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Marco Fabio Quintiliano y su influencia en la educación

MARCO FABIO QUINTILIANO

(Calagurris Nassica, hoy Calahorra, actual España, hacia 30 – ?, hacia 100)

Escritor y retórico latino. No se conoce mucho de su biografía; ni siquiera se sabe si su padre era el rétor Quintiliano, nombrado por Séneca el Viejo en sus Controversias.

También resulta difícil aventurar cuánto tiempo permaneció en España antes de marcharse a Roma, donde se desarrolló el grueso de su formación. Allí, según señala el propio Quintiliano a lo largo de su obra, frecuentó la escuela de gramática de Q. Remmio Palemón (maestro también de Persio) y, más tarde, estuvo muy cercano al célebre orador Domicio Afro (muerto en el 59); también recuerda haber conocido a Pomponio y a Séneca. Concluida su formación en Roma, se supone que regresó a España, donde permaneció algún tiempo hasta que regresó a Roma, llamado por Galba, cuando éste fue proclamado emperador en el 68.

Quintiliano

A partir de ese momento, Quintiliano se dedicó a la enseñanza de la retórica, actividad que desarrolló durante al menos 20 años según señala en el prólogo de su Institutio oratoria (quizás entre los años 68-88 ó 70-90). Como profesor de retórica, Quintiliano alcanzó una gran fama y, de hecho, se convirtió en el primer profesor que abrió una escuela pública pagada por el fisco bajo Vespasiano. Pupilos suyos fueron Plinio el Joven y seguramente Tácito. Y aunque Juvenal señala que su sueldo no era muy elevado, Quintiliano consiguió amasar una buena fortuna. En todo este tiempo, tampoco abandonó por completo su profesión de abogado e incluso llegó a publicar alguno de sus discursos; quizás uno de sus procesos más célebres fue el de la reina Berenice, al que alude en su Institutio.

Bajo el emperador Domiciano, Quintiliano recibió el encargo de tutelar la educación de los nietos de su hermana (hijos de Flavio Clemente y de Flavia Domitila) y fue en aquella época cuando recibió los ornamenta consularia gracias a la intervención del propio Clemente; de todos modos, hay que suponer que se trató más de un título honorífico que de un poder real.

Tras todos esos años dedicados a la enseñanza, Quintiliano se retiró y se dispuso a componer un tratado de retórica o, mejor dicho, un verdadero manual para la instrucción de los jóvenes: la ya citada Institutio oratoria, obra compuesta entre el 93 y el 96, año de la muerte de Domiciano. En dicha obra, en el prefacio al libro VI, Quintiliano habla también de un hecho importante en su vida: su matrimonio y sus dos hijos. Aquí nos enteramos de que su esposa había muerto apenas cumplidos los 19 años. También murieron sus dos hijos: uno cuando tenía 5 años y otro con 9 años. Tras esta obra no se vuelven a tener noticias ciertas sobre Quintiliano, por lo que no es posible señalar la fecha exacta de su muerte, que debió ocurrir antes del año 100.

Obras de Quintiliano

Antes de abordar el estudio de la obra más importante de Quintiliano, la Institutio oratoria, es preciso citar algunas otras obras suyas que, por desgracia, no han llegado hasta nuestros días. En primer lugar hay que señalar el De causis corruptae eloquentiae, donde Quintiliano abordaba el problema de la decadencia de este arte. El propio autor nos indica que inició la composición de esta obra en el momento en que había muerto su hijo y se refiere a ella en varios pasajes de su Institutio. Su discurso Pro Naevio Arpiniano, también perdido, se publicó con toda seguridad, a diferencia de otros discursos suyos que pudieron circular sin su autorización.

