La ciencia, sin método, se convierte en una mera acumulación de datos inconexos. El método los ordena y proporciona al científico la oportunidad de pasar del mero registro de hechos a la postulación de hipótesis y teorías.
Metodología de las ciencias es el estudio de los procesos y métodos de conocimiento aplicados por las distintas disciplinas del saber humano. Los diversos métodos comprenden, en general, la consideración de conjunto de datos de partida, un sistema de operaciones ordenadas y unos resultados o conclusiones acordes con los objetivos iniciales del estudio.
El objetivo primordial de toda ciencia es el acercamiento del hombre a los fenómenos naturales y humanos mediante la comprensión y el dominio de los mecanismos que los rigen. Esta aproximación no requiere planteamientos previos de ningún tipo, ya que los estímulos externos penetran en la mente humana a través de los sentidos, y la acumulación de experiencias sensitivas e intelectuales supone por sí misma un determinado grado de conocimiento de cada individuo. Sin embargo, la asimilación indiscriminada de percepciones puede dar lugar a errores de interpretación, olvidos y captación insuficiente de las informaciones recibidas, por lo que la ciencia ha de establecer un conjunto de reglas de variada tipología que la ayuden a esquematizar, recordar e interpretar los datos, lo que constituye a la vez una economía de tiempo y un sistema de transmisión racional del saber entre distintas generaciones.
El empleo de metodologías en la mayoría de las ciencias modernas pretende subsanar los problemas de clasificación de datos, según unos criterios preestablecidos, orientar las investigaciones futuras y facilitar el adiestramiento de sus especialistas y técnicos.
Por el hecho de seleccionar una serie de puntos de partida, toda metodología se impregna de una filosofía particular que se refleja en las conclusiones a las que conduce. La experiencia histórica ha demostrado que una excesiva rigidez en los postulados coarta, más que favorece, el desarrollo de nuevos descubrimientos e ideas, por lo que las últimas tendencias metodológicas observan como principios fundamentales la flexibilidad y el espíritu abierto a la evolución del pensamiento humano.
A lo largo de la historia, el método aristotélico utilizado entre otros por el matemático Euclides, se basa en la definición de un conjunto de proposiciones previas que conforman el marco de estudio del problema y anteponen el ideal y la actividad intelectual a los posibles datos obtenidos por medio de la experimentación. Mientras que los planteamientos griegos perduraron a lo largo de la historia en las sociedades europeas hasta el siglo XVII, en el que la acumulación del saber científico hizo precisa una revisión de la metodología.
Así, hemos visto como las influencias de las ideas renacentistas y del humanismo, que entendían al hombre como ser creador y escrutador del cosmos, se vieron plasmadas en el llamado método hipotético-deductivo, iniciado por el físico italiano Galileo Galilei, quien introdujo medidas experimentales como postulados previos a la elaboración de teorías explicativas de los fenómenos. Según sus postulados, a partir de la construcción de hipótesis, el método científico ha de obtener una ley general, preferentemente expresada en lenguaje matemático, que permita no sólo comprender los hechos sino también predecir el comportamiento futuro de un sistema físico bajo condiciones conocidas.
Durante el mismo siglo XVII, el inglés Francis Bacon aportó los fundamentos del método inductivo, según el cual, la observación experimental de los fenómenos particulares constituiría la base para la elaboración de las leyes generales que los rigen.
Las proposiciones en apariencia opuestas de Bacon y Galileo se sustentaban en principios análogos, al aceptar la experiencia como fuente primigenia del saber, el razonamiento como mecanismo de estudio, y los fenómenos naturales como hechos determinados y conocibles a partir de la mera observación.
En tal contexto, René Descartes, en su obra Discours de la méthode (1637; Discurso del método) introdujo la duda sistemática y la evidencia como principios de análisis de las cuestiones científicas.
El entramado metodológico de las ciencias de la edad moderna, apoyado en la corroboración de los fenómenos mediante leyes de inspiración matemática, sufrió un fuerte revés con la aparición de las doctrinas evolucionistas del siglo XIX y la irrupción de las teorías cuántica y relativista a principios del XX. Según tales interpretaciones, la medición de la realidad condicionaba los resultados de la misma, y el tiempo y el espacio constituían entidades interrelacionadas y variables en función de las características del entorno.
La fuerte carga lógico-matemática de estas teorías influyó de forma decisiva en la metodología de las ciencias, que adoptaron los principios de axiomatización y descripción de los problemas suministrados por los matemáticos David Hilbert y Kurt Godel.
El siglo XX asistió asimismo al afianzamiento de las ciencias humanas, aparecidas como tales en la época decimonónica, y de su preocupación por adquirir una base metodológica, inspirada en la física, que las apartaría definitivamente de su antigua consideración de disciplinas subordinadas. La historia, la economía y la sociología se beneficiaron del gran número de datos que en sus correspondientes prácticas se manejan para edificar elaborados sistemas de hipótesis y principios, cuya variedad ha originado numerosas y controvertidas escuelas de pensamiento.
En general, las metodologías científicas utilizan modelos híbridos en los que tienen cabida las cuestiones empíricas, que nunca quedan exentas de cierto racionalismo al aceptar los sentidos humanos y los instrumentos de medida como únicas fuentes de información, y las puramente teóricas, a las que es inherente cierto matiz práctico.
La mayoría de las ciencias aceptan la experiencia como primer y último eslabón de la cadena del saber. Así, el proceso del conocimiento se inicia con la observación de un hecho y finaliza con la comprobación empírica de sus conclusiones teóricas.
Según tal interpretación, toda disciplina científica es tanto más eficaz cuanto mayor sea la cantidad de fenómenos que interpreta con una buena aproximación a los casos reales. Ello no significa que los postulados dogmáticos característicos del siglo XVIII, y los absolutamente estadísticos cultivados por algunos investigadores modernos, no aporten descripciones correctas de la realidad, aun cuando desechen un elevado número de variables importantes del problema que puedan limitar o desprestigiar sus conclusiones.
La mayoría de las metodologías actuales se definen con una visión abierta y huyen del establecimiento de axiomas excesivamente prolijos en número e interpretación. Asimismo, comparten un conjunto de principios fundamentales: la aceptación de la experiencia y no la idea como fuente de conocimiento primordial; la consideración de la utilidad como fin último, ya que pretenden colaborar en la interpretación del mundo y no crear uno nuevo, de lo que se acusa a ciertas doctrinas dogmáticas del pasado; y la construcción de modelos, que más que explicar la realidad, lo que constituye una actitud pretenciosa e inalcanzable, intentan sistematizar la acumulación de las experiencias humanas.
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