (juez de Policía, alcalde), Manuel Everardo Duque (diputado, gerente de la Zona Libre), Héctor Connor (educador, concejal, comentarista radiofónico), Víctor M. Dosman (educador), Antonio Acosta (ganadero), Roberto Troncoso Noguera (técnico de radiodifusión, locutor, director de Radio Atlántico), José J. Jaén y Jaén (oficial de la Policía, electricista, cofundador de la hoy CPR), Alberto R. “Dingo” Stevenson (electricista cofundador de la hoy CPR), Jacobo Marchosky (propietario del Jardín Monaco), Ladilao Sosa A. (contador, periodista, gobernador interino), Apolonio Acosta (inspector de Eduación) Gratitiano Avila (subinspector de Educación), Raquel Walker de Ducruet» (concejal constituyente 1945), Judith Walker (educadora), J. J, Ramírez (periodista), Moisés Méndez Mier (empleado de All American Cables, diputado, jefe de la Oficina de Seguridad), Guillermo S. Young (auditor), Víctor Fong (comerciante, alcalde), Alejandro Kam (Rentas Internas), Máximo Luque (Seguro Social), Luis M. Charrís (miembro del Ayuntamiento, agente local de la Lotería Nacional, subgerente de la Zona Libre, periodista, comerciante), Aníbal Rosas (agente de seguro social), Roberto Endara (diputado, comerciante), Ramón Méndez (concejal, gobernador, jefe de la DACA, comentarista radiofónico), Daniel George Jr. (maestro, intelectual, periodista, nieto del primitivo dueño de la Isla de Manzanillo), Camilo Villalobos (ejecutivo de la Standard Fruit, subjefe de la DACA), Benito Charris (empleado del Banco Nacional, deportista , “olímpico” en 1938), James T. Butler Jr. (comerciante, comandante del Cuerpo de Bomberos), el maestro Eugenio Barrera (líder de la marcha del Hambre y la Desesperación), Rafael Corcho Osorio (secretario del concejo, columnista), Gwendolyn Grinion (maestra, concejal), Dulio Arroyo (catedrático, tratadista), Francisco Rivas (abogado), Eduardo Herrera Puello, “el Poeta” (intelectual), Rufo A. Garay (educador, director del CAB), Demetrio B. Lakas, gerente del Seguro Social, Pres. de la República), Emma Salabarría Patino (educadora, directora del CJGV), Juan Materno Vásquez (abogado, escritor, ministro de Estado, presidente de la Corte Suprema de Justicia, orador), José D’Annunzio Rosanía (pequeño empresario, líder cívico, representante de corregimiento, alcalde), Luis E. Ortiz Avila (sec. del concejo, alcaldía y gobernación; alcalde, gobernador), Pedro A. Anderson y Humberto Zarate (directores del CRUC), Miguel Ángel Rodríguez II (periodista, comentarista radiofónico) Juan F. Macías Santizo (periodista, bibliotecario, jefe de Aseo y Ornato del Municipio, jefe de Mantenimiento del Hospital Amador Guerrero y de Relaciones Públicas de la Zona libre), Víctor Pérez (profesor y escritor), Héctor Javier Macías (maestro, alcalde).
La lista se ha hecho larga. A riesgo de hacerla más larga, y a sabiendas de que nada evitará que, al fin y al cabo, queden nombres en el tintero, es de rigor rescatar del olvido a estos señores que, creyendo en el futuro de Colón, dedicaron los mejores años de sus vidas a trabajar e invertir aquí su dinero en forma extraordinaria, hace ya tanto tiempo que a casi todos los que nacieron después de 1940, nada les dicen sus nombres, por falta de estudio e investigación: Lee Chong, Emilio Wong, D. L. Lynton, Pascual Canavaggio, Juan Díaz Manzano, Jas R. Powell, J. J. Jackson, Celestino Muñoz, José Van Beverhoudt, Ferdinand Grebien y Emile Hauke.