También hay un grupo de obras atribuidas falsamente a Quintiliano: son las llamadas Declamationes Pseudo-Quintilianeae, que podemos dividir en dos tipos: Las conocidas como declamationes maiores y las declamationes minores. Las primeras son 19 piezas retóricas que circularon bajo el nombre del gran rétor hispano durante el siglo IV y que seguramente fueron editadas por algunos eruditos de ese período. Hoy existen grandes dudas acerca de la autoría real de Quintiliano sobre estas orationes que son en extremo artificiosas y rebuscadas, lo que contradice en parte la propia doctrina de Quintiliano.

Las declamationes minores son un conjunto de 145 piezas procedentes de una colección que en origen tenía 388. Son mucho más breves que las anteriores y cada una de ellas desarrolla de manera escueta un tema. Ello hace pensar que estas declamationes son más bien fruto de la escuela y que se compusieron como simples ejercicios didácticos. Realmente es difícil pensar que su autor fuera Quintiliano, aunque esta autoría no es del todo imposible.

Dejadas a un lado estas obras menores, hay que destacar por encima de todas ellas la Institutio oratoria, un gran tratado de retórica en 12 libros publicado seguramente antes de la muerte del emperador Domiciano en el año 96, a quien se elogia en el libro X. La obra aparece dedicada a Victorio Marcelo y, según sus propias palabras en el proemio, tardó en concluirla algo más dos años.

De acuerdo también con la carta que encabeza la Institutio dedicada al librero Trifón, la publicación del texto se había adelantado ante las exigencias de aquellos que ansiaban poder leer la obra. Además, en aquellos momentos circulaban bajo su nombre dos trataditos de retórica que no eran suyos, sino más bien apuntes tomados en sus clases, lo que le había llevado a escribir su propio manual para evitar los malos entendidos.

Ya desde el principio Quintiliano expone que su tratado no se va a caracterizar por su originalidad sino que va a estar basado, sobre todo, en su propia experiencia como rétor. Además, dado que él opinaba que nada era ajeno al arte de la oratoria, su libro iba a tratar de todos aquellos aspectos, incluso los más insignificantes, que ayudaban en la formación de un buen orador, un individuo virtuoso y además elocuente. De ese modo, la Institutio no es un simple tratado de retórica, sino todo un programa educativo que se inicia desde los primeros años de vida de un individuo.

De ese modo, para Quintiliano, gran admirador de Cicerón y de su estilo, el orador es algo más que alguien capaz de convencer a través de la palabra; para él, el orador es, ante todo, un hombre útil para el estado gracias a que su formación le ha convertido en un individuo cargado de valores morales, conocedor, entre otras muchas cosas, de la filosofía y, en definitiva, un sabio (opinión que no compartía, entre otros, Séneca, autor contra el que dirige abundantes críticas).

Así, Quintiliano reasume la tradición romana y, frente a Cicerón, que consideraba la filosofía como una de las principales disciplinas que cualquier orador debía conocer, y que incluso identificaba al orador con el filósofo (el orador es un filósofo que habla con elocuencia), Quintiliano piensa que el orador es simplemente un sabio y que la filosofía es una más de las artes que debe aprender para completar su formación.

Realmente, la admiración que Quintiliano sentía por Cicerón, a quien consideraba la verdadera encarnación de la elocuencia, dice mucho acerca de su postura: Quintiliano no veía con buenos ojos los derroteros que estaba tomando la elocuencia en Roma, ni tampoco le gustaba la manera en que los nuevos oradores y escritores manejaban la lengua; por ello, con su tratado, pretendía poner de nuevo las cosas en su sitio.

Con ese fin, Quintiliano escribió su manual, en el que Cicerón era el modelo; de hecho, las orationes ciceronianas sirven aquí para ejemplificar las funciones de las distintas partes del discurso; también siguiendo a Cicerón, Quintiliano considera que la elocutio es la más importante de las cinco partes en que se desglosa la actividad del orador (inventio, dispositio, elocutio, memoria y actio) y desarrolla la misma teoría de los tres estilos (el sublime, el medio y el ínfimo).

