Por ello, quiero remitirme a que la oralidad, ante todo, es una forma comunicativa: desde el llanto de un bebé que tiene hambre hasta el monólogo psicoanalítico y filosófico de los seres humanos. ¿Qué es la oralidad? Walter Ong (1996) hace una buena definición de ello y habla de “‘oralidad primaria’ a la oralidad de una cultura que carece de todo conocimiento de la escritura o de la impresión. Es ‘primaria’ por el contraste con la ‘oralidad secundaria’ de la actual cultura de alta tecnología, en la cual se mantiene una nueva oralidad mediante el teléfono, la radio, la televisión y otros aparatos electrónicos que para su existencia y funcionamiento dependen de la escritura y la impresión”.
Esta oralidad primaria tiene una paradoja esencial: por un lado, permite que la memoria se active y permite la consulta a lo que llamaremos corpus, que es el conjunto de conocimientos, hábitos, tradiciones, representaciones, simbolismos, significaciones y lengua en un grupo social determinado. Es decir, permite la consulta a un archivo no escrito, pero permanente. Y por otro lado, cuando las palabras han abandonado la boca y han sido dichas, también han dejado de existir sonoramente, aunque se abra el abanico de posibilidades hacia la significación.
La oralidad es, entonces, fugacidad y permanencia. Es la conjunción entre lo inmediato y lo mediato, entre la memoria ancestral y la no memoria. Este fenómeno doble ha permitido a la oralidad debatirse entre el mundo de la cultura escrita y transformarse. Las culturas orales son porque tienen una historia común, valores comunes, un corpus, una cultura, precisamente; pero las llamadas culturas escritas parecerían adolecer de ello. Se cree que estando en los libros, las tradiciones no se pierden, la memoria no es fugaz y el corpus puede ser alimentado de maneras distintas. Hace poco tiempo tuve que hacerle ver a un abogado lo importante de la cultura escrita en su propia profesión y le demostré cómo la oralidad era peor que una mentira, desde el punto de vista de la abogacía: no tenía valor alguno. Para hacer un contrato hay que firmarlo; para casarse y amarse hay que firmarlo; para que alguien exista -léase registro de nacimiento- hay que firmarlo; para que haya literatura hay que escribirla.
La escritura es la materialización de la palabra. Por ello en nuestros días hay una proliferación de imágenes (por esa frase falsa de que una imagen dice más que mil palabras) y de letreros, de escritos. La radio en las ciudades ha pasado a ser un medio secundario, y ha proliferado la televisión como el avasallador escudo de la cultura contemporánea.
El estudio de los medios de comunicación es un campo de investigación en el que siempre habrá algo que decir. En el caso de la radio, medio de oralidad secundaria, puede tomarse como el medio alternativo por excelencia, que permite enlazar a grandes distancias a la gente de cultura oral y cultura escrita, mediante la mediación del lenguaje. Muchas veces se ha hablado de la radio y de su potencial democrático, del servicio que presta a la pretendida “comunidad”. La radio es, también, nostalgia: “Dispara, Margot, dispara”; es la recreación de una época y de una cultura. Pero el medio no permite lo que sí la cultura oral primaria: un acercamiento comunicativo inmediato. Un tête a tête.
Tres componentes de la oralidad
En la pura tradición oral, Walter J. Ong (1996) ha llamado a lo oral como vocalizaciones o formas artísticas verbales, en contraposición al concepto de literatura oral. Sin embargo, y para aclarar lo que se entiende como oralidad y como literatura oral, podríamos separarnos en este punto de Ong y retomar el concepto que se refiere a la “literatura oral” de Carlos Montemayor (El cuento indígena de tradición oral. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Instituto Oaxaqueño de las Culturas. México, 1996). Él dice:
“El complejo proceso idiomático y cultural que se ha dado en llamar ‘tradición oral’ sólo puede explicarse cabalmente a partir del arte de la lengua, pues en estricto sentido la tradición oral es cierto arte de composición que en las culturas indígenas tiene funciones precisas, particularmente la de conservar conocimientos ancestrales a través de cantos, rezos, conjuros, discursos o relatos. Ciertamente, el término ‘literatura’ como técnica de escribir proviene de la voz latina littera (letra), pero el concepto se refiere más a la noción de arte que a la de redacción y el concepto de ‘tradición oral’ no parece distinguir suficientemente las fronteras entre arte de la lengua (escrita o no) y comunicación oral”.