¿Sabe el lector, por ejemplo, quién fue Juan Díaz Manzano? Fue un español que llegó Colón en 1910, a la edad de 26 años y que, como otros tantos de sus compatriotas, logró colocación en los trabajos de construcción del Canal. Al cabo de uno o dos años invirtió sus pequeños ahorros en una tienda de abarrotes en Gatún. En 1914 trasladó el negocio a la avenida Bolívar. El fuego del 30 de abril de 1915 dejó en cenizas la tienda. Volvió a levantarse y se inició entonces en el negocio del banano. En cuestión de cinco años se había convertido en uno de los mayores productores de la fruta en todo el Istmo. A mediados de los años 20 tenía más de 3.000 hectáreas sembradas de banano en las inmediaciones del lago de Gatún. Amplió y diversificó el negocio. Alrededor de los años 1926-27 era el dueño de todos los coches que circulaban en Colón (70 carruajes y 140 caballos). Edificó varias casas de manipostería en la ciudad. Generó empleos. Fue el fundador del pueblo de Cuipo, donde hasta su muerte en 1928, corrió con los gastos de mantenimiento de la escuela pública cuya construcción había sufragado.
Agreguemos en representación de las glorias del deporte los nombres de estos comprovincianos fallecidos: Alfonso Teófilo “Al” Brown, Santiago Zorrilla Pedro “Chato” Amador y Young Finnigan (en boxeo); Félix “Nene” Heráldez, Félix Frutos, Belfield “Curvo” Harris y Pablo Cobos (en béisbol); Francisco “Lengüita”Browh, Gil “Aguja” Rodríguez, Eustace “Jack” Smith y Luis “Easy” Valdés (en baloncesto); Antonio “Pan Viejo” Morales, Pablo “Tato” Prado, Primo Hoad y Antonio Rosas (en fútbol); Antonio Ramón “Toño’ Jaén, Stanley Loney, V^rnon “Sapo” Taylor y José French (en atletismo); Jaime Vélez, Everardo “Fat” Ntñez, José Benito “Slim” Hernández y Eduardo Lanuza (en varias disciplinas deportivas), Ángel “Cubita” Blanco, Joaquín “Bulla-Bulla” González, “Cauca”, Justiniani y César “Fat” Quijano (árbritros de béisbol). Pongámosle fin a la lista con los nombres de diez grandes maestras del Colón de ayer:,Lelia Rangel de Tejada, Felicia Santizo, Libertaria González de Cohn, Juma de Correa, Benigna Valdés, Cimodocea Fernández de Arosemena. Manuela Aguilar, María Luisa Morrel, Julia Valverde y Encarnación “Chon” Reyes.
EN LA ÉPOCA DEL FERROCARRIL DE PANAMÁ
Después de iniciados el 2 de mayo de 1850 los trabajos de desmonte y limpieza de la isla de Manzanillo, el ingeniero George M. Totten regresó de Cartagena, a principios de junio, con cuarenta trabajadores contratados en esa, para imprimirle rapidez a esa fase inicial de la construcción del ferrocarril. Desde entonces iba a estar unida nuestra ciudad a la heroica ciudad colombiana por lazos de hermandad.
Al principio, las cuadrillas se alojaban por las noches en un viejo bergantín anclado en la bahía de Limón, y pocas semanas después a bordo del Telegraph, buque que estuvo abandonado en Chagres y que la compañía compró y trajo para que sirviera de dormitorio auxiliar. En agosto se inició en firme la construcción de la vía férrea. La empresa trajo entonces un médico y construyó en la isla un hospital, que “se llenó inmediatamente hasta la última camilla”.