Sin embargo, hay un aspecto importante en el que la doctrina de Quintiliano se opone a la de Cicerón, y es precisamente al estudiar la relación entre ars (‘arte, técnica’) y natura (‘naturaleza, ingenio o talento natural’): si para Cicerón la elocuencia era un don natural que podía mejorar con el estudio de la Retórica, para Quintiliano es un don que se puede alcanzar gracias precisamente a la Retórica. Aquí radica la principal diferencia: mientras que Cicerón hablaba en sus tratados sobre retórica desde su propia experiencia de orador exitoso y revelaba así los frutos de su experiencia, Quintiliano habla como profesor de Retórica y, por ello, intenta ser exhaustivo en todos aquellos aspectos que Cicerón ni siquiera había tratado en la idea de que la perseverancia y unos buenos maestros son capaces de crear un orador.

Desde luego, la oratoria de los tiempos de Cicerón no era la misma que la de la época de Quintiliano; así, aunque Quintiliano reconoce la importancia de la oratoria deliberativa, los tiempos no eran los más propicios para el debate político en un Senado sometido al poder del emperador; sí, en cambio, para la oratoria forense, verdadero campo en el que ejercitarse y en el que enriquecerse. Sin embargo, esta oratoria, abandonando toda moderación, había caído en el exceso, algo criticado por autores como Tácito o Plinio: aquí, todo era válido para obtener el aplauso del auditorio, y la oratoria, enseñada en la escuela a través de las famosas controversias y suasorias, se había desvirtuado y había perdido su intención moral.

Las armas de la elocuencia podían caer en manos de cualquiera, con el peligro que eso entrañaba. Ante esta situación, Quintiliano sólo aspiraba a devolver a la oratoria su medida y, si bien abogaba por las declamationes escolares, quería que éstas se ciñeran al campo de lo verosímil y lo cercano a la realidad de los procesos. A esto había que añadir la necesidad de convertir al orador en un hombre bueno; de ese modo se podían unir las buenas intenciones a los medios adecuados para ponerlas en práctica a través del debate.

Quintiliano dibuja en su obra un completo plan de estudios que incluye una parte teórica, donde se abordan los preceptos básicos de la Retórica de sobra conocidos dada la gran cantidad de tratados existentes, y una parte práctica, en la que se recomienda al futuro orador la ejercitación de su arte a través de las ya mencionadas declamationes o se proponen modelos para la imitación. En el libro I, nuestro autor trata de la preparación de los niños para los estudios superiores (o de Retórica), por lo que aborda aquí algunos asuntos relacionados con la gramática y aconseja también el estudio de la geometría y de la música.

Aporte pedagógico de Quintiliano

Marco Fabio Quintiliano (Calagurris, 30 d.C.) fue uno de los más conocidos docentes romanos. Se convirtió en el primer docente con sueldo a cargo del erario público. Estudioso de los métodos didácticos fue autor de «Sobre la formación del orador», en la que recoge sus experiencias después de 20 años de docente, donde da las pautas para ser un buen profesor, y denuncia las prácticas que debían ser erradicadas.

Quintiliano, que enseñó hace dos mil años, nos demuestra que a pesar de que había pocos profesionales de la enseñanza, algunos, como él, se preocupaban de cómo enseñar, cómo aprendían sus alumnos, y que incluso respetaban y querían a sus alumnos. Él defiende la necesidad de una moralidad intachable y seriedad del profesor, más teniendo en cuenta la edad de sus alumnos. En vez de aplicar una disciplina dura, Quintiliano recomendaba alabar las intenciones de los alumnos, corregirlos sin usar improperios contra ellos, pues al agredirlos, solo generaban desgana en ellos. Pero, por otro lado, tampoco consideraba adecuado el otro extremo, es decir, no concordaba con la benevolencia extrema de algunos docentes, pues para él, ello podría generar autocomplacencia.

