Apenas consolidado el poder revolucionario, el II Congreso de los Soviets designó un Gobierno de comisarios del pueblo, presidido por Lenin. El problema de la paz con Alemania motivó un primer enfrentamiento de Lenin con la «oposición de izquierdas», que, confiada en la extensión de la Revolución por Europa, preconizaba la reconversión de las hostilidades con Alemania en una guerra revolucionaria. Prevaleció la posición de Lenin de paz inmediata, y el 3 de marzo de 1918Trotski firmó el Tratado de Brest-Litovsk. Rusia perdía Finlandia y parte de sus territorios occidentales. La estabilización del frente exterior permitió a Trotski, al mando del Ejército Rojo, la desorganización de los intentos contrarrevolucionarios de las regiones periféricas, fomentados por las potencias extranjeras. En 1920 el Gobierno de Moscú reconoció la independencia de Estonia, Lituania, Letonia y Finlandia, y debió ceder parte de Bielorrusia y Ucrania a Polonia. Ante la imposibilidad de una derrota bélica del régimen soviético, los países capitalistas decidieron establecer un «cerco sanitario» que paralizara la propagación revolucionaria. Para recuperar la economía, Lenin procuró corregir los desajustes y paliar el descontento campesino mediante la NEP, que permitía transitoriamente el mantenimiento de formas económicas de cierto tipo capitalista. Después del IV Congreso de los Soviets en 1918, en el que el Partido Socialdemócrata adoptó la denominación de Partido Comunista de la Unión Soviética, los social revolucionarios y mencheviques fueron expulsados de las organizaciones oficiales y se instituyó un rígido centralismo en la organización del Partido y en la administración del país. Simultáneamente, una completa autonomía lingüística y cultural fue acordada a las regiones diferenciadas.
El país pasó de ser una sociedad agraria a una industrializada en un tiempo relativamente corto, pero a la vez se produjeron penurias económicas. La colectivización fue altamente rechazada por los kulaks mientras el Estado se apropiaba de las cosechas, particularmente en Ucrania donde se provocó el genocidio denominado Holodomor, con el objetivo de evitar que los campesinos las retuvieran ilegalmente. La oposición en el interior del Partido se consideró relacionada con las clases indóciles y hostiles al socialismo. La URSS logró un desarrollo industrial y económico a tiempo para la Segunda Guerra Mundial, la principal recompensa que obtuvo con dicha industrialización a marchas forzadas. La guerra contra Polonia y Finlandia, complementado con el fusilamiento o exilio de mucha de la jerarquía del Ejército Rojo en las purgas políticas, dejaron la defensa nacional en un terrible estado. Esto fue detectado por Hitler; sin embargo, ni él ni Stalin desaban un enfrentamiento inmediato. Al producirse la invasión del ejército alemán sin previa advertencia se fomentó una exaltación del patriotismo ruso, llevando la guerra hacia las puertas de las principales ciudades soviéticas. La nueva inquietud de las potencias occidentales fue expuesta en la «doctrina Truman» del 12 de abril de 1947, que preconizó la necesidad de frenar la «expansión soviética», iniciando la llamada «Guerra Fría»…
Tras la muerte de Stalin, una reorganización inmediata del Partido y del Gobierno permitió la reprobación de los abusos autoritarios y la eliminación de las personalidades más comprometidas con el culto a la personalidad. Paralelamente se anunció en el Soviet Supremo un aumento en la producción de bienes de consumo y decreció la tensión internacional con el armisticio de la Guerra de Corea. Los países bajo influencia soviética firmaron en 1955 el Pacto de Varsovia, también llamado Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua.
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