En esta serie de acontecimientos hay que volver a anotar el acuerdo del 12 de octubre de 1850, de la Cámara Provincial de Panamá, por medio del cual y por proposición de Mariano Arosemena Quesada, se le dio el nombre de Colón a la ciudad que habría de surgir en el sector atlántico del Istmo, como resultado de la construcción del ferrocarril. Para abril del año siguiente la empresa había levantado muelles de madera a orillas de la isla, y la línea férrea llegaba hasta Gatún. A estas alturas las cosas no andaban muy bien económicamente para la compañía. Un suceso imprevisto, ocurrido en noviembre de ese año (1851) vino a darle un soplo de vida. Resulta que al llegar a Chagres los barcos Philadelphia y Georgia, los pasajeros que se disponían desembarcar para seguir su ruta a California a través del Istmo, no pudieron bajar debido a una tempestad. Los barcos se refugiaron en la bahía de Limón, y mal que bien (la compañía no contaba todavía con vagones para pasajeros, y la vía férrea, como queda dicho, no pasaba de Gatún) los pasajeros fueron transportados desde Colón hasta donde alcanzaba a llegar el último riel. De allí continuaron el viaje hacia Panamá por el río Chagres. “Este incidente resultó en una excelente propaganda para la vía; el valor de las acciones subió y los inversionistas se sintieron estimulados y con recobrada confianza”. En febrero de 1852 se dio la ceremonia de la “fundación”, “bautizo” o “inauguración” de la ciudad, de la cual ya he hablado, y en 1853 el ferrocarril había llegado hasta Barbacoas, 16 millas más allá de Gatún. Dos años más tarde (el 27 de enero de 1855) se tendió el último riel. Al día siguiente corrió el primer tren la ruta completa de Colón a Panamá.
Los acontecimientos que se relatan sucintamente a continuación, no se dieron como consecuencia directa de la vía férrea transistmica; pero ocurrieron dentro del período considerado como la época del Ferrocarril de Panamá (1850-1880), por lo cual, y por su particular incidencia en la ciudad de Colón, se incluyen en este capítulo.
En 1854, en ausencia de un cuerpo de policía eficiente y efectivo, la Compañía del Ferrocarril se tomó para sí la responsabilidad de organizar y pagar un cuerpo de vigilantes para imponer el orden público en las ciudades de Colón y Panamá, y en las poblaciones a lo largo de la línea del tren. El cuerpo estaba integrado en su totalidad por extranjeros bajo el mando de Ran Runnels, nacido en Jackson, Misisipí, pero tejano de arraigo, y quien un año más tarde casó con panameña. A principios de año los residentes extranjeros en Colón se habían opuesto a un acuerdo del Cabildo que les imponía contribuciones para los gastos de la administración pública local. Argüían incapacidad del gobierno para garantizarles sus vidas y bienes. En corto tiempo los vigilantes de Runnels redujeron a su mínima expresión el crimen y el robo, en una época en que llegaban a Panamá y Colón “individuos de la más baja extracción social, asiduos concurrentes de garitos y tabernas, dueños de todos los vicios, capaces de los actos más reprobables; groseros, brutalmente amenazadores y ebrios consuetudinarios”, según escrito de Joseph Millard vertido al español en la revista cubana Bohemia del 25 de agosto de 1957.
El Incidente de la Tajada de Sandía, que dejó muertos y heridos en la ciudad de Panamá, y que fue motivo de reclamos por daños y perjuicios de parte de los Estados Unidos, tuvo un antecedente mediato en la llegada a Colón del vapor Illinois, el 15 de abril de 1856, con cerca de 940 pasajeros (entre ellos un tal Jack Oliver), los cuales siguieron por tren ese mismo día hacia la ciudad de Panamá. Allá debían de tomar al día siguiente el barco John L. Stephens con destino a San Francisco, California. Eran aventureros, seducidos por el oro californiano. Cuando llegaron a la ciudad de Panamá la operación de embarque se dilató por la marea baja, por lo que un grupo de pasajeros se fue a merodear por los puestos de refrescos cercanos al muelle. Jack Oliver, borracho, rehusó pagar una tajada de sandía que le arrebató al vendedor ambulante José Manuel Luna, pariteño por más señas. Luna sacó a relucir un cuchillo en demanda del valor de la tajada de sandía: un real “oro”, equivalente a diez centavos “americanos”. Un compañero de Oliver le tiró al vendedor la moneda en forma arrogante y despectiva. Oliver esgrimía un revólver. Llegó gente en ayuda de Luna, y se formó el embrollo. Al final: 17 muertos (quince estadounidenses y dos panameños) y un montón de heridos, de ambos bandos además de daños considerables a la estación del ferrocarril y a la mercancía depositada en la aduana. La Nación (la República de la Nueva Granada) tuvo que pagarles a los Estados Unidos 412.394 dólares de compensación. De lo que nos salvamos por un tris fue de la ocupación del Istmo de océano a océano por los Estados Unidos, y de la conversión de las ciudades de Panamá y Colón en “ciudades libres” (controladas por los gringos), con una zona de veinte millas de ancho, de mar a mar, con la línea del ferrocarril como eje de la ciudad de Colón, en los años 1865,1868, 1869 y 1872, las cuales se contemplan. Tales eran las pretensiones de un señor Amos B. Convine que vino a Panamá específicamente en capítulo anterior de este trabajo como investigador del incidente. Como secuela del informe de Convine se produjo la primera intervención armada de los yanquis en tierra istmeña.