Consideraba que no se debía llegar a la monotonía al enseñar, y que para luchar contra ella, se debía dar un tiempo de descanso a los alumnos, y variar las actividades. Proponía una temporalización de la jornada escolar incorporando materias diferentes, además de la gramática, sin agotar a los alumnos, como la música, la astronomía o la filosofía, o la geometría, por ejemplo, a la cual consideraba muy útil para agudizar el ingenio y favorecer la rapidez de captación de los adolescentes. Su postura era defendida alegando que cuanto más pequeño es uno, mayor es la capacidad de aprendizaje y que, si ciertas disciplinas, como los idiomas, no se aprenden durante los años escolares, difícilmente se consigue en la edad adulta.

Propone el empleo de juegos como recurso didáctico: Enseñar a través de juegos en los que se debía felicitar al alumno por haber aprendido algo nuevo, y se debía fomentar la competitividad, como buen aliado contra la desgana y como premio. Además de usar trabalenguas, para conseguir una dicción más suelta y articulada. Y consideraba que los chicos debían sentarse en orden, de acuerdo a sus aptitudes y personalidades adaptando el método de aprendizaje a sus características y capacidades.

Para aprender a escribir, Quintiliano aconseja que los niños practiquen la caligrafía repasando los surcos realizados en las tablillas de cera y que se ponga especial cuidado en que logren una escritura limpia y rápida; y procurar evitar que durante los primeros ejercicios de escritura el niño utilizase palabras vulgares, como es costumbre y que aprendiera a leer como si estuviera cantando.

El empleo del castigo físico como medio de disciplina o como fomentador del estudio, muy usado en estos tiempos, era rechazado por Quintiliano. Pero, este medio de disciplina no tuvo en su contra una fuerte oposición social; y algunos lo rechazaban porque se utilizaba con los esclavos y, por ello, consideraban que no debía utilizarse con niños libres.

Finalmente, para Quintiliano, alguien capaz de pegar a un niño o a un adolescente, ya sea un maestro o un pedagogo, no merece otro adjetivo que el de delincuente; y en lugar de recurrir a esa violencia, se debía aconsejar a los niños, hablar con ellos para que aprendieran a obrar correctamente y sin maldad; controlar frecuentemente el trabajo realizado y, sobre todo, antes de de castigarlos averiguar por qué no realizaron tal o cual tarea. Él busca mejorar un sistema educativo con graves deficiencias.

La estrategia educativa de Quintiliano de Calahorra

Marco Favio Quintiliano se convirtió en el primer docente con sueldo a cargo del erario Público. Estudioso de los métodos didácticos fue autor de “Sobre La Formación del Orador”, por lo que, en su obra da las pautas de lo que para él debe ser un buen profesor al tiempo que denuncia las prácticas que debían ser erradicadas. Lo primero que el aboga es la necesidad de moralidad intachable y seriedad del profesor, más teniendo en cuenta la edad con la que contaban los alumnos. Muchos docentes «dados a la cólera» intentaban conseguir el respeto de
sus alumnos por medio de una dura disciplina olvidando que el maestro no sólo debe respetar a los alumnos sino que debe tratarlos como a sus propios hijos.

Hosquedad a la hora de contestar, poca amabilidad, sequedad en el trato, sería, siguiendo la denuncia de Quintiliano, lo más habitual en las aulas romanas.

El mismo maestro dígales cada día algo, o mejor muchas cosas, que los oyentes lleven consigo a casa. Al tratarse de un negocio privado algunos profesores, sin embargo, pecaban de todo lo contrario mantener al mayor número posible de clientes. En algunas clases se permitía incluso que los alumnos saltasen, se arremangaran, gritasen o aplaudieran las intervenciones de sus compañeros. La excesiva monotonía era la nota característica de las lecciones tanto en forma como en contenidos y eso provocaba el aburrimiento y apatía de los alumnos porque los contenidos del currículum del gramáticas eran conceptuales y a base de repetición. En el caso de la retórica el sistema de aprendizaje continuaba siendo muy poco ameno.

