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Victoriano Lorenzo en la historia de Panamá

Curiosamente es fácil escribir un breve resumen de la guerra de los Mil Díaz. Como tantas guerras, ésta fue una lucha entre dos incapacidades y dos incoherencias, sufriendo el liderazgo liberal la derrota. Sin embargo, los conservadores tuvieron las ventajas de mayores recursos físicos, fiscales, administrativos y diplomáticos.

En medio del agotamiento general del país y sin perspectivas de éxito los liberales, a fines de 1902, terminan la guerra con una serie de tratados con el gobierno colombiano, los principales el firmado a bordo del USS Wisconsin por el general Herrera y el de Neerlandia firmado por Uribe Uribe. La prolongada guerra devastó la economía del país. Nadie sabe con exactitud, cuántos murieron, muchos a causa de las epidemias y pestes que hallaron en la guerra su caldo de cultivo. Un contemporáneo da la cifra convencional de cien mil, unaproporción muy alta para la pequeña población de entonces. Sin embargo, fue la guerra civil más fatal y destructiva de todas las guerras civiles en el deterioro colombiano.

Fácil, este resumen, pero queda mucho más por decir y por preguntar. ¿Fue una guerra necesaria? Claro, necesaria entre hombres miopes, entre el bien y el mal. Pero la mayoría de los líderes, estaba en contra de un levantamiento armado. Mirando ese conflicto, desde las perspectivas de hoy, tiene uno que preguntarse si fue una guerra justa o no, si sus medios y sus sufrimientos fueron proporcionales a sus fines.

Como era común en tales conflictos, los protagonistas tuvieron varios enemigos y algunos fueron los rivales de sus propios partidos. ¿Fue una guerra popular? Lo que sí es cierto, es que la guerra produjo reputaciones perdurables, héroes y villanos. Y, además de las figuras nacionales (Porras, Domingo Díaz, de la Roza, Mendoza, etc.) la legión de figuras de reputación regional y local que después irían a formar en primera línea la llamada “clase política” durante todo el acontecer político nacional posterior.

Como dice Herbert en su prólogo “hay que resaltar el hecho de que fuera precisamente el doctor Belisario Porras, posteriormente electo varias veces Presidente de la República… quien hubiese iniciado y dirigido como jefe político y militar la guerra de los Mil Días en el Istmo, la más cruenta guerra civil de la historia panameña”. Y continúa “Esto nos indica de manera incontrovertible que Panamá no escapa a la verdad científica de que la guerra es la continuación de la política por otros medios”.

Tenemos que afirmar el gran aporte de la obra de Herbert Nelson, a la historiografía nacional. Se han escrito numerosos artículos sobre este acontecimiento, pero el estudio parcial, de las figuras como Victoriano, todavía necesita del esfuerzo de nuestros historiadores.

En la estructura de la obra, Nelson nos lleva de la mano, en sus antecedentes del conflicto. Importante mencionar en la primera parte la participación de otro personaje, no menos meritorio que Victoriano, pero poco estudiado, como lo fue Pedro Prestán, el abogado criollo que tuvo participación activa en el levantamiento de negros, pobres y liberales populares, en Colón en 1885. Otra de las víctimas del imperialismo norteamericano, ahorcado el 18 de agosto de 1855. Soldados norteamericanos invadieron Colón, con el consabido argumento de que no podían permitir que el orden se alterara y que se afectara a los ciudadanos extranjeros que residían en esa ciudad. El títere presidente del Estado, Ramón Santodomingo Vila, le responde al Prefecto de Colón que había enviado una nota solicitando explicación de este hecho, que el Tratado Mallarino-Bidlack le otorgaba facultades a los norteamericanos para ocupar el Istmo so pretexto de preservar el libre tránsito. Esta fue la excusa permanente para las posteriores intervenciones norteamericanas en el Istmo. Con esa dignidad que pocos hombres asumen “el prefecto de Colón, Santander A. Galofre, redactó su renuncia, denunciando que los actos de los norteamericanos “herían de muerte la soberanía del país y destruían su independencia”. En su carta renuncia vale la pena reseñar un párrafo lleno de verdadero patriotismo, dice, “estamos bajo el dominio de las fuerzas americanas y cierro los ojos para no ver los colores de la vergüenza que mancha nuestros rostros”.