El 6 de septiembre de 1861, el doctor Manuel Murillo Toro, en representación del general Tomás Cipriano de Mosquera (quien habla llegado al poder en los Estados Unidos de Nueva Granada como resultado de una revolución) y el general Santiago de la Guardia Arrue, gobernador del Estado Soberano de Panamá, firmaron el acuerdo que se conoce como el Convenio de Colón, por haberse sellado en esta ciudad. En ese documento Mosquera aceptaba respetar la neutralidad del istmo de Panamá en las guerras intestinas que frecuentemente azotaban la nación neogranadina. Pero Mosquera no cumplió su palabra, y el 19 de agosto de 1862, murió De la Guardia luchando por la autodeterminación del Istmo en el combate de Río Chico de Nata. Y el Convenio de Colón fue abrogado. De ese convenio dijo el doctor Gil Colunje (1831-1899), panameño ilustre que llegó a ser presidente de la Corte Suprema de Justicia de Colombia: No era una independencia; pero le faltaba poco para serlo. Y de Santiago de la Guardia Arrue dijo el respetado historiador Catalino Arrocha Graell: Nadie con mejores títulos que él para merecer en nuestra historia el respeto y la veneración debidos al prócer auténtico de nuestra independencia.
Motivo de festejos populares fue el desembarco e inicio de instalación del cable submarino que pondría a Panamá en comunicación con el resto del mundo. Ello ocurrió en Colón el 22 de octubre de 1870. Para la ocasión vino Sir Charles Bright, quien presidió el acto en compañía del presidente del Estado, general Buenaventura Correoso, y del obispo Ignacio Antonio Parra. Para darle mayor realce al acto, se desempacó la estatua de Cristóbal Colón que desde el Io de mayo había permanecido en el muelle, y se la instaló en el patio del ferrocarril, sobre un pedestal de ladrillos de tres pies de altura. (Véase el capítulo La Estatua de Cristóbal Colón y la joven América). El 25 de octubre de 1870 se contrató entre el prefecto de Colón, Dámaso Cervera, y Daniel R. Morris, el primer alumbrado (de gas) para la ciudad. Dos sucesos de interrelación golpista tuvieron que ver con Colón en junio de 1879. Rafael Aizpuru se apoderó de esta ciudad el día 7 y en la misma fecha Benjamín Ruiz secuestró en Panamá a Ricardo Casorla, encargado del Poder Ejecutivo. Una semana más tarde (el 15 de junio de 1879) se firmó el Convenio de Gatún, mediante el cual se puso en libertad a Casorla, y Gerardo Ortega lo reemplazó en la jefatura del Istmo.
Téngase presente que en el decurso de la época, ocurrieron las intervenciones armadas de los Estados Unidos en la ciudad de Colón, en los años 1865, 1868, 1869 y 1872.
EN LOS AFIJOS DEL CANAL FRANCÉS
Este período, que suele trazarse entre los años 1880 y 1900, empieza realmente a tener incidencia en el Istmo con la concerión provisional otorgada por el gobierno colombiano a la Societé Civile Internacionale du Canal Interocéanique du Darién el 28 de mayo de 1876. Y en lo que dice relación directa con la ciudad de Colón, se inicia con la llegada a esta ciudad, de Lucién N.B. Wyse, Armando Reclus y quince técnicos de paso – hacia Darién, en noviembre de ese mismo año, a explorar las posibilidades de un canal transoceánico por esa ruta. El grupo viajó por tren a Panamá, donde se le unió el ingeniero panameño Pedro Sosa.