Para los alumnos diferentes propuestas para luchar contra la monotonía primera era el descanso hay que dar a todos los alumnos algún tiempo de expansión los alumnos aportan tanto más energías para aprender, una vez recuperados y frescos.

La segunda era la variación de las actividades Quintiliano creía que el incorporar más materias a la enseñanza de la gramática permitiría que los chicos adquirieran nuevas experiencias y ampliaran sus conocimientos y por otro, ese cambio tan necesario para huir del aburrimiento y la monotonía de estar haciendo lo mismo día tras día.
La forma de entretenerse de un adolescente puede decir mucho con respecto a su personalidad. Aconseja, el empleo del juego en la schola así como tiempo para la expansión pero en su correcta medida de modo que no se produzcan aborrecimiento de los estudios, si se les niega, o se les acostumbre a la holgazanería si se les da en demasía. Quintiliano no le gustaba que los muchachos se sienten mezclados sin orden alguno entre los jóvenes. Los profesores debían conocer, pues, las aptitudes y personalidad de sus alumnos adaptando el método de aprendizaje a sus características y capacidades y distribuyéndolos en clase de forma ordenada evitando que estuviesen mezclados unos con otros como, sin duda, debía ocurrir con frecuencia.

El Método

Una preocupación primordial que los alumnos acabaran odiando los estudios. el niño, que todavía no es capaz de amar la actividad mental, venga a odiarla, y que más allá de los años de juventud conserve también el temor de una amarga experiencia en aquel tiempo sufrida.

Lo primero que hacían los niños cuando acudían a clase era aprender a escribir. Quintiliano aconseja que los niños practiquen la Caligrafía repasando los surcos realizados en las tablillas de cera y que se ponga especial cuidado en que logren una escritura limpia y rápida. habría que procurar evitar que durante los primeros ejercicios de escritura el niño utilizase palabras vulgares, como es costumbre y que aprendiera a leer como si estuviera cantando.

La disciplina y el comportamiento

El método de disciplina más habitual y aceptado empleado en las scholae era el castigo físico por mucho que personajes de la altura , Quintiliano, estuviesen en contra. Pero que se azote a los alumnos mientras están aprendiendo, , de ninguna manera lo quisiera, primeramente porque es cosa fea y propia de esclavos, y ciertamente un acto de injusticia. En segundo lugar , porque si hay alguien de tal vil carácter , que no se corrija por medio de la reprensión, también se hará duro contra los golpes, como los más degenerados esclavos.

El empleo del castigo físico tanto como medio de disciplina como fomentador del estudio tenía sus detractores pero en realidad tampoco tuvo en su contra una fuerte oposición social. Aunque entre alguno de esos detractores el rechazo no venía por lo execrable del hecho ni por su inutilidad como medida de disciplina sino porque era un sistema que se utiliza con los esclavos y no debía utilizarse con niños libres. Tenía en este aspecto las cosas muy claras; teniendo en cuanta la edad del agresor y del agredido sino que además produce unos efectos terribles sobre los críos. A esto añade que por dolor o por miedo luego serán cosa de avergonzamiento: esta vergüenza quebranta y abate el ánimo, y ordena huir de la misma luz del día. Alguien capaz de pegar a un niño o a un adolescente, ya sea un maestro o un pedagogo, no merece otro adjetivo que el de delincuente y para Cicerón la sola idea de que una cosa cruel pudiera ser útil ya era de por sí inmoral.
En lugar de recurrir a las agresiones físicas, dar consejos a los niños controlar, frecuentemente el trabajo realizado, antes de de castigarlos averiguar por qué no realizaron tal o cual tarea.
A Quintiliano de Calahorra le debemos su vocación y dedicación a la enseñanza, su lucha por intentar mejorar un sistema educativo con graves deficiencias y un trabajo que nos permite ahora, dos mil años después, tener una imagen más precisa de la vida escolar en Roma.