En el primer capítulo, el autor hace un análisis de la actuación de Prestán después de la libertad que le otorgó don Pablo Arosemena en una orden de amnistía para los presos políticos, lo que aprovecha Prestán para reunirse con sus allegados y planear un alzamiento contra el gobierno e iniciar una sublevación en Panamá que termina, como ya expresé, en su ajusticiamiento.

Mientras tanto, después de una serie de negociaciones, las fuerzas de Aizpuru fueron derrotadas y la oligarquía tradicional en el istmo de Panamá, “por su propia iniciativa se ofreció a pactar con los invasores extranjeros”.

Otro documento que cita Nelson en su obra y que dice mucho del pensamiento revolucionario y nacionalista de Pedro Prestán, minutos antes de ser ahorcado,

Hago uso de la palabra, no para defender mi vida…para que el mundo sepa que el que hoy llamáis incendiario de raza, responde Victoriano a la solicitud de Porras y se ofrece a cooperar y le proporcionó provisiones y elementos para ayudar en la transportación de víveres y pertrechos militares, incorporándose a la retaguardia de la columna del ejército.

Cuando llegan los pertrechos en el Momotombo, nuevamente Porras, apela a la ayuda de los cholos de Victoriano, para desembarcar y transportar los pertrechos. A cambio de esa ayuda, Porras le ofreció a Lorenzo que al triunfo de la revolución eximiría a los indígenas del pago de los diezmos y otras cargas tributarias que desde tiempos coloniales venían cumpliendo.

Derrotados en el puente de Calidonia y después de firmarse el armisticio, el ejército nacional había emprendido dos tareas fundamentales: recabar todas las armas y municiones del ejército Restaurador y realizar una cacería de liberales. Es así que un indígena llamado Rosa Ríos, que tenía rencillas personales con Lorenzo, se trasladó a Penonomé y le informó al alcalde Laurencio Jaén Arosemena del ocultamiento de armas hecho por Victoriano.

Buscando las armas, los soldados cometen toda clase de atropellos contra la familia de Lorenzo. Cuando Victoriano regresó a su caserío se informó de la tragedia. Los ranchos quemados, niños y ancianos llorando, ausencia de alimentos. Este hecho histórico, narrado en esta obra, es de gran trascendencia y explica porqué el general Victoriano Lorenzo hace de la guerra de los Mil Días un movimiento de liberación de su raza y no un movimiento político de saneamiento de las instituciones gubernamentales.

Lo que no pudo lograr Porras, que los cholos participaran como combatientes liberales, lo logró el ejército conservador. En su proclama Victoriano tocó casa por casa y les dijo:

Hay que levantarse contra los godos para vengar el ultraje y el honor de nuestras mujeres, nuestra hijas y castigar a estos ladrones y facinerosos, reivindicando nuestros derechos aunque sea cada cual con sus escopetas, machetes y flechas.

Así nace la figura egregia del hijo de Rosa Lorenzo y María Pascuala Troya, indignado por los actos de barbarie cometidos por las tropas gubernamentales contra el caserío en que vivía. Se alzó en armas y adoptó como forma de lucha la guerrilla.

El 20 de octubre de 1900, Victoriano Lorenzo reúne aproximadamente a 300 campesinos indígenas, le declara la guerra al gobierno e inicia la lucha guerrillera en las cordilleras de Coclé. El 1 de noviembre de 1900, Lorenzo organiza a su gente para una lucha prolongada e instala su cuartel general en el caserío de La Negrita.

A partir de ese instante los contingentes militares que se adentraban en las montañas en busca de Victoriano, retornaban derrotados y comentando acerca de las tácticas guerrilleras que utilizaban los cholos en sus combates. El alto mando no se explicaba como unos “harapientos indígenas analfabetos” podían derrotar a un ejército profesional.

Herbert relata que portando sus sombreros de paja con un cintillo rojo a su alrededor, las tropas indígenas fueron conducidas por Victoriano a un número significativo y resonantes de triunfos. Así la figura de Victoriano deviene en una leyenda que llamó la atención no sólo en América sino también en el continente europeo.