En su segundo viaje al Istmo, Wyse subió a bordo de un buque de guerra francés en la bahía de Limón, a principios de 1878. Se dirigió a San Blas, a hacer los estudios hidrográficos del golfo de Urabá. Emprendió viaje, después, a Bogotá, donde el 20 de marzo de 1878 se firmó el contrato Salgar-Wyse, válido por noventa y nueve años y por el cual los Estados Unidos de Colombia le concedieron el derecho de construir un canal por el istmo de Panamá a la Sociedad Civil Internacional del Canal Interoceánico. De allí nació la Compagnie Universelle du Canal Interocéanique con Fernando de Lesseps a la cabeza, corno promotor.
En las primeras horas del 30 de diciembre de 1879 fondeaba en el puerto de Colón el Lafayette trayendo a bordo al Gran Francés, con una comitiva que incluía a su esposa, tres de sus hijos pequeños, la institutriz de éstos, ingenieros, técnicos y un periodista. Era su primera visita al Istmo, y De Lesseps lo hacía todo en grande. Le gustaba la pompa y ceremonia, y de ese tenor fue el recibimiento que la ciudad de Colón le tributó. Hubo discursos, brindis con el espumoso champaña, banderas y grandes alfombras rojas para abrirle paso al hombre que se proponía construir el Canal de Panamá. El presidente del comité de recepción, J. A. Céspedes, en su euforia llegó a decir que la llegada de De Lesseps a la ciudad de Colón era algo que solo tenía parangón en la historia con la visita del Navegante Genovés a la bahía de Limón más de trescientos años atrás. (Este señor Céspedes, a la sazón primera autoridad local, era el hermano del abogado Manuel Santos Céspedes, quien dos años más tarde el 22 de abril de 1881, resentido con Pedro Prestan porque éste lo había vencido en un pleito judicial, iba a atentar contra su vida, y Prestan le daría muerte en legítima defensa).
De Lesseps hablaba perfectamente el castellano, y en la lengua de Cervantes pronunció su discurso de agradecimiento. Al día siguiente se dirigió con su comitiva a Panamá en tren especial, dejando atrás el eco de trompetas y tambores, Y el recuerdo de una noche resplandeciente de faroles chinos y fuegos artificiales. Con todo, la ciudad misma no le impresionó. No podía ser de otra manera. Con treinta años de existencia Colón se presentaba ante los ojos de los visitantes como una población de míseras viviendas (a shantytown al decir de David McCullough), sucia y hedionda, con apenas tres calles llenas de pantanos; repleta eso sí de cantinas y de casas de juego y de lenocinio. En lo material, de lo que quizás podía enorgullecerse la ciudad eran la iglesita de piedra frente al mar; el sólido edificio que servía de casa de fletes y que sirvió de estación ferroviaria; la casa de hospedaje Washington (que era de madera y todavía no era propiamente hotel); “la casa del hielo” (un depósito de hielo que había establecido unos veinte años atrás un señor de apellido Johnson, a quien todos conocían como the ice man); el raro monumento de granito rojo levantado en homenaje a los fundadores de la Compañía del Ferrocarril; el faro en la extremidad* norte del poblado y llorando su abandono en uno de los patios del ferrocarril la estatua de Cristóbal Colón creada por Vicente Vela. En fin, como ya se dijo en un capítulo anterior, la ciudad con todo y su razón de ser y su movimiento comercial era sencillamente un desastre.
En el viaje hacia la capital el tren que llevaba a DeLesseps y su comitiva, se detuvo en mitad del camino, en el puente de Barbacoas sobre el Chagres. Allí lo esperaba, para recibirlo, el presidente del Estado Soberano de Panamá, doctor Dámaso Cervera. ilustre panameño nacido en Portobelo.