Marco Fabio Quintiliano Calagurris, 30 d.C.fue uno de los más conocidos docentes romanos. Se convirtió en el primer docente con sueldo a cargo del erario público. Estudioso de los métodos didácticos fue autor de «Sobre la formación del orador», en la que recoge sus experiencias después de 20 años de docente, donde da las pautas para ser un buen profesor, y denuncia las prácticas que debían ser erradicadas.

Quintiliano, que enseñó hace dos mil años, nos demuestra que a pesar de que había pocos profesionales de la enseñanza, algunos, como él, se preocupaban de cómo enseñar, cómo aprendían sus alumnos, y que incluso respetaban y querían a sus alumnos. Él defiende la necesidad de una moralidad intachable y seriedad del profesor, más teniendo en cuenta la edad de sus alumnos. En vez de aplicar una disciplina dura, Quintiliano recomendaba alabar las intenciones de los alumnos, corregirlos sin usar improperios contra ellos, pues al agredirlos, solo generaban desgana en ellos. Pero, por otro lado, tampoco consideraba adecuado el otro extremo, es decir, no concordaba con la benevolencia extrema de algunos docentes, pues para él, ello podría generar autocomplacencia.

Consideraba que no se debía llegar a la monotonía al enseñar, y que para luchar contra ella, se debía dar un tiempo de descanso a los alumnos, y variar las actividades. Proponía una temporalización de la jornada escolar incorporando materias diferentes, además de la gramática, sin agotar a los alumnos, como la música, la astronomía o la filosofía, o la geometría, por ejemplo, a la cual consideraba muy útil para agudizar el ingenio y favorecer la rapidez de captación de los adolescentes. Su postura era defendida alegando que cuanto más pequeño es uno, mayor es la capacidad de aprendizaje y que, si ciertas disciplinas, como los idiomas, no se aprenden durante los años escolares, difícilmente se consigue en la edad adulta.

Propone el empleo de juegos como recurso didáctico: Enseñar a través de juegos en los que se debía felicitar al alumno por haber aprendido algo nuevo, y se debía fomentar la competitividad, como buen aliado contra la desgana y como premio. Además de usar trabalenguas, para conseguir una dicción más suelta y articulada. Y consideraba que los chicos debían sentarse en orden, de acuerdo a sus aptitudes y personalidades adaptando el método de aprendizaje a sus características y capacidades.

Para aprender a escribir, Quintiliano aconseja que los niños practiquen la caligrafía repasando los surcos realizados en las tablillas de cera y que se ponga especial cuidado en que logren una escritura limpia y rápida; y procurar evitar que durante los primeros ejercicios de escritura el niño utilizase palabras vulgares, como es costumbre y que aprendiera a leer como si estuviera cantando.

El empleo del castigo físico como medio de disciplina o como fomentador del estudio, muy usado en estos tiempos, era rechazado por Quintiliano. Pero, este medio de disciplina no tuvo en su contra una fuerte oposición social; y algunos lo rechazaban porque se utilizaba con los esclavos y, por ello, consideraban que no debía utilizarse con niños libres.

Finalmente, para Quintiliano, alguien capaz de pegar a un niño o a un adolescente, ya sea un maestro o un pedagogo, no merece otro adjetivo que el de delincuente; y en lugar de recurrir a esa violencia, se debía aconsejar a los niños, hablar con ellos para que aprendieran a obrar correctamente y sin maldad; controlar frecuentemente el trabajo realizado y, sobre todo, antes de de castigarlos averiguar por qué no realizaron tal o cual tarea. Él busca mejorar un sistema educativo con graves deficiencias.

Citar este texto en formato APA: _______. (2021). WEBSCOLAR. Marco Fabio Quintiliano y su influencia en la educación. https://www.webscolar.com/marco-fabio-quintiliano-y-su-influencia-en-la-educacion. Fecha de consulta: 21 de noviembre de 2024.

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