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Los valores espirituales

A.   DIOS

 

El concepto teológico, filosófico y antropológico de Dios hace referencia a una suprema deidad adorada por algunas religiones, en especial las de origen abrahámico y algunas relacionadas con ellas. Su conceptualización ha sido tema de debate en casi todas las civilizaciones humanas.

Dios en la filosofía es considerado como un ser Supremo, principio primero y fin ultimo de cuanto es. Ser cuya esencia coincide con su existencia. Acto puro o Primer Motor Inmóvil, en la concepción de Aristóteles. Los panteístas identifican a Dios con el mundo; la filosofía griega hacia al mundo coeterno con Dios, pero sometido a éste e impulsado por él. Para el cristianismo y la mayor parte de las religiones, Dios es distinto del mundo, creador del mismo y personal. Respecto de Dios, la filosofía se ocupa principalmente del problema de la demostrabilidad de su existencia. Dos tipos de argumentos han sido propuestos: el a priori u ontológico, que pretende probar la existencia de Dios por el mero análisis de su concepto (San Anselmo; modernamente, Descartes), y las pruebas a posteriori, es decir, a partir de la existencia del mundo sensible, elevándose a su Causa y Fin últimos. Santo Tomás, en el siglo XIII, sistematizó estas últimas pruebas en las llamadas “cinco vías demostrativas de la existencia de Dios”.

Para apreciar en su justa medida la transformación que experimentó el concepto filosófico de Dios mediante su equiparación al Dios de la fe, hemos de acudir a algún texto bíblico que nos hable de Dios. Al azar elegimos la parábola de la oveja y de la dracma perdidas de Lc 15,1-10. El punto de partida es el escándalo de los fariseos y letrados por el hecho de que Jesús se siente a la mesa con los pecadores. La respuesta es una alusión al hombre que tiene 100 ovejas, pierde una, va a buscarla y, por fin, la encuentra; por ella se alegra mucho más que por las 99 que no tuvo que buscar. La narración de la dracma perdida y hallada apunta en otra dirección: por haberla encontrado el ama de casa se alegra mucho más que por las que no perdió.

Pero no olvidemos la otra cara del hecho. La fe cristiana se decidió solamente en favor del Dios de los filósofos; en consecuencia este Dios es el Dios a quien se dirige el hombre en sus oraciones y el Dios que habla al hombre. Pero al tiempo la fe cristiana dio a este Dios una significación nueva, lo sacó del terreno de lo puramente académico y así lo transformó profundamente. Este Dios que antes aparecería como algo neutro, como un concepto supremo y definitivo, este Dios que se concibió como puro ser o puro pensar, eternamente cerrado en sí mismo, sin proyección alguna hacia el hombre y hacia su pequeño mundo; este Dios de los filósofos, cuya pura eternidad e inmutabilidad excluye toda relación a lo mutable y contingente, es para la fe el hombre Dios, que no sólo es pensar del pensar, eterna matemática del universo, sino agapé, potencia de amor creador. En este sentido se da en la fe cristiana la misma experiencia que tuvo Pascal cuando una noche escribió en un trozo de papel que luego cosió al forro de su casaca, estas palabras: Dios de Abraham, Isaac y Jacob., no el .Dios de los filósofos y letrados.

 

Con la consabida vinculación al Dios de los filósofos, realizada por la fe, se llevan a cabo dos superaciones fundamentales del pensar puramente filosófico:

 

a).- El Dios filosófico está esencial y solamente relacionado consigo mismo.

Es un puro pensar que se contempla a sí mismo. El Dios de la fe está, en cambio, determinado por la categoría de la relación. Es amplitud creadora que lo transforma todo. Así surge una nueva imagen del mundo y una nueva ordenación del mismo: la suprema posibilidad de ser no es la de poder vivir separado, la de necesitarse sólo a sí mismo ni la de subsistir en sí mismo. La forma suprema del ser incluye en sí misma el elemento de la relación. No es necesario insistir en la revolución que supone para la dirección de la existencia humana el hecho de que lo supremo no sea ya la autarquía absoluta y cerrada en sí misma, sino la relación, el poder que crea, lleva y ama todas las cosas…

 

b).- El Dios filosófico es puro pensar.

El puro pensar cree que el pensar sólo es divino. El Dios de la fe es, en cuanto pensar, amor. La idea de que el amor es divino domina toda su concepción. El Logos de todo el mundo, la idea original de la verdad y el amor; allí donde se realiza no hay dos realidades yuxtapuestas o contrarias, sino una, el único Absoluto. Este es el punto de partida de la confesión de fe en el Dios uno y trino, sobre el que volveremos más adelante.

 

 

 B.     TESTIMONIO

 

Testimonio es el acto en el cual las personas que presenciaron un hecho narran lo sucedido. Para la iglesia constituyen testimonios desde las narraciones de aquellos que acompañaron a Jesús durante sus predicaciones y milagros, hasta los relatos de aquellos que en nuestros días han presenciado algún hecho milagroso.