El primero de enero de 1880 se realizó en la bahía de Panamá la ceremonia simbólica de inauguración de los trabajos del canal. Fueron muchas las atenciones que durante varias semanas se dispensaron a DeLesseps en la ciudad de Panamá, al cabo de las cuales retornó a la ciudad atlántica a mediados de febrero, y embarcó en el vapor Colón con destino a Nueva York. Al tenerse noticias en Bogotá, el 6 de septiembre de 1880, de la ocupación de punta Burica por funcionarios costarricenses, el presidente de Colombia Dr. Rafael Núnez vino al Istmo a atender personalmente el caso. El 7 de octubre hizo su entrada en Colón, acompañado de sus secretarios de Relaciones Exteriores, y de Guerra y Marina. (Ocurrió así, en Colón, la primera visita a Panamá de un presidente de Colombia). Tres horas después de su llegada a Colón, el doctor Núñez y su comitiva se dirigieron en tren hacia la ciudad de Panamá; pero ya el conflicto había cesado con el retorno voluntario de los invasores a Costa Rica. El presidente Núñez regresó a Colón el 25 de octubre y ese mismo día tomó un barco que lo condujo a Cartagena.
A fines de enero de 1881 llegaron a Colón 35 técnicos al mando de Armando Reclus, para iniciar los trabajos de excavación del canal. El primero de febrero De Lesseps recibió en París un cable enviado desde Colón por Reclus, que decía: “El trabajo empezó”. Ese día el contratista Gastón Blanchet comenzó a abrirse paso de Colón a Panamá, con una cuadrilla de negros y mestizos contratados en Colón.
En marzo la línea estaba trazada, y la ciudad atlántica se había convertido en un hervidero de trabajadores, y en centro de constantes desembarques de materiales y equipo de construcción y excavación. Pero Reclus estaba convencido de que “cuando nada se mueve en el ferrocarril, nada se mueve en el Istmo” (las tropas colombianas aprendieron tarde la lección en 1903), y transmitió a De Lesseps su temor de que le sería muy difícil a los franceses construir el canal si no se hacían dueños del ferrocarril. En junio de 1881, después de mucho tira y hala, la compañía francesa del canal logró adquirir, a un coste de diecisiete millones de dólares, cerca del 98% de las acciones de la Panamá Railroad Company; de modo que los franceses pasaron a ser los dueños casi absolutos del ferrocarril. Sin embargo, nada cambió en cuanto al nombre y estructura legal de la empresa ferroviaria. Para todos los fines legales el ferrocarril permanecía igual. El capital lo controlaban los franceses, pero el ferrocarril seguía siendo una compañía estadounidense, incorporada bajo las leyes del estado de Nueva York. La franquicia otorgada por el gobierno colombiano permanecía igual, y el Tratado Mallarino-Bidlack continuaba vigente.
Los trabajos de excavación propiamente dichos empezaron el 20 de enero de 1882, en Emperador (al otro lado del Istmo), después de la llegada a Colón de gran cantidad de negros, traídos por la compañía, de las colonias francesas de África. También se trajeron chinos, desde California. Cuatro mil (4.000) eran en total les empleados que en esos momentos tenía la empresa del canal en el Istmo. En Colón, Reclus construyó un terraplén que llegaba hasta el puerto mismo, con piedras y tierra de las excavaciones de Monkey Hill (Mount Hope/Monte Esperanza), y se trabajaba afanosamente en la construcción del nuevo barrio de Cristóbal (llamado por los franceses Christophe-Colomb). A todo esto, en la madrugada del 7 de septiembre de ese mismo año, se sintió un temblor en las ciudades de Panamá y Colón. Duró unos cuantos segundos, pero fue tan fuerte que, en un tramo de cuatrocientos pies de la calle del Frente, abrió una fisura de más de veinte pulgadas de ancho y de profundidad. La abertura llegaba hasta el terraplén que había unido la isla a tierra firme. (88) En Panamá la catedral sufrió daños de consideración. El ferrocarril estuvo fuera de servicio normal durante una semana. Varios edificios (todos de madera) se derrumbaron y cinco personas murieron en el sismo, en esta ciudad.