Herbert G. Nelson finaliza su obra con el juicio histórico por la muerte de Victoriano.

Señala Nelson en su estudio que

los ideólogos del liberalismo político aprovechando el sentimiento antimilitarista y antilatifundista que portaban las clases humildes de las zonas rurales, no tuvieron empacho en utilizarlos como base de apoyo y escudo para enfrentarlos contra los portadores de las ideas conservadoras. Pero cuando vislumbraron el reparto de las riquezas que podía generar la construcción del Canal por Panamá, abandonaron todo principio social y sepultaron todas las reivindicaciones sociales que les habían prometido a los indígenas.

La negativa de Lorenzo de entregar las armas fue tomada como excusa para ordenar su arresto y sus mismos compañeros de armas lo entregaron al ejército conservador.

A Lorenzo le levantaron cargos por supuestos delitos comunes que había cometido durante el desarrollo de la guerra quienes en tres días realizaron todos los pasos del enjuiciamiento para condenarlo con la pena de muerte.

Todos sabemos de la infamia que se perpetró en ese juicio. Todos, liberales y conservadores, se acusaban mutuamente sobre quienes recaía la responsabilidad de la muerte de Victoriano.

El resto es conocido por todos nosotros. En este último capítulo, el historiador Nelson nos presenta un estudio exhaustivo de la polémica que resulta de este juicio.

Quiero terminar leyendo unas meditaciones de Carlos Iván Zúñiga Guardia quien, el 21 de julio de 2001, hizo unas reflexiones sobre “Victoriano Lorenzo y el festín de las balas”,

“Una carreta vieja, sucia, en ruinas, era arrastrada penosamente por una bestia de tiro y a su paso solo encontraba miradas de terror. La carreta llevaba un par de prisioneros espantados, con el espíritu sobrecogido. En el piso, sin caja funeraria, sin frazada alguna, sin mortaja, sin siquiera un ordinario saco de henequén que lo cubriera, yacía muerto Victoriano Lorenzo.

A las cinco de la tarde del 15 de mayo de 1903 un pelotón de fusilamiento integrado por diez soldados ejecutó la tercera descarga sobre el cuerpo del guerrillero liberal. Fueron tres descargas asesinas. Fueron treinta y seis balazos los que recibió ese cuerpo desmirriado pequeño, sin carnaduras que impidieran el libre paso del plomo mortal. Los verdugos no quedaron con duda alguna: todos a una lo mataron. A diez pasos de distancia, los rifles apuntaban al corazón de Lorenzo. Ninguno falló un solo tiro. Hasta el tiro de gracia dieron en gavilla. Ninguno tenía bala de salva. En esa ejecución se contravinieron los ritos tradicionales que enseñan que los verdugos creen que uno de ellos carece del proyectil mortal. Todos tenían completas las cápsulas asesinas. Treinta y seis perforaciones.

Los amigos de Lorenzo pidieron el cadáver al alcalde. Le querían dar cristiana sepultura. El alcalde consintió, pero el jefe militar lo prohibió. Siempre la orden militar sobre la voluntad civil. Así, sin una flor, sin un adiós, exactamente como 67 años después lo hicieron con Floyd Britton en Coiba, luego de una paliza que le reventó el miocardio del corazón, el miocardio del alma, el miocardio de la vida”.

Por su parte, Nelson termina diciendo que “pese a los intentos de diluir la memoria del pueblo panameño lo más valioso de la figura de Victoriano Lorenzo, el seguirá viviendo en las luchas patrióticas y populares de los pobres de la ciudad y de las campiñas, y será la bandera de inspiración que conduzca al ejército de los oprimidos a la aurora que soñó para su pueblo, a la vez que empuñaba su fusil libertario en el campo de batalla con su grito de guerra la pelea es peleando”.

Citar este texto en formato APA: _______. (2012). WEBSCOLAR. Victoriano Lorenzo en la historia de Panamá. https://www.webscolar.com/victoriano-lorenzo-en-la-historia-de-panama. Fecha de consulta: 21 de noviembre de 2024.

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