En este sentido, Montemayor refiere a las diferencias que forman la oralidad, de la cual se proponen tres grandes bloques: el arte de la lengua, como el conjunto de conocimientos que son transmitidos a través de cantos, rezos, discursos, leyendas, cuentos y conjuros; la comunicación oral, entendida ésta como la forma de relacionarse con el otro, tratando de encontrar la mediación necesaria en cuanto a acercamiento de lenguajes, corpus, conocimientos, referentes y definiendo en sí sus propias leyes; y el habla, como la capacidad de entablar diálogos, utilizada en la vida cotidiana, referida a la forma específica de hablar de cada persona, aunque no se descarta que el habla pueda ser también social, es decir, que a través de ella se comparten mismos referentes, lenguaje y conocimientos.
Historia oral
A la historia oral, dice Jorge Aceves Lozano (1996): “le interesa los hechos y eventos sociales donde intervienen instituciones e individuos en determinados procesos económicos, políticos y simbólico-culturales. Le interesa producir conocimientos y no sólo ser un canal de exposición oral de testimonios”.
Conocer el arte de la lengua en las comunidades rurales puede ser, en sentido estricto muy difícil, si no existe la confianza necesaria y, de hecho, para algunos antropólogos ha resultado en análisis incorrectos. El caso de Walter S. Miller citado por Montemayor (1996), se refiere a la creencia argumentada por Franz Boas, en 1912, en el sentido de que, debido al escaso número de cuentos de los nativos mixes, se afirmaba que el folclor mexicano existente en esa época procedía de la tradición española y no de la indígena. Walter S. Miller (1956) apunta, contradiciendo con su trabajo antropológico: “No es verdad que los cuentos sean escasos. Es más bien que ellos (los indígenas) se resisten a narrarlos a desconocidos”.
Según Walter Ong (1996), los pueblos orales tienen formas de recordar sucesos y reproducirlos. Así la historia de comunidades sin escritura no se pierde. Según Ong, una fórmula es recordar hechos memorables y asociar otro tipo de sucesos con ello. En las pláticas con campesinos será entonces común escuchar “el año del temblor”, “cuando vino el huracán”, “cuando llegaron los de la Proderith”, “cuando hubo pleito con el pueblo vecino”, etc. La oralidad será acumulativa, copiosa y redundante, conservadora, empática, participante y situacional (no abstracta).
LITERATURA ORAL, ORALIDAD FICTICIA
Se pretende una aproximación a las relaciones entre la contradictoria ‘literatura oral’ y redundante ‘literatura escrita’, entre lo oral (en tanto fenómeno de comunicación real), convertido en creación verbal, y la ficción de oralidad en la escritura (literaria). Todo, en el marco general de la problemática oralidad / escritura tal como aparece en la práctica cultural latinoamericana. En este último caso, se trata, sin duda, de un esfuerzo por dialogar con la otredad, con lo excluido por el canon de la literatura y cultura oficial. Con ello no sólo se busca incorporar formas o estructuras propias del discurso oral en los textos literarios, sino, en algunos casos paradigmáticos, alcanzar una cierta certidumbre de que esos textos literarios obedecen a una lógica profunda de oralidad cultural.