En los inicios de 1884 era de veinte mil unidades el componente de la fuerza laboral de la empresa empeñada en abrir un canal por el Istmo. No obstante, en las filas de los trabajadores, la malaria, la tifoidea y la disentería hacían estragos año tras año. Pero fue un brote extraordinario de fiebre amarilla lo que causó la más alarmante mortandad, entre 1883 y 1884. De Colón salía todas las mañanas un tren funerario hacia Monkey Hill, cargado de cadáveres de víctimas de la mortal epidemia. El caso de Jules Dingler, director general de la compañía, fue patético; en menos de doce meses perdió, en sucesión, a la hija, al hijo, al prometido de la hija y a la esposa. Poco le faltó al pobre hombre para volverse loco.
En 1885 ocurrieron los hechos que culminaron con el incendio de la ciudad de Colón el 31 de marzo de 1885 y el posterior ahorcamiento de Pedro Prestan, acontecimientos que se narran detalladamente en un capítulo anterior. Es importante señalar que la compañía del canal y el gobierno francés adoptaron una actitud de neutralidad en el conflicto. El Reine-Blanche, buque de guerra francés, permaneció en el puerto de Colón, pero no desembarcó tropas, ni desarrolló maniobras de guerra. El incendio, por fortuna, no se extendió al barrio de Cristóbal. Según un boletín de la compañía, ésta “sufrió muy poco la interrupción del tráfico; la propiedad de la empresa fue respetada por los partidos, y los trabajos continuaron de manera usual; sólo el reclutamiento de la mano de obra se hizo más difícil.
El 2 de diciembre del mismo año un huracán azotó la bahía de Limón. Pasó rápidamente, pero con fuerza suficiente para arrastrar a tierra los buques de vela surtos en el puerto. Destruyó los depósitos de carga de la Royal Mail e impidió el tránsito por el ferrocarril durante varios días. El río Chagres inundó un tramo de varias millas de la vía y se llevó un puente. Según Phillipe Bunau Varilla, quien se encontraba en el Istmo, cincuenta personas se ahogaron en la bahía de Limón. Los trabajos del canal continuaban cuando, el 17 de febrero de 1886 llegaba a Colón el conde De Lesseps, en su segunda y última visita al Istmo. Venía a inspeccionar los trabajos y cerciorarse del adelanto de la obra. Permanecería en Panamá durante dos semanas. Otra vez el recibimiento fastuoso. En la ciudad de Panamá se adornaron las calles con palmas y flores para recibirlo. De nuevo los banquetes, los brindis, los bailes de gala, las bandas de músicos, las banderas, y hasta se levantó un arco de triunfo blasonado con una leyenda en letras de oro que decía “Gloria al Genio del siglo XIX. Panamá-Suez.
Esta vez De Lesseps se alojó en Colón, en una impresionante casa de madera construida especialmente para él, frente al mar, en el barrio de Cristóbal. Frente al edificio se instaló la estatua de Cristóbal Colón. La casa se conoció durante años con el nombre del palacio de De Lesseps. En 1904 sirvió de residencia del ingeniero jefe de las obras del Canal en el sector atlántico, cuando los estadounidenses emprendieron la obra. Hoy nadie sabe qué fue de la casa, ni quedan indicios siquiera del sitio donde estuvo. Como, según las crónicas de la época, la casa estaba en la punta del terraplén, a la entrada del Canal, es de suponer que fue demolida por los gringos aunque pudo haber sido trasladada a otro sitio, para ceder espacio a los muelles que se construyeron en Cristóbal.
Por Colón pasó en abril de 1887 el pintor francés Paul Gauguin (1843-1903). No tenía la fama de la cual gozó posteriormente. Merodeó un par de días por las calles de esta ciudad, y se friega la capital del Istmo, donde formó parte de las cuadrillas de pico y pala, en los trabajos del canal. Había venido con intenciones de radicarse en Taboga; lo que no le fue posible. Al cabo de dos meses (eso fue todo lo que duró en Panamá), tomó un barco en Colón que lo llevó a la Martinica. Había sufrido en tierras istmeñas, la humillación de un arresto y la consiguiente multa por hacer aguas en la vía pública. Él mismo relata el incidente de esta manera: Sólo porque oriné en un hueco inmundo lleno de botellas rotas y excremento, fui forzado a recorrer bajo arresto todo el camino a través de la ciudad Panamá, y al final fui multado con una piastra (cuatro francos).
