Educación sumerja
Educación Sumeria
En Sumer, la escuela procede directamente de la escritura, de esa escritura cuneiforme cuya invención y desarrollo representan la contribución más importante de Sumer a la Historia de la Humanidad. Fue en la segunda mitad de este tercer milenio cuando el sistema escolar sumerio se desarrolló, progresando mucho. Se han descubierto decenas de millares de tablillas de arcilla que datan de este período, y es casi seguro que todavía quedan centenares de millares de ellas enterradas, esperando las excavaciones venideras. La mayor parte de estas tabletas son del tipo administrativo y nos permiten seguir, una tras otra, todas las fases de la vida económica sumeria.
De los niveles arqueológicos correspondientes de la mitad del Segundo Milenio d. J. C. a esta época, se han extraído centenares de tablillas en las que hay inscritos toda suerte de deberes, escritos de la misma mano de los alumnos y que constituían una parte de su tarea escolar cotidiana. Estos ejercicios de escritura varían desde los lamentables arañazos del párvulo hasta los signos de trazo elegante del estudiante adelantado a punto de lograr su diploma. Por deducción, estos viejos cuadernos nos informan abundantemente sobre el método pedagógico en vigor en las escuelas sumerias y sobre la naturaleza de su programa escolar. Por suerte, resulta que los profesores sumerios eran bastante aficionados a evocar la vida escolar, y muchos de sus ensayos sobre este tema han podido ser recuperados, al menos en parte. Gracias a estos documentos podemos tener una idea de lo que era la escuela sumeria, de sus tendencias y de sus objetivos, de sus estudiantes y de sus maestros, de su programa y de sus métodos de enseñanza. El caso es único en el mundo, tratándose de un período tan alejado de la historia del hombre.
Al principio, la escuela sumeria daba una enseñanza “profesional”, es decir, se destinaba a la formación de escribas, necesarios a la administración pública y a las empresas mercantiles, principalmente en vistas a su empleo en el Templo y en el Palacio. Éste fue siempre su objetivo principal. Pero al crecer y desarrollarse, a consecuencia sobre todo de la ampliación de sus programas de estudio, la escuela sumeria se transformó, poco a poco, en el centro de la cultura y del saber sumerios. En su recinto se formaban eruditos y hombres de ciencia, instruidos en todas las formas del saber corrientes en aquella época, tanto de índole teológica como botánica, zoológica, mineralógica, geográfica, matemática, gramatical o lingüística, y que hacían progresar luego esta clase de conocimientos. La escuela sumeria era, en fin, el centro de lo que podría calificarse como dé creación literaria. No solamente se copiaban, recopilaban y estudiaban allí las obras del pasado, sino que se componían obras nuevas.
Si bien es verdad que los alumnos diplomados de las escuelas sumerias llegaban a ser empleados como escribas del Templo o del Palacio, o se ponían al servicio de los ricos y poderosos del país, había otros que consagraban su vida a la enseñanza y al estudio. Igual que nuestros modernos profesores de universidad, muchos de estos sabios antiguos se ganaban la vida gracias a su salario como profesores, y consagraban sus ocios a la investigación y a los trabajos escritos. La escuela sumeria que, probablemente, en sus comienzos, había constituido una dependencia del Templo, se transformó, al correr del tiempo, en una institución seglar, y hasta su programa adquirió un carácter en gran parte laico.
La enseñanza no era ni general ni obligatoria. La mayor parte de los estudiantes procedían de familias acomodadas, ya que los pobres difícilmente eran capaces de soportar el gasto y la pérdida de tiempo que una educación prolongada exigía. Al menos eso es lo que los asiriólogos habían creído hasta una fecha reciente; pero ello no era más que una hipótesis. Después de haber compilado cuidadosamente estas tabletas, Schneider comprobó que los padres de los escribas (escribas que habían pasado todos por la escuela) resultaban ser los gobernadores, los “padres de la ciudad”, los embajadores, los administradores de los templos, los oficiales, los capitanes de navío, los altos funcionarios de hacienda, los sacerdotes de diversas categorías, los administradores y directores de empresas, los interventores, los contramaestres, los mismos escribas, los archiveros y los contables. En resumen, los escribas eran los hijos de los ciudadanos más ricos de las comunidades urbanas. No consta ni una sola mujer como escriba en estos documentos; es, por lo tanto, muy probable que la masa de los estudiantes de la escuela sumeria estuviese constituida exclusivamente por hombres.
A la cabeza de la escuela se hallaba el ummia, el “especialista”, el “profesor”, a quien se daba también el título de “padre de la escuela”. Al profesor auxiliar se le designaba como “gran hermano”, y a los alumnos se les llamaba “hijos de la escuela”. El papel principal del profesor auxiliar consistía en caligrafiar las tabletas que luego los alumnos debían volver a copiar; el maestro auxiliar debía entonces examinar las copias y hacer recitar a los alumnos aquello que ellos tenían que aprender de memoria. Entre los otros miembros del personal de enseñanza nos encontramos con el “maestro de dibujo” y con el “maestro de sumerio”. Había, además, vigilantes encargados de controlar la asistencia y comportamiento y también un “encargado del látigo”, que, probablemente, era el responsable de la disciplina. Nada sabemos de la jerarquía, del respectivo rango del profesorado; lo único que sabemos es que el “padre de la escuela” era el director. Asimismo ignoramos el origen de sus ingresos pecuniarios. Es probable que los elementos subalternos fueran pagados por el “padre de la escuela”, del total de los derechos escolares que él debía cobrar.