La problemática de la oralidad en América Latina puede reducirse a cuatro cuestiones generales cuando se trata de enfocarla desde el terreno de la literatura o, para emplear un término más amplio y menos equívoco, la creación verbal: 1. El problema de la creación verbal en una cultura tradicional no letrada (culturas amerindias); 2. El de las manifestaciones orales propias de culturas tradicionales en el marco de una cultura letrada dominante (culturas indígenas subsumidas en entornos occidentalizados, culturas populares); 3. El de las relaciones entre aspectos orales y escritos de los textos literarios (armonías, timbre, ritmo, entonación, etc., y sus formas gráficas de representación, en verso y prosa); y 4. El referido a las diversas formas de imitación de la oralidad en textos escritos literarios (oralidad ficticia).
Es pertinente observar, previamente, que “la noción de oralidad es una noción construida desde la cultura de la escritura” y, por tanto, “al hablar de oralidad nos situamos de hecho en el espacio de la escritura”. Sin duda, de este hecho deriva la existencia de una noción aparentemente tan contradictoria como la de “literatura oral”,
Desde la perspectiva de las culturas americanas prehispánicas, el repertorio de códigos y sistemas expresivos fundados en la comunicación oral no padecía, por supuesto, ninguna deficiencia. Desde el sistema letrado, en cambio, se ha tendido a mirar la oralidad como un estado precario necesario de superar, y a considerar que el progreso de esas formas primitivas de sociabilidad consiste, precisamente, en el tránsito de la oralidad a la escritura.
En este contexto, la oralidad constituye un estado de déficit cognoscitivo y comunicativo que impide a las culturas tradicionales asegurar su supervivencia. Por esto mismo, la noción de literatura oral aparece signada negativamente, en tanto manifiesta la carencia de escritura en sociedades consideradas ágrafas. Así y todo, hay que consignar que diversas estratos de cultura popular en América Latina han logrado desarrollar formas orales de comunicación perfectamente eficaces en la configuración de sus visiones de mundo y, por lo tanto, adecuadamente expresivas de su propia realidad; formas orales que es preciso considerar a la hora de construir el real perfil identitario de nuestra cultura: “…incorporar la oralidad armonizándola con la cultura del libro parece ser uno de los grandes temas pendientes desde el punto de vista de la identidad cultural de los pueblos latinoamericanos.
Se trata de valorizar el estilo y el carácter particular de las tradiciones orales populares, abriéndole los ojos a la población respecto de la existencia de las culturas regionales”.
Conviene distinguir, entonces, la oralidad plena y absolutamente funcional perteneciente a sociedades tradicionales de la oralidad derivada del analfabetismo provocado por las desigualdades sociales y económicas en las sociedades modernas ilustradas.
En ese plural y heterogéneo universo que constituyen las sociedades latinoamericanas, se enfrentan desde la conquista, y desde entonces se contagian, una cultura tradicional oral dominada (la aborigen) y una cultura letrada dominante (la europea). Alfabetización, cristianización y colonización marcharon de la mano y produjeron “una redistribución de las prácticas y de la conceptualización de prácticas discursivas orales y escritas en las colonias del Nuevo Mundo”.
Desde entonces, como toda práctica comunicativa que ha desarrollado un sistema de escritura, la cultura letrada, apoyada en el poder colonizador, manifiesta una permanente y dinámica interacción entre formas de comunicación orales y escritas y comprende zonas o niveles variados alfabetos y analfabetos. También desde entonces, la tradición oral latinoamericana, predominante en los espacios rurales y creciente en las márgenes urbanas, a veces prohibida, a veces clandestina, siempre minusvalorada y discriminada, comprende variedad de lenguas (indígenas, europeas, africanas), mestizaje o hibridez de tradiciones, heterogeneidad y sincretismo cultural. En todo caso, ambas prácticas (oralidad y escritura) suponen, además de conflictos, complementariedad e influencias recíprocas. De modo que, por un lado, “la oralidad, sistema de por sí multimedial, ya no existe en estado puro en ninguna parte de América” y sólo cabe estudiarla en relación con el sistema hegemónico letrado y, por otro, las formas letradas exhiben procesos de hibridación con formas de oralidad, aun en aquellas prácticas consideradas más prestigiosas y cultas, como las manifestaciones literarias (cuestión que examinaremos más adelante).
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