El 31 de diciembre de 1887 la difícil situación económica de la compañía francesa del canal había hecho crisis. Ese día Fernando de Lesseps ordenó por cable, de París a Panamá, suspender los trabajos. Catorce mil personas quedaron sin empleo en el Istmo. Un porcentaje elevado de esa cifra correspondía a Colón. Buena cantidad estaba constituida por jamaiquinos, la mayoría de los cuales fue repatriada por el gobierno inglés, en 1888. Por el lado bueno (aunque nada tenía que ver con la construcción del canal) en medio de los años de dificultad económica que siguieron, el gobierno departamental del general Juan B. Aycardi inauguró en la ciudad de Colón el alumbrado eléctrico (más precisamente en 1890).
El 4 de febrero de 1889 cayó el telón: la Compañía Universal del Canal Interoceánico fue declarada en quiebra y el Tribunal Civil del Sena le designó un liquidador. La sucedió la Compagnie Nouveüe du Canal en un intento por salvar lo insalvable. Su incorporación quedó formalizada el 20 de octubre de 1894. Fue a esta compañía ‘a la que le tocó vender al gobierno de los Estados Unidos de América, en 1904, lo que quedaba en bienes financieros y propiedades de la aventura francesa en el Istmo, incluso el ferrocarril de Panamá. Lo que quiere decir que la Compañía del Ferrocarril fue propiedad de la empresa iniciada por Aspinwall, Chauncey y Stephens en: 1848, hasta 1881; que la mayoría de las acciones perteneció a la Compañía Universal del Canal Interoceánico, de 1881 hasta 1889, y a la Nueva Compañía del Canal de Panamá, de 1889 a 1904, cuando pasó a la nación estadounidense. En realidad los gringos nunca dejaron de administrar el ferrocarril hasta 1979, cuando casi inservible lo traspasaron a la nación panameña.
Los franceses fracasaron en su intento de construir el canal de Panamá, más que por la malversación de fondos, y más que por la dificultad (hay quienes hablan de “imposibilidad”) de hacerlo a nivel, por su incapacidad de percatarse de que primero debían sanear la región. El busto de bronce colocado desde 1928 en el centro del sector del paseo Juan Demóstenes Arosemena (antes “El Centenario”) comprendido entre las calles 3 y 4, y el nombre que desde los años 20 llevan el área noroeste de la ciudad y la vía pública que es la continuación de la calle 3 en el barrio de Nuevo Cristóbal, constituyen el homenaje de los colonenses a Fernando De Lesseps.
En la secuencia cronológica tampoco hay que olvidar que el 20 de junio de 1897 se considera como el punto de partida (en cuanto a continuidad interrumpida) del Cuerpo de Bomberos de Colón, cuyos pormenores históricos se relatan en capítulo aparte. Los efectos bélicos de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) no se sintieron directamente en Colón sino en su fase última, cuando los liberales se tomaron la ciudad. El detalle de esta acción aparece en el capítulo Las intervenciones militares estadounidenses. Cabe señalar aquí, no obstante, un detalle en el cual casi no se han detenido los que han historiado esa guerra fratricida. Y es la expatriación impuesta a revolucionarios liberales por las autoridades conservadoras. Así se dio la expatriación de los colonenses Alberto Harris, Auxibio Puyol C. y Felipe Salabarría Mesa. Al primero lo enviaron a Centroamérica. A los otros dos los metieron en un barco que salía del puerto de Colón con destino a Kingston, Jamaica. Allá estuvieron cerca de un mes, comiendo el duro pan del destierro.
Citar este texto en formato APA: _______. (2010). WEBSCOLAR. Historia de la Provincia de Colón. https://www.webscolar.com/historia-de-la-provincia-de-colon. Fecha de consulta: 21 de noviembre de 2024.