Estos trabajos escolares nos enseñan que la instrucción escolar constaba de dos secciones principales: la primera daba una instrucción de carácter más científico y mnemotécnico, mientras que la segunda lo daba de un tipo más literario y creador.
En lo que se refiere a la primera sección, hay que subrayar que los programas no derivaban de lo que podríamos llamar necesidad de comprender, de buscar la verdad por la verdad en sí, sino que más bien se desarrollaban en función del objetivo primordial de la escuela, que era el de enseñar al escriba a escribir y a manejar la lengua sumeria. Para responder a esta necesidad pedagógica, los profesores súmenos inventaron un sistema de instrucción consistente sobre todo en el establecimiento de repertorios; es decir, clasificaban las palabras de su idioma en grupos de vocablos y de expresiones relacionadas entre sí por el sentido; después las hacían aprender de memoria a los alumnos, copiarlas y recopiarlas, hasta que los estudiantes fuesen capaces de reproducirlas con facilidad. En el tercer milenio antes de la era cristiana, estos “libros de clase” fueron complicándose de siglo en siglo y, progresivamente, se fueron transformando en manuales, más o menos estereotipados, de uso en todas las escuelas de Sumer. En algunos de ellos se encuentran largas listas de nombres de árboles y de cañas, de animales de todas clases, pájaros e insectos inclusive; de países, de ciudades y pueblos; de piedras y de minerales. Estas complicaciones revelan la existencia entre los súmenos de notables conocimientos en cuestiones de botánica, zoología, geografía y mineralogía, y éste es un hecho inédito del que sólo ahora empiezan a darse cuenta los historiadores de la ciencia.
Los profesores sumerios elaboraban igualmente diversas tablas matemáticas y numerosos problemas detallados, acompañados de su solución.
Se sabe muy poco aún de los métodos y técnica pedagógicos puestos en práctica en estas escuelas. Por la mañana, al entrar en la clase, el alumno estudiaba la tableta que había preparado la víspera. Luego, el «gran hermano», o quizás podríamos decir mejor el «hermano mayor», es decir, el profesor auxiliar, preparaba una nueva tablilla, que el estudiante se ponía a copiar y a estudiar. Es muy probable que después, el «hermano mayor», lo mismo que el «padre de la escuela», examinase las copias para cerciorarse de que estuvieran correctamente escritas. No hay duda de que la memoria jugaba un papel importantísimo en el trabajo de los estudiantes. Seguramente los profesores y sus auxiliares acompañaban con extensos comentarios el enunciado de las listas, excesivamente seco en sí, así como el de las tablas y de los textos literarios que el estudiante copiaba y aprendía. Pero estos «cursos», cuyo conocimiento por nuestra parte habría sido de un valor y una utilidad inestimables para nuestra comprensión del pensamiento sumerio científico, religioso y literario, no fueron probablemente redactados jamás y han quedado, por consiguiente, definitivamente perdidos para nosotros.
Sin embargo, hay un hecho cierto: la pedagogía sumeria no tenía en absoluto el carácter de lo que nosotros calificaríamos de «enseñanza progresiva», o sea, de este sistema educativo en el cual la mayor parte se deja a la iniciativa del niño. En lo que respecta a la disciplina, no se ahorraban azotes. Es muy probable que, al mismo tiempo que los maestros estimulaban a sus discípulos a realizar un buen trabajo, no por eso dejaban de contar con el látigo para corregir sus faltas y sus insuficiencias. El estudiante, ciertamente, no tenía la vida muy agradable en la escuela. La asistencia era diaria, desde el alba al ocaso. Si había o no había vacaciones en el transcurso del período escolar es cosa que ignoramos. El alumno consagraba varios años a los estudios, desde su niñez hasta el final de la adolescencia. Sería interesante saber cómo y hasta qué punto estaba previsto que los estudiantes pudiesen escoger una especialidad. Pero sobre este particular, así como sobre otros muchos, nuestras fuentes de información permanecen mudas. ¿Qué aspecto material tendría una escuela sumeria? En el transcurso de varias excavaciones, se han descubierto en Mesopotamia unos edificios que, por un motivo u otro, se ha convenido en identificar como escuelas; lino de ellos fue descubierto en Nippur, otro en Sippar, y un tercero en Ur. Pero, aparte de que en ellas se encontraron numerosas tablillas, estas salas no se distinguen de las habitaciones de una casa ordinaria y la identificación puede muy bien ser errónea. No obstante, durante el invierno de 1934-1935, los arqueólogos franceses que, bajo la dirección de André Parrot, excavaron la estación arqueológica de Mari, a orillas del Eufrates, a bastante distancia y al noroeste de Nippur, descubrieron dos habitaciones que parecían presentar todas las características de un aula, ya que contenían varias filas de bancos fabricados con ladrillos crudos, donde podían sentarse una, dos o cuatro personas.
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