Este elemento al que llamamos testimonio es la gran fortaleza de la Iglesia. Es el manantial donde se originan la fe y la actividad; es difícil de explicar y no se puede medir; es algo indescriptible y misterioso, y, sin embargo, es tan real y potente como cualquier otra fuerza de la tierra. El Señor lo describió cuando le dijo a Nicodemo: “El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8). Eso, que llamamos testimonio, es difícil de definir, pero sus frutos son claramente evidentes. Es el Santo Espíritu que testifica a través de nosotros.

El testimonio personal es el factor que hace que la gente cambie su modo de vivir al integrarse a esta Iglesia; es el elemento que motiva a los miembros a abandonarlo todo para estar al servicio del Señor; es la voz apacible y alentadora que sostiene incesantemente a los que andan por la fe hasta el último día de su vida.

Es algo misterioso y maravilloso, un don de Dios al hombre. Supera a la riqueza o la pobreza cuando se nos llama a servir. Este testimonio que nuestra gente lleva en el corazón es una fuerza motivadora para el cumplimiento del deber. Se encuentra tanto en los jóvenes como en los viejos; se encuentra en el estudiante de seminario, en el misionero, en el obispo y en el presidente de estaca, en el presidente de misión, en la hermana de la Sociedad de Socorro y en toda Autoridad General; se escucha también de labios de los que no tienen otra asignación que la de ser miembros. Está en los cimientos mismos de esta obra del Señor, y es lo que la impulsa a través del mundo. Nos motiva a la acción, nos exige que hagamos lo que se nos pida. Nos da la seguridad de que la vida tiene propósito, de que hay cosas que tienen mucho más importancia que otras, de que estamos en una jornada eterna, de que somos responsables ante Dios.

 

 

 

 C.     ORACIÓN

La oración es el esfuerzo de comunicarse con Dios o con otra deidad o espíritu, ya sea para ofrecer pleitesía, hacer una petición o simplemente expresar los pensamientos y las emociones personales. Dependiendo de la religión puede ser una o varias de estas formas:

 

 

Etimológicamente es una expresión oral, es decir, que debe expresarse de viva voz. La llamada oración mental, que sólo se emite como un pensamiento por el orante suele considerarse también válida. Las religiones suelen otorgar validez a la mera repetición de unas palabras que pueden ser incluso en un idioma que el orante no entiende (las llamadas lenguas sagradas: sánscrito, hebreo, griego, latín, árabe…), o conceptos difíciles de entender en el propio idioma. En la religiosidad popular, son las propias palabras las que tienen el poder curativo o la eficacia religiosa de que se trate.

La oración parece ser, esencialmente, una tensión del espíritu hacia el “substractum” inmaterial del mundo. De una manera general consiste en una queja, un grito de angustia, un pedido de socorro, y a veces se convierte en una serena contemplación del Principio Inmanente y Trascendente de todas las cosas.” Podemos igualmente definirla como una elevación del alma hacia Dios o como un acto de amor y adoración para con Aquel a Quien se debe esta maravilla que se llama Vida. De hecho, la oración representa el esfuerzo del hombre para comunicarse con un Ser invisible, Creador de todo lo que existe, Suprema Sabiduría, Fuerza y Belleza, Padre de todos y cada uno de nosotros.

Lejos de consistir en una simple recitación de fórmulas, la verdadera oración representa un estado místico en que la conciencia se absorbe en Dios. Este estado no es de naturaleza intelectual, y por eso permanece inaccesible para los filósofos y los sabios; del mismo modo que el sentido de lo bello y del amor no exige ningún conocimiento libresco.

Las almas simples sienten a Dios tan naturalmente como sienten el calor del sol o el perfume de una flor; pero este Dios tan abordable para aquel que lo sabe amar, se oculta para el que no lo sabe comprender. El pensamiento y la palabra se sienten impotentes para describirlo. Es por eso que la oración encuentra su más alta expresión en un arrobo de amor a través de la noche oscura de la inteligencia.

La oración actúa sobre el espíritu y sobre el cuerpo en una forma que parece depender de su calidad, de su intensidad y de su frecuencia. Es fácil conocer cuál es la frecuencia de la oración y, en una cierta medida, su intensidad; en cuanto a la calidad, se mantiene desconocida, pues no poseemos medios para medir la fe y la capacidad de amor de los demás. Cuando la oración es habitual y verdaderamente fervorosa, su influencia se hace más manifiesta y podemos compararla a la de una glándula de secreción interna, como, por ejemplo, la tiroides o la suprarrenal. Consiste en una especie de transformación mental y orgánica que se opera en una forma progresiva.”

La oración, según parece, eleva a los hombres por encima de la estatura mental que les corresponde de acuerdo con su herencia y su educación. Este “contacto” con Dios los impregna de paz, y la paz irradia de ellos, y llevan la paz a todas partes adonde vayan.”

Citar este texto en formato APA: _______. (2011). WEBSCOLAR. Los valores espirituales. https://www.webscolar.com/los-valores-espirituales. Fecha de consulta: 24 de noviembre de 